No me movían intereses a favor de corruptos ni autoridades, que acaso, tratándose de tamaños asuntos, sea decir lo mismo. Tampoco iba a obtener beneficio alguno personal, salvo el placer de dominar tangencialmente acontecimientos de esos que la prensa interesada airea con esperanza de favorecer a sus contratistas.
Se trataba de un tribunal especial, heredero de otro de recuerdo feliz para determinada clase política, porque lo siguen usando como vitola de resistencia y pureza de sangre, aunque por aquel entonces malaprendieran las últimas letras con el plan de Villar Palasí. Sin embargo, el acceso es sencillo: una foto, un carné y una acreditación. Fisionomía disimulada, documento falso y adelante, cargado de un portafolios grueso, sólo por ser puntilloso y dejar la transcripción completa de las actas del último congreso de filatelia en lugar de los folios que iban a esfumarse.
Tres pisos hasta el juzgado, en un ascensor renqueante y poco poblado (qué diferencia con la jurisdicción ordinaria). La distribución habitual a lo largo de un pasillo: despachos del secretario y el ausente juez, ocupado (no iba a ser menos) en la salvaguarda de un dorado retiro que no saldría de sus emolumentos funcionariales, y la secretaría del juzgado, diez mesas y cinco funcionarios en activo. Puede que alguno más, pues algunos legajos y expedientes apilados temblequeaban sin duda movidos por alguna presencia humana tras ellos. Vencidos los primeros obstáculos con alto riesgo de lesión muscular, pues para llegar a la sección que me interesa debí saltar por encima de un expediente ajado y prisionero de cordajes amarillentos, donde se intuía una fecha del siglo pasado.
-La compañera ha bajado a desayunar. Pero no tardará. (Es más de medio día.)
-Claro, pero tengo una comparecencia a última hora y no me puedo demorar.
-Las últimas actuaciones están bajo aquella repisa. Las demás no lo sé.
- (Yo sí.) Gracias.
Desaté con cuidado, por no desollarme las manos, uno de los paquetes y hojeé lentamente algunos folios. Diligencias y diligencias de trámite ("dese traslado..." y "ofíciese...") que componen el ochenta por ciento de la masa de tales aberraciones. Cuando me fundí con el paisaje burocrático, apenas cinco minutos y dos o tres visitantes, me dirigí cansadamente al objeto de mi interés. Lo trasladé a la mesa contigua, vacía, de esas auxiliares y diminutas donde los abogados con suerte pueden informarse apresuradamente del estado de algunas causas. Lo abrí y extraje, al azar, un bloque de unos trescientos o trescientos cincuenta folios, donde advertí que había originales intervenidos en algún registro policial. Dejé en su lugar mi expediente ("La XLVI Exposición Filatélica nacional EXFILNA 2008, se celebrará en la ciudad de Oviedo, en el Auditorio-Palacio de Congresos "Príncipe Felipe" durante los días 28 de abril a 3 de mayo...") y me levanté. Aun me permití agradecer la atención a la funcionaria, que no levantó la cabeza de sus papeles y salí de la oficina. Bajé por las escaleras esta vez y devolví la acreditación mientras sonreía a la cámara de seguridad.
Pasan un par de semanas y nada sucede. Era de esperar. El magistrado ha regresado recientemente de sus crematísticas andanzas y la fiscal del caso no es adicta al trabajo. Pero me consta que hay agitación en el juzgado. Me dicen que el expediente ya no está donde solía. Es buena señal. Habrá que hacer una llamada a cierto periódico y excitar el celo de alguien con ganas de notoriedad.
Etiquetas: Phil Blakeway
0
jó, qué bueno!! el sistema Salander a la española (digital, puaj, a la rica resma!!)