Gran parte del Levítico se ocupa en enunciar la perfección física que se requiere de las cosas presentadas en el templo y de las personas que se acercan a él. Los animales que se ofrecen en sacrificio tienen que estar sin mancha, las mujeres han de purificarse después del parto, los leprosos deben ser separados y ritualmente purificados antes de que se les permita acercarse al templo cuando ya hayan sanado. Todas las secreciones físicas son profanadoras y hacen imposible cualquier acercamiento al templo. Los sacerdotes sólo pueden entrar en contacto con la muerte cuando muere su próxima parentela. Pero el sumo sacerdote jamás ha de entrar en contacto con la muerte.
En otras palabras, ha de ser perfecto como hombre, si es que ha de ser sacerdote. Esta idea tan reiterada de la perfección física también funciona en la esfera social y especialmente en el campamento del guerrero. La cultura de los israelitas llegó a su apogeo cuando rezaban y cuando combatían.

El ejército no podía vencer sin la bendición, y para mantener la bendición sobre el campamento tenían que ser especialmente santos. Por lo tanto, el campamento había de preservarse de la profanación tanto como el Templo. Aquí igualmente toda secreción física descalificaba a un hombre para entrar al campamento, del mismo modo que descalificaba a un adorador para acercarse al altar. Un guerrero que hubiese tenido una polución nocturna debía mantenerse fuera del campamento durante todo el día y regresar tan sólo después del atardecer, tras haberse lavado.
Las funciones naturales que producían desperdicios corporales tenían que desempeñarse fuera del campamento (Deuteronomio XXIII, 10-13). En breves palabras, la idea de la santidad recibió una expresión externa y física en la perfección del cuerpo considerado como recipiente perfecto. La perfección también se extiende hasta significar el cumplimiento dentro de un contexto social. Una empresa importante, una vez comenzada, no debe dejarse incompleta. Si esto sucediera el hombre quedaría descalificado para el combate. Antes de una batalla los capitanes proclamarán:
5, ¿Quién ha edificado una nueva casa y no la ha estrenado todavía? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en la batalla y otro hombre la estrene.
6, ¿Quién ha plantado una viña y no la ha disfrutado todavía? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en la batalla y la disfrute otro.
7. ¿Quién se ha desposado con una mujer y no la ha tomado todavía? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en la batalla y otro hombre la tome. (Deuteronomio XX.)
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