Hace unos días, Goslum me recomendaba ver la película llamada, en español, “Guerra de vinos”, traducción más o menos libre de “Bottle shock”, producción independiente estrenada en Sundance 2008. Rápidamente, y dado que el asunto me interesó al ver los trailers, me hice con élla (en esto también Goslum tuvo una intervención decisiva) y la vi. Un par de veces entera y otra más por cachitos. Y se la recomiendo a todos ustedes. Es una película de escasísimos recursos pero potente imaginación, americana por sus cuatro puntos cardinales y con algunas escenas muy divertidas. Cuenta, además, con la espectacