Para empezar, está probado que cambios climáticos profundos pero no antropogénicos los ha habido siempre. Basta con comparar la Tierra tropical del Secundario, aquel paraíso de los reptiles, con la de la era glacial y la actual de los grandes desiertos. Nuestro planeta es un sistema climático en equilibrio inestable.
También está claro que hay una propensión humana a destruir por agotamiento los ecosistemas en los que se vive, la cual ha existido desde que los hombres inventaron la tecnología, es decir, por lo menos desde el Neolítico. Los ejemplos más claros se ven en las islas. Un caso histórico es el de la destrucción de la cultura Rapanui en la isla de Pascua, mediada por un proceso de deforestación. Otro ejemplo más reciente es el de Haití. La foto que se muestra, tomada desde un satélite, refleja claramente la situación: un río con muchos meandros la cruza de arriba abajo; a la izquierda está Haití, a la derecha la República Dominicana; la razón de la deforestación haitiana está en que una población muy pobre y fatalmente dirigida ha utilizado la leña de sus bosques como única fuente de energía; mientras que en la República Dominicana se ha hecho un uso extensivo del gas licuado y han estado vigentes normas de protección de los bosques.
La cuestión clave es si puede existir una relación causal entre las dos constataciones anteriores, es decir, si un cambio introducido por los humanos en el ecosistema planetario puede llegar a producir un cambio climático. Para dirimirla hay que enfrentar dos problemas bien distintos, que están ahora en discusión:
1).- ¿Qué pruebas tenemos de que actualmente esté en marcha un cambio climático? Porque no es lo mismo un cambio climático estable que una simple fluctuación aleatoria. Claro que la diferencia entre ambos lo es solo de ritmo, pues todas las fluctuaciones pueden verse como cambios y todos los cambios como fluctuaciones, según sea la escala temporal que empleemos para observarlos. Utilicemos el criterio de aceptar que estamos ante un cambio climático cuando sus consecuencias son irreversibles durante períodos de al menos un siglo, que es la cantidad de tiempo que une a bisabuelos con bisnietos, es decir, una medida bien humana. Desde esta perspectiva, la pregunta que se están haciendo los climatólogos es: ¿podemos prever y describir en detalle los efectos climáticos que pueda tener a mediados y finales del S. XXI, de persistir, el calentamiento global que se está produciendo desde comienzos del S. XX?
2).- ¿Somos los humanos responsables de este presunto cambio climático? Que somos capaces de alterar el aspecto de la Tierra es algo que no ofrece duda. Ahí tenemos la iluminación nocturna del planeta, apreciable en esas fotos de satélite que, como la mostrada aquí, son un icono de nuestra época, una iluminación que, en sí misma, no parece tener ningún efecto climático.
Pero si reflexionamos en la cadena de causas sobre la que descansan estos bellos iconos, descubrimos que detrás de la luz artificial está la energía eléctrica, y detrás de ésta, mayoritariamente, la combustión de hidrocarburos fósiles, es decir, del carbón, el petróleo y el gas. La quema de los combustibles fósiles no ha resultado solamente en luz, también en industrialización, urbanización y movimiento artificial, pues hoy vivimos plenamente en la civilización del automóvil y las grandes ciudades. Dicha combustión es un proceso de oxidación en el que los átomos de carbono se integran en moléculas de CO2. De manera que un cambio planetario antropogénico, que viene produciéndose desde el comienzo de la Revolución Industrial a mediados del S. XIX, ha sido y sigue siendo el aumento de la concentración atmosférica de CO2, que los climatólogos han podido demostrar que es hoy un 30% superior a los niveles preindustriales, todo ello como resultado de la acción humana. La discusión está centrada aquí, en determinar si estos cambios indudables tiene o no unos efectos sobre el clima.
Lo que parece fuera de duda es que el aumento de la concentración atmósférica de CO2 y otros gases de efecto invernadero tiene el potencial de causar efectos climáticos: y que estos consisten básicamente en un calentamiento global de la atmósfera, que puede alterar la distribución de las lluvias en latitudes templadas, fundir los hielos aumentando el nivel del mar, hacer más frecuentes e intensos los fenómenos meteorológicos extremos, como huracanes, inundaciones y sequías etc. Y no solo esto. También puede suceder que la acción humana no resulte solamente en bosques incendiados, sino que sea la cerilla capaz de incendiar el gran bosque global. Es decir, que pequeños cambios climáticos antropogénicos puedan catalizar cambios irreversibles en los equilibrios planetarios globales; por ejemplo, un leve calentamiento planetario de origen antropogénico puede provocar la gasificación de parte del CO2 disuelto en los mares, la cual se retroalimenta positivamente resultando en un calentamiento global. Puede desencadenarse así un alud irreversible que no pare hasta que no se llegue a un nuevo estado de equilibrio climático, quizá muy distinto al que soporta actualmente la vida en nuestro planeta y, más en particular, desfavorable para las civilizaciones humanas.
Pero que todo lo anterior sea posible, ¿implica que también sea probable, es decir, nos obliga a tomar medidas correctivas anticipadas?
Esta pregunta conduce al problema más acuciante en el momento actual, la enorme dificultad técnica y científica de predecir cambios a largo plazo en el ecosistema planetario, teniendo en cuenta que el conjunto de atmósfera, hidrosfera y litosfera forma un sistema climático extraordinariamente complejo.
