La primera pregunta que me hago es: ¿se puede escribir sobre el aburrimiento sin aburrir?
Yo creo que sí, siempre que uno no tenga tentaciones de tratadista y se limite a pizquear aquí y allá, así que voy a intentarlo.
Ya de entrada comprendo que el tema es demasiado amplio, hay que acotarlo, hablemos de literatura, ¿cómo ha tratado la literatura el aburrimiento?
Bueno, algunos autores lo han hecho con todo rigor, otra cosa es que se dieran cuenta. Si queremos una definición literaria, tenemos la de Felipe Benítez Reyes, que sostiene que el aburrimiento es uno de los nombres en clave de la inspiración, lo que seguramente no es sino una boutade más o menos ingeniosa.
Esto puede entenderse como que habría que estar ocioso para poder crear, esperando la idea, como si la acción fuese algo contrapuesto al pensamiento. No sé si es en este sentido en el que aquel graffiti de mayo del 68 decía que “el aburrimiento es contrarrevolucionario”, algo que leí en Raoul Vaneigem.
Pero también podría decirse que del aburrimiento, como reacción, surge el artista, que huye de aquél.
Ahí tenemos al pobre Rimbaud, en Harar, escribiendo a su casa: "Je m'ennuie beaucoup, toujours; je n'ai même jamais connu personne qui s'ennuyât autant que moi". No creo necesario traducir.
El hombre había escapado de su ciudad, hastiado de su madre, de su familia, primero, y de Verlaine y tal vez de la poesía, después, para acabar en Etiopía, rompiendo con la literatura, quien sabe si aburrido de escribir. Puede pensarse que no hacía sino escapar del aburrimiento, sin conseguirlo.
En otros casos el aburrimiento no es ya el motor sino el tema. Baudelaire nos habla del spleen. Spleen, en inglés, es a la vez aburrimiento y bazo. Por lo visto se pensaba que el bazo producía la bilis, e identificando ésta con el aburrimiento acabó por usarse la misma palabra, aunque he leído que otras culturas consideraban al bazo el órgano de la risa. Esta contradicción me resulta insalvable desde mi modesta experiencia personal, que se limita al recordatorio de aquel parroquiano de todas las tabernas de mi pueblo que tras sufrir una esplenectomía acabó rebautizado como Simbad.
Pero no se puede identificar el spleen de Baudelaire con aburrimiento, con tedio. El spleen es algo más, requiere una actitud estética, que culmina en una creación literaria. Y evidentemente está unido a la ciudad, es decir a la modernidad, de la que el aburrimiento es una de sus más reconocidas características.
Ha habido muchos más, por supuesto, Pessoa, Beckett, Sartre, que dirá que orgullo, lucidez y tedio son sólo uno.
O Gombrowicz, que no acababa ningún libro, a quien intrigaban los autores que leían al público sus propias obras sin pensar siquiera si resultarían aburridos.
En nuestro país el aburrimiento, en literatura, no ha dado gran cosa, algo perfectamente lógico si se tiene en cuenta aquéllo que decíamos de que no es sino un atributo de la modernidad, concepto que en España es mayoritariamente desconocido.
La excepción, estupenda pero excepción, la tenemos en Ramón Gómez de la Serna, al fin y al cabo un señorito que paseaba por Madrid, un flaneur, y por supuesto en las grandes crónicas de su devoto Umbral, que no en vano tituló como Spleen de Madrid.
En nuestros días, para poder escribir sobre cualquier tema con un mínimo de originalidad, para no aburrir, no queda más remedio que dar una vuelta de tuerca. Así Saul Bellow, en El legado de Humboldt, cuyo protagonista, Charlie Citrine, autor de éxitos antiguos, mezcla sus problemas económicos con su ex mujer y las cuitas con un gangster de medio pelo, con sus divagaciones metafísicas sobre el aburrimiento, tema sobre el que prepara su gran obra, mientras vuela a Europa persiguiendo a su amante, que lo engaña con un empresario de pompas fúnebres.
Citrine, casi un obseso sexual, se presume intelectual, se devana los sesos entre consideraciones sobre Steiner o Thoreau, pero no puede evitar sentirse atraído por los hombres de acción.
Parece, por tanto, que los puntos de vista cambian pero el dilema continúa. Pensar o hacer. Aburrirse o decidirse.
Ahora bien, ¿es aburrido pensar?
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P.D: el entradista quiere aprovechar la proximidad de tan señaladas y hogareñas fechas … etc, etc.
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