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Consigan una libreta y un bolígrafo. Salgan a la calle, tomen las carreteras, abran bien los ojos: busquen.
Hay atreses y aochos, mondeos y
Hoy, en ciudades de menos de doscientos mil habitantes, como Oviedo, con una crisis económica regional que dura ya veinte años, sale un coche al mercado y al día siguiente está aparcado en carga y descarga algún ejemplar con todos los extras. En los concesionarios de cualquier capital de provincia hay lista de espera de un par de meses (al menos, para el color de pintura que, mire usted por donde, se nos había antojado). Madrid, Barcelona o Valencia permiten ver, en una única jornada, algún Rolls-Royce, un par de ferraris, porsches hasta perder la cuenta. Un Maybach. Un Vantage.
Vale. Hay muchos coches seminuevos circulando por ahí. Parece razonable, ya que hablamos de maquinaria masificada en constante evolución tecnológica, y de una sociedad decadente, con pasta y segunda residencia.
Pero intenten localizar ahora, háganme el favor, cientotreintayunos, ritmos, errecatorces o erredieciochos; geeses, ceéquises; éscortes y fiestas de los ochenta o los últimos setenta. Twingos. Quinientoscincos. Aquellos lanciabetacupés o los más recientes alfatreintaytreses. Lo tienen ustedes jodido: verán antes doscaballos y dyaneseises, seiscientos, milquinientos, cientoveinticuatros, erreochos y simcamiles.
¿Por qué? Por que éstos últimos supervivientes eran, y son, mejores coches.
El 600D: ágil y veloz
Pero hay otros motivos, además de su durabilidad y su belleza, para tener una máquina de leyenda: el puro placer de la conducción. En estos tiempos alonsistas y postschumacherinos, ¿se han parado a pensar cómo será pilotar un fórmula uno? Suban: vamos a dar una vuelta en lo más parecido que existe a un bólido de competición, al alcance incluso de un mileurista animoso.
Imaginen que, en cualquiera de sus viajes (y con escrupuloso respeto de la normativa), llevan pisado a fondo el pedal del acelerador un setenta por ciento del tiempo; que, antes de adelantar, tienen que buscar no sólo distancia suficiente, sino también la pendiente adecuada, las revoluciones justas del motor, ¡el rebufo! Si quieren rebasar al coche que nos precede deben estudiarlo un rato: las manías del conductor, sus gestos en el interior de su propio vehículo, el modelo que maneja, si acelera más en subida, en llano o en bajada. Sueñen con ese estado de alerta continua con respecto al cambio (hoy todo el mundo lleva siempre engranada la velocidad correcta por la sencilla razón de que cualquier coche moderno coge ciento treinta kilómetros por hora en tercera y puede circular a veinte en quinta; pero no siempre fue así; no es así en un Sauber, un McLaren o un Super Aguri). Antes de tomar la salida, establezcan mentalmente la ruta más adecuada según el peso que cargue su vehículo: cada circuito es diferente. Analicen el trayecto para distribuir los repostajes del modo más eficiente, sin quedarse sin combustible pero, al mismo tiempo, agotando el depósito al máximo -ya que en el último quinto de gasolina se ganan casi cinco kilómetros por hora en llano. No fíen su seguridad a las condiciones inmejorables de su máquina, sino a su propia capacidad y conocimiento: no llevan el mejor coche bajo el culo; así no tendría gracia. El motor puede romperse: lleve cinta adhesiva; los pinchazos existen, los ordenadores de a bordo, no. Los baches hablan.
Por mor de la publicidad debo pasar ahora al informal tuteo -y al singular.
¿Te gusta conducir? Pues cómprate un coche, coño.
Etiquetas: Mercutio
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