Una sed rabiosa me obligó a vencer la postración en la que me encontraba desde hacía días, tal vez meses, quizás años, no sé. Era la hora incierta de la madrugada y sólo oía el misterioso crepitar nocturno de los viejos muebles del aposento mezclado con el silencio envolvente. Con un innecesario sentido del pudor me puse los viejos y sucios calzoncillos para salir de la alcoba. El largo pasillo, que la acumulación de muebles hacía aun más estrecho, se abrió ante mis ojos tortuoso, enneblinado, vacilante. Harto trabajo me costó adelantar un pie para atravesar la puerta. Con ello cambió el mundo. Del habitual, mi alcoba, un confortable útero materno, pasé a otro menos conocido, frío y hostil. Tenía un firme que no era firme o a mí así me lo parecía. Confesaré que era un mundo ignoto y aterrador, lleno de densas brumas. El acicate de la sed era acuciante y sin saber cómo inicié la travesía, una aventura para la que ya no quedaban otros arrestos que los que aportaban una impelente necesidad biológica. Combatí la adversidad del medio apoyándome en cuatro puntos, arrastrando pos pies por el suelo y las manos por las paredes. Los ojos mejor cerrados porque abiertos dejaban pasar una luz turbia y lechosa que me hacía ver obstáculos donde podía no haberlos.
De esta guisa logré llegar a la cocina. Di con la nevera, un mamut antediluviano con una gruesa y pesada puerta, casi por milagro. Deslumbrado por la débil luz interior que salió cuando la abrí logré palpar la botella del agua fría que necesitaba para apagar la sed. Renuncié a buscar un vaso y bebí a gollete. También renuncié a encontrar el grifo para reponer el agua y dejar el botellón lleno. Supe sin embargo que Lola se daría cuenta y que refunfuñaría a la mañana siguiente en voz alta al pasar por mi puerta para que la oyera. Qué más da, me dije, que refunfuñe, ya me tiene acostumbrado a sus enfados y riñas vengan o no a cuento. Es una vieja autoritaria, una mujer apergaminada y agria que ni parir pudo. Hasta el marido murió pronto para no tener que aguantarla más. Machorra, pensé como otras veces, una machorra, eso es lo que siempre ha sido. Pues que se joda la Lola, coño, y que me deje en paz de una puta vez.
Arrullado con estos pensamientos logré enfilar el pasillo en sentido contrario de la misma forma que a la ida. Antes de llegar a mi puerta creí ver que alguien avanzaba con decisión hacia mí. Por si era una alucinación abrí cuanto pude los ojos. El negro bulto seguía avanzando, estaba ya muy próximo. Fue entonces cuando uno de mis cuatro apoyos cedió y caí al suelo blandamente. El bulto se acercó, me agarró por los brazos y me puso en una postura algo más presentable, sentado en el suelo y de espaldas a la pared. La luz del pasillo se encendió de repente y me hirió en las pupilas sin piedad. Por el olor supe que era Lola, estoy seguro de que era ella, pero no musitó. Ni siquiera me riñó como esperaba. Me levantó con cierta delicadeza inédita en ella y me llevó hasta mi alcoba. Me arropó con las cobijas, dijo algo que no entendí, apagó las luces y se marchó sigilosamente.
La fontanería intestinal inició pronto su trabajo trasegando el agua injerida y por ella supe durante algún tiempo que estaba vivo. El espacio de la alcoba se hizo inmenso. Poco a poco. Tan inmenso como puede que sea eso que llamamos el universo, o el cosmos, porque tomó la forma de una bóveda infinita, tan alta como el firmamento y tan oscura como él en noches cerradas. La cama, y yo con ella, experimentó un proceso opuesto y nos hicimos infinitamente pequeños, insignificantes. Cuanto más enorme se hacía el espacio de la habitación, más pequeños nos hacíamos la cama y yo en ella, hasta hacerse un punto insignificante y sin referencias en el espacio combado. A pesar de mi pequeñez mi mente era capaz de ocupar todo aquel espacio inmenso, inconmensurable, y se adaptaba sin esfuerzo alguno a sus inexistentes o invisibles límites. La reducción progresiva de mi cuerpo encamado llegó a tal extremo que las tripas no pudieron seguir jugando con el agua. El espacio envolvente y mi mente se confundieron, se iniciaron una y la misma cosa, pero, al mismo tiempo, podía ver mi cama conmigo dentro. Tan pronto veía el espacio envolvente desde mi insignificancia como mi insignificancia desde el espacio envolvente.
