La maldición del mármol les cae de la tierra, a todos. La finura geométrica antigua de ejecución imperfecta, la belleza turbia de una piedra, ya no existe; el mármol es hoy una obscena puta desgarbada que se pintarrajea la cara, porque así la desean. Del lado portugués, cerca de Badajoz, el Guadiana lengüetea triste sobre una masa marmórea emergida, arropada púdicamente por una colcha de arcillas y limos, que lo hace ancho y amarismado a ratos. En las dehesas se salpican las encinas entre los bolos blanquecinos, y hasta hay villares malformados con el rechazo de las canteras; hay tantas, todas en superficie. Tantas que por zonas se encuentran entremezcladas las grúas de extracción con los pastores, todos herrumbrosos, y bloques apenas desbastados con ovejas, todos blancos. En su día los adoquineros portugueses fueron los mejores de Europa y no hubo rey que se preciara que no los contratara a destajo para los pavimentos nobles de sus palacios. En España, en muchos. El más hermoso es el de la plaza del Palacio de Aranjuez. Adoquines cúbicos de mármol sobre camas de arena prensada, tan magníficos, tan perfectamente trazado su dibujo y tan bien plantados sobre la tierra.
En Evoramonte se firmó la paz de la única guerra civil de Portugal. En una casa simple; no sólo humilde, sino simple. Una chimenea magnífica, como todas las de la zona, enorme, insultante, y preciosa. El cementerio también se duele de la maldición del mármol. Una ermita extramuros, pequeña y rotunda, condensa en sí la perfección de lo adorable, al límite del olivar, como si lo vigilara. Pero los olivos no la miran, sino que la tropa en formación mira hacia el valle. Las casas están todas enjalbegadas, mano sobre costra, que será costra que cubra la mano del año siguiente. La densidad de las paredes enjalbegadas sólo es posible si hay pocas ventanas, sólo es digna y útil la cal cuando es mucha, cuando es tan masiva como el sol que la violenta, como la penumbra que queda a espaldas de la cal también es densa. Las ventanas han de ser pocas, para que la oscuridad sea penumbra, para que el muro enjalbegado sea aislante y tierno. Si no, la cal es sucia e inútil.
La fortaleza de Juromenha mira hacia España. Como las demás del entorno, fueron castillos de conquista o reconquista. Los portugueses de por allí se afanan en explicar que, a pesar de que miren hacia España, nada tienen que ver con que temieran la invasión del Este, que son sólo medievales. La verdad es que están trazadas según el esquema medieval de núcleo, muro cortina, liza y muralla, pero están enormemente ampliadas. Sin excepción, las últimas transformaciones son del XVIII, y mirando hacia España, quieran o no. La de Juromenha tiene los bastiones hacia el Guadiana al modo francés de Coulomb. Quedan los restos bastante enteros de una iglesia barroca policromada dentro, de cal el exterior. La de Monsaraz es enorme. Fue califal, seguro. La de Alandroal, otro tanto. En ésta, dentro del recinto, al atardecer, los hombres juegan a la malha, que es como la rachuela de la Sierra Morena. Pero la rachuela se juega con discos de plomo caseros, mientras que para la malha usan discos de acero bien calibrados, no sé si por influencia de los ingleses. Beben cerveza mientras tiran con fuerza, bastante lejos. Y siempre hay el que mira de oficio.
En la de Monsaraz un viejo de rasgos nobles me preguntó la hora. Sin que le contestara aún, me preguntó si era español. Se excusó por pedirme la hora, con la amabilidad de los portugueses, pero dejando bien claro que no llevaba reloj no porque no lo tuviera, sino porque se le había estropeado y por allí nadie se lo arreglaba. Era antiguo, me dijo, un reloj español. Porque en la toma de Badajoz los republicanos que lograron pasar el Guadiana llevaban sus relojes y los de los muertos que dejaron del otro lado, para venderlos a los portugueses y sacar con qué vivir un tiempo. Después pasaban por la noche los falangistas y los del ejército nacional a vender los relojes de los muertos, de los fusilados y los requisados a los detenidos. Todos los viejos de por allí, me explicó, tenían un reloj español. Le agradecí la charla, le hice una foto y me fui, sin llegar a decirle la hora. Ha sido un año y medio terrible.
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"Le agradecí la charla, le hice una foto y me fui.."
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Déu meu.