Marcha interesada, salida para un regreso triunfante, abandono estudiado, cese inesperado, alguna arista desconocida del tamayazo, ambiciones crematísticas a muy corto plazo, compromisos adquiridos, diferencias por la profunda contrarreforma sanitaria madrileña entre la presidenta malhablada y el yerno del suegrísimo Carlos Fabra, la perfecta encarnación del mal, balas reencontradas tras la despiadada lucha por el poder de Caja Madrid, análisis frío en las heladas aguas del cálculo egoísta sobre el futuro electoral del PP en la Comunidad de Madrid… No vale la pena perder tres milisegundos en establecer arriesgadas e insustantivas conjeturas políticas sobre salida del gobierno madrileño del consejero de Sanidad Juan José Güemes, un alumno aventajado del todopoderoso Rodrigo Rato, un joven ex analista del Servicio de Estudios del Banco de España. Otro entrará con procedimientos similares, aspiraciones afines y objetivos idénticos. Se habla de clonación.
No importan, decía, todas esas historias de la prensa política rosa. Importa en cambio una derivada segunda de este llamado “jueves negro de la presidenta” Aguirre y Gil de Biedma, la cólera zafia y chulesca del neoliberalismo nacional-católico. El yernísimo ha abandonado, o le hacen abandonar momentáneamente, ya se verá, las instituciones públicas para irse a trabajar a una empresa privada. No importa el nombre. Es obvio que los numerosos contactos, servilismos y redes establecidas durante sus más de 15 años en instancias decisorios del poder político le serán de enorme utilidad en su nueva labor y en las estrategias de poder de su nuevo destino empresarial. El caso Zaplana es un precedente que ilustra.
Pero ¿con quien compartirá sus tareas en su nuevo destino laboral el ex consejero de Sanidad del gobierno madrileño de ultraderecha? Tomen nota: con Jordi Sevilla, aquel ex ministro del PSOE, consejero áulico del presidente Zapatero y asistente y ponente a encuentros sobre la renta básica, y con José María Fidalgo, sí, el ex secretario general de Comisiones Obreras, el sindicato surgido en la lucha antrifranquista, la punta de lanza, si se me permite la mala expresión bélica, del combate ciudadano y obrero contra el fascismo hispánico. Ni más ni menos. Alguien los debe crear y ellos se junta al cabo de los años, con salarios, según se ha podido oír en emisoras radiofónicas, que superan los 150.000 euros anuales, los 12 mil euros mensuales, unas 10 veces más de lo que gana un trabajador español medio (No hablemos ya de los “otros ingresos”, sustantivos sin duda, que suelen acompañar esos puestos de mando y trabajo).
¿Qué conclusión puede extraer la ciudadanía? De hecho, ¿qué conclusión extrae? Pues que Hobbes y Maquiavelo, por citar los clásicos nombres, se quedaron cortos, muy cortos, cuando describieron las luchas por el poder y que en España, pero no sólo en España, existe una elite dirigente, formada por políticos profesionales acomodados, líderes sindicales que han claudicado, dirigentes empresariales, periodistas e intelectuales orgánicos del poder establecido y demás grupos afines, que se relacionan, se apoyan, se traicionan en ocasiones, se intercambian privilegios, se hacen favores, construyen potentes redes, y que una parte de ese interesado teatro público-privado se presenta a veces como realización positiva de la democracia y de las libertades cívicas. Vivir para ver, oír y leer.
No hace falta que les apunte lo que puede sentir un ciudadano confiado -el que suscribe es un ejemplo que ejerció de tal durante más de veinte años y hasta fechas muy recientes- en la historia de un sindicato obrero, de una organización que se sigue llamando ”Comisiones”, y obreras por si fuera poco. Nada, que veinte años quizás no sean nada, como dice el tango y dijera Joaquim Jordá, pero que ya está bien de tanta unión antidialéctica de supuestos opuestos. Todo fluye, decía el filósofo oscuro, pero casi siempre hacia la misma dirección, hacia el mismo nudo.
Salvador López Arnal
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