Fue así como dejé de ser un juguete del tiempo para ser el tiempo mismo, perfectamente adaptado al espacio infinito.
… saciada
Siempre temí que la última noticia que recibiría de ti fuera la que al final ha sido: tu muerte casi como un indigente. Recién me llamó M. para decirme: a C. lo han encontrado muerto en una cochambrosa casa de huéspedes. Lo curioso es que tú también sabías que podía ser así. Lo temías y hasta tal vez lo buscabas, pero no te creía con las fuerzas suficientes como para conseguirlo. Hasta para dejarse morir en una triste pensión de barrio hay que ser muy valiente y tú, como sabías muy bien, nunca lo fuiste.
Voy a serte sincero, C., amigo. Siempre temí que lo peor que podía ocurrirte era que tu vida se arrastrara durante años deshilachándose hasta el último hilo, dando ese espectáculo deprimente y desesperante de ese prójimo que siempre esperas, y temes, que te pida la caridad de que le des un rato de charla para poder seguir tirando sin ganas de tirar.
Dudaba de ti, como te digo. Temía que no tuvieras los huevos de atreverte a cumplir con la obligación que te habías impuesto; porque cerillera de un bar de putas es un destino para el que se necesita tener un par y tú, como tanto blasonabas en broma, eras ciclán.
El forense ha tenido que destrozarte aún más de lo que ya estabas para decir lo que hasta los más lerdos sabíamos, que has muerto con el hígado hecho añicos. Ha omitido, sin embargo, tal vez por pudor, decir en su burocrático y frío certificado de defunción que el corazón lo tenías como el hígado. A los científicos nada les dice que un cadáver haya sido encontrado con rigor mortis avanzado en una pobre pensión perdida y sin nombre de la ciudad donde nació el occiso hace algo más de medio siglo.
Quienes te conocimos preferimos quedarnos con un diagnóstico tal vez menos valioso administrativamente hablando pero infinitamente más exacto. Nosotros tus amigos sabemos que has muerto víctima de un síndrome agudo de soledad, esa hija de la gran chingada precursora de tu muerte, esa soledad total que no hay hombre en la tierra que sea capaz de soportarla porque, para conseguirlo, también hay que tener un par completo, y tú, como siempre dijiste, sólo tenías la mitad. Ha sido el tuyo medio siglo de implacable soledad que bien pudo parecerte un siglo entero. Esa gran Dama, la Soledad, la fuiste alimentando y fabricando tú mismo, y con tus propias torpes manos, fuiste tú el que le dio forma día a día, con el frío sudor de tu frente. Y aunque no ignorabas que te estabas aniquilando sin pausa pero con prisa, seguías retándola día a día, esperando que alguno de ellos consiguieras rematar la faena.
Ahora la soledad ha concluido su obra en este mundo y te has ido a la soledad telúrica del otro, si es que hay otro. Has encontrado, pues, lo que buscabas. Ya se acabó, C. Estarás bien orgulloso de tu proeza. Has conseguido, además, lo que siempre anhelabas, llevar la delantera, siempre y una vez más, a todos los que te conocíamos. Siempre fuiste un niño con hambre insaciable de afecto. Tu error fue buscarlo a través de la notoriedad. Será al menos tu último orgullo, un orgullo póstumo. El rostro de tu cadáver lo está blasonando a los cuatro vientos por medio de una apabullante seriedad. Con ella pareces dejarnos el silencioso mensaje de que nada hay, en efecto, más serio que la muerte. De nuevo hay que admitirte, amigo, que, como tantas veces, también hoy llevas toda la razón.
(En la villa y corte de Madrid a los 28 días de septiembre del año 1983 d. C., el de la inhumación de tu cadáver en el cementerio civil, tal como querías)
(escrito por Desdeluego)
Etiquetas: Desdeluego
"He visto cosas que vosotros no creeríais... atacar naves en llamas más allá de Orión, he visto rayos C brillar en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser... he visto a España intervenida por el Directorio Europeo, al intrépido Zapatero obediente como un cordero ante el ultimátum carolingio..."
http://www.lavanguardia.es/politica/noticias/20100513/53926920751/la-puerta-de-tannhauser-zapatero-estatut-aznar-jose-luis-rodriguez-zapatero-alfredo-perez-rubalcaba-.html