Los Diarios de Arcadi, en dos volúmenes. Desde luego, en esos años ya tan lejanos el hombre parecía más tímido, o por lo menos más breve.
Hace tres años, en el blog “más leído y participativo de España”, un día como hoy el señor Espada le daba caña a un chamán (Agamben). A los comentarios, por el chamán, intervenía el nick Justo Serna, facundo. Llegando al final de su moroso comentario, Serna acometía la nota humorística, que aprovechaba para soltarnos a un Eduardo Zaplana, “ahíto de mentiras” que habitaba en “el infierno tan temido”. No voy a decir nada sobre Serna que ya se encargó él por propia mano, al señalarnos en sus famosas críticas que Arcadi, cuando reproducía sus textos descontextualizados, daba “una imagen de su comentarista poco menos que estulta, necia.” ¡Quiaaaaá!
Echo el ojo a otro libro, de los que amarillean. Tom Wolfe “Los años del desmadre”. Para éste no es que no hayan pasado los años, es que se volverá a escribir de aquí a veinte años, pues tengo para mí que nos devoran las mismas fiebres que en los años setenta. En un capítulo que llama “la guía de América para universitarios/as inteligentes” en una parte dedicada a Soljenitsin, “Reprobación del mensajero”:
«La gira de Soljenitsin por Estados Unidos en 1975 fue como una imponente profesión funeral que nadie quería ver . La Casa Blanca no quiso saber nada de él. The New Yor Times procuró silenciar sus dos discursos principales, y sólo la presión moral de un colaborador aislado de The Times, Hilton Kramer hizo que se le concediera un espacio más o menos apreciable.[...]
Y el mundo literario decidió ignorarle completamente. El pesado ataúd invisible que Soljenitsin arrastraba tras él no contenía sólo las almas de los zeks que murieron en el Archipiélago. No, el muy condenado también había metido dentro una de las últimas visiones inefables: el intelectual como Socialista de Acero Inoxidable, esplendoroso frente al descarnado esqueleto del capitalismo en su fase última, brutal, fascista. Había un esqueleto metido dentro, sí, y espantable más allá de toda descripción, pero lo había creado el socialismo.»
«Nunca hubo humilde mortal que se sintiera con menos ánimos en trance de escribir su dedicatoria que yo en este momento. La redacto desde un apartado lugar del reino en una retirada casa con el tejado de bálago, donde vivo en constante vigilia, luchando denodadamente contra mis achaques y otros infortunios de la vida, firmemente convencido de que cada vez que alguien sonríe –y, mucho más, cuando ríe- contribuye en algo a ese fragmento de la vida que disfrutamos cada uno de nosotros.[...]»
Adelante, pues, con las sonrisas, y, por si alguno todavía no conocía éste sitio, invitados quedan a visitar humoradas, de un amabilísimo Enrique Gallud Jardiel con el que di gracias a los orificios del Viejo Casale.
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