Lo más difícil de prever en estudios sistémicos son las retroalimentaciones, que si son negativas pueden retrotraer a los sistemas a sus situaciones de equilibrio, y si positivas profundizar o acelerar las situaciones catastróficas, y que además se entrecruzan en redes muy complejas. Los climatólogos abordan todos estos problemas mediante la simulación en modelos informatizados a los que hacen correr en poderosos computadores. No hay un modelo único, sino cinco o seis modelos independientes, rodando a la vez en los países más avanzados científicamente, que intercambian y contrastan sus resultados. En el corazón de estos modelos hay varias docenas de ecuaciones físicas absolutamente ciertas. Pero muchas de estas ecuaciones incluyen constantes a las que hay que asignar valores deducidos empíricamente. En esto consiste la parametrización de los modelos, necesaria para que rueden con suficiente realismo y puedan hacer predicciones razonables. La manera en la que los científicos han procedido a esta parametrización consiste, básicamente, en ajustar los modelos para que hagan predicciones correctas acerca de la evolución del clima terrestre en el último siglo ya pasado, del que existen datos climáticos fidedignos. Y así han conseguido construir modelos con una capacidad de predicción muy elevada. Los cuales indican que, de no detener la acumulación antropogénica de CO2 atmosférico, la superficie terrestre puede calentarse entre 3 y 6ºC en el curso del próximo medio siglo, con importantes consecuencias climáticas.
En general en ciencia, y en particular en estos problemas científicos de naturaleza sistémica, es muy difícil llegar a conclusiones generales absolutas. Cualquier afirmación tiene que venir precedida por un enorme SI seguido de las condiciones que la fundamentan. De manera que las afirmaciones científicas, salvo en el caso de unas pocas leyes generales expresadas matemáticamente, siempre están condicionadas, nunca son absolutas.
En cuanto a las negaciones absolutas, ni siquiera es legítimo hacerlas. Todavía son más inaceptables las afirmaciones de las negaciones, como esa que dice: “(puedo afirmar que) NO HAY CAMBIO CLIMÁTICO”, o “(está demostrado que) no hay evidencias de cambio climático”, mucho más artera esta última y ambas profundamente irracionales. Lo único correcto es afirmar que el cambio climático, su inevitabilidad, "no ha sido probado fehacientemente", lo que quiere significar que las pruebas aportadas no han convencido al declarante. Pero resulta que la comunidad científica de los climatólogos está mayoritariamente de acuerdo en que hay un riesgo de cambio climático antropogénico.
A partir de aquí, estos científicos se han enfrentado con un problema moral. ¿Deberían alertar a la sociedad terrestre de los riesgos que ven perfilándose en el horizonte? Y han concluido que están obligados a hacerlo, aunque no dispongan de pruebas incontrovertibles.
Por eso lo que los climatólogos, a través del IPCC y por otros muchos canales, nos están diciendo, es que puede que se esté iniciando un cambio climático de origen antrópico, pormenorizando además las posibles consecuencias. También nos están indicando quiénes son los principales culpables, el CO2 y otros gases de efecto invernadero, por tanto cuáles son los caminos que pueden llevarnos a conjurar el peligro.
Se trata, por cierto, de unas afirmaciones terribles. Con esto los climatólogos han cumplido con sus responsabilidades proféticas. Y es que como profetas actúan. Pero atención, un profeta no es un orate al que no se le deba hacer caso. Su mensaje tiene sólidos fundamentos racionales y está lleno de lógica, así que debe escucharse con atención.
Eso es lo que, de alguna manera, la sociedad global está intentando hacer. Primero fue Kyoto, ahora Copenhague. Los líderes políticos mundiales empiezan a situarse ante lo profetizado por los climatólogos y a estimar en qué medida es posible, haciéndoles caso, cambiar el rumbo de colisión con una catástrofe climática que llevamos los humanos.
Se empieza a intentar también, porque es necesario, que los terrícolas de la calle cambiemos nuestra visión del planeta y empecemos a actuar en consecuencia, aceptando que tenemos intereses (o problemas) comunes en cuya defensa (o resolución) nos va nuestra supervivencia y hasta la de nuestros tataranietos.
No se trata de instalarse en una visión catastrofista del futuro, como la que expresa el gran Leonardo en su dibujo del Diluvio, sino de que le plantemos cara a realidades nuevas, siempre con un talante proactivo. El paradigma del crecimiento ilimitado carece hoy por hoy de sentido. Conviene que los humanos aceptemos sin complejos que el planeta Tierra se nos está quedando pequeño. Que por ello existe un desafío planetario, uno de cuyos aspectos es el posible cambio climático inminente. Y que dicho desafío solo puede irse resolviendo paso a paso, con prudencia, de modo que el sistema global pueda ir asimilando los cambios sin romperse. Pero este es otro tema cuya exposición y discusión sería larguísima.
Lo que sí me gustaría dejar dicho es que quizá estemos entrando en una época en la que volvamos a necesitar humanistas y domesticadores. También ingenieros. Quizá, desde el punto de vista de la supervivencia de nuestro sistema global, los científicos hayan cumplido ya su misión. Y convenga ir pensando en darles humildemente las gracias.
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