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16 junio 2007
Obesos, gangosos y alopécicos a la luz del Levítico
17. Dile a Aarón, ninguno de tus descendientes en cualquiera de sus generaciones, si tiene un defecto corporal, podrá acercarse a ofrecer el alimento de su Dios. 18. Pues ningún hombre que tenga defecto corporal, ha de acercarse: ni ciego, ni cojo, ni deforme, ni monstruoso. 19. Ni el que tenga roto el pie o la mano. 20. Ni jorobado, ni raquítico, ni enfermo de los ojos, ni el que padezca sarna o tina, ni el eunuco. 21. Ningún descendiente de Aarón, que tenga defecto corporal puede acercarse a ofrecer los manjares que se abrasan en honor de Yavéh... (Levítico XXI.)

Gran parte del Levítico se ocupa en enunciar la perfección física que se requiere de las cosas presentadas en el templo y de las personas que se acercan a él. Los animales que se ofrecen en sacrificio tienen que estar sin mancha, las mujeres han de purificarse después del parto, los leprosos deben ser separados y ritualmente purificados antes de que se les permita acercarse al templo cuando ya hayan sanado. Todas las secreciones físicas son profanadoras y hacen imposible cualquier acercamiento al templo. Los sacerdotes sólo pueden entrar en contacto con la muerte cuando muere su próxima parentela. Pero el sumo sacerdote jamás ha de entrar en contacto con la muerte.

En otras palabras, ha de ser perfecto como hombre, si es que ha de ser sacerdote. Esta idea tan reiterada de la perfección física también funciona en la esfera social y especialmente en el campamento del guerrero. La cultura de los israelitas llegó a su apogeo cuando rezaban y cuando combatían.


El ejército no podía vencer sin la bendición, y para mantener la bendición sobre el campamento tenían que ser especialmente santos. Por lo tanto, el campamento había de preservarse de la profanación tanto como el Templo. Aquí igualmente toda secreción física descalificaba a un hombre para entrar al campamento, del mismo modo que descalificaba a un adorador para acercarse al altar. Un guerrero que hubiese tenido una polución nocturna debía mantenerse fuera del campamento durante todo el día y regresar tan sólo después del atardecer, tras haberse lavado.

Las funciones naturales que producían desperdicios corporales tenían que desempeñarse fuera del campamento (Deuteronomio XXIII, 10-13). En breves palabras, la idea de la santidad recibió una expresión externa y física en la perfección del cuerpo considerado como recipiente perfecto. La perfección también se extiende hasta significar el cumplimiento dentro de un contexto social. Una empresa importante, una vez comenzada, no debe dejarse incompleta. Si esto sucediera el hombre quedaría descalificado para el combate. Antes de una batalla los capitanes proclamarán:

5, ¿Quién ha edificado una nueva casa y no la ha estrenado todavía? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en la batalla y otro hombre la estrene.
6, ¿Quién ha plantado una viña y no la ha disfrutado todavía? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en la batalla y la disfrute otro.
7. ¿Quién se ha desposado con una mujer y no la ha tomado todavía? Váyase y vuelva a su casa, no sea que muera en la batalla y otro hombre la tome. (Deuteronomio XX.)

(Escrito por Fedeguico)

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22 abril 2007
La moral del pedo
Tras muchos años de estudio y reflexión, y basado en trabajos previos de mis maestros Aristóteles, Platón, Descartes, Nietzche, Habermas y Agapito Maestre (sobre todo y sobre todos este último, figura egregia del saber filosófico universal) he logrado construir un nuevo paradigma filosófico, un trabado armazón teórico omnicompresivo, que da respuestas, respuestas verdaderas, contundentes y definitivas, a las grandes cuestiones que, desde la noche de los tiempos han acompañado, persistentes y molestas, al ser humano en su devenir.

Denomino a este nuevo y, ciertamente, complejo sistema de pensamiento LA MORAL DEL PEDO.


¿Y qué es la MORAL DEL PEDO? ¿Cómo podríamos definirla?

A estas pertinentes preguntas podríamos responder con una somera aproximación a los principios filosóficos que constituyen la base de este entramado teórico. Con una simplificación d
e vocación divulgativa, diríamos que la MORAL DEL PEDO consiste en encontrar sumamente desagradable y repugnante en los demás cosas que, en nosotros mismos, nos parecen graciosas y agradables. Por citar al egregio Agapito Maestre, desertor del arado, “…los que nos quejamos de las ventosidades ajenas solemos disfrutar agitando las sábanas para gozar de las propias. Yo, al menos, así lo hago…”

Jünger Hab
ermas expresaba esto mismo en su Teoría de la Accíon Comunicativa, diciéndonos que "el concepto de acción comunicativa fuerza u obliga a considerar también a los actores como hablantes u oyentes que se refieren a algo en el mundo objetivo, en el mundo social y en el mundo subjetivo, y se entablan recíprocamente a este respecto pretensiones de validez que pueden ser aceptadas o ponerse en tela de juicio. Los actores no se refieren sin más intentione recta a algo en el mundo objetivo, en el mundo social o en el mundo subjetivo, sino que relativizan sus emisiones sobre algo en el mundo teniendo presente la posibilidad de que la validez de ellas pueda ser puesta en cuestión por otros actores."




(Escrito por Fedeguico)

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23 marzo 2007
Ceci n’est pas une pipe
Os voy a contar un cuento. Un bonito cuento. Para que os lo apliquéis. Para que os apliquéis el cuento.
Los más listillos de entre vosotros ya os lo sabréis. Aplicáoslo igualmente
Se trata de un cuento hindú, que recoge Rabindranath Tagore.

Érase una vez un matrimonio muy pobre, muy pobre, muy pobre. Apenas podían ir subsistiendo a diario haciendo todo tipo de economías y sufriendo toda suerte de privaciones.

Ella pasaba los días hilando en la rueca delante de la puerta de su modestísima casita, para ayudar con unas pocas monedas al sustento de su hogar. Todo aquél que pasaba por delante de ella se quedaba prendado del hermosísimo pelo negro que caía sobre su espalda. Ella lo cuidaba con esmero para preservarlo siempre bello. Era su más preciado bien y se sentía muy orgullosa de él. La imponente mujer del más rico mercader de por aquellos contornos miraba siempre con indisimulada envidia aquella preciosa cabellera.

Él trataba de vender -más que vendía- unas pocas frutas y verduras en el mercadillo del pueblo. Frutas y verduras poco vistosas, la verdad sea dicha. En la boca llevaba una vieja y hermosa pipa, herencia de su padre, a la que apreciaba sobre manera y que era su compañera en las largas horas de trabajo, lejos de su casa. La pipa solía estar casi siempre vacía, ya que no había dinero ni para tabaco ni para gasto superfluo alguno. A su alrededor, los otros vendedores más ricos y presuntuosos echaban espesas y azuladas volutas de humo, ante la envidia secreta de nuestro pobre hombre.

(René Magritte, "Ceci n'est pas une pipe")

Se acercaba el aniversario de bodas. Ella quería hacerle un regalo a su hombre. Pero no contaba con dinero alguno…

De pronto, una idea iluminó su mente. Sus ojos de azabaches brillaron de alegría y de decisión. Rápidamente se dirigió a la casa del rico mercader. Un criado la hizo pasar…

Cuando salió de la casa, llevaba la cabeza cubierta por un pobre pañuelo. Había hecho el mayor de los sacrificios. Había vendido su pelo por unas pocas monedas de cobre. Pero estaba contenta. Una sonrisa iluminaba su cara.

Con gran alegría se dirigió a comprar un poco de aromático tabaco. Era el regalo que pensaba hacer a su marido. Ya lo imaginaba entre los demás vendedores, fumando -esta vez sí- el también, lanzando al cielo bocanadas de humo.

Esperaba nerviosa, impaciente, con el pequeño paquetito en sus manos. Miraba el camino por el que siempre él volvía, cantando y silbando.

Al fin le vio. Como siempre. Cantando y silbando. Feliz.

Feliz porque iba a darle una gran sorpresa a su queridísima mujer. Iba a hacerle un regalo de aniversario que ella no esperaba. Iba a regalarle unos peines para su hermoso cabello. Unos peines que había podido comprar tras vender su vieja y querida pipa.

(Escrito por Fedeguico)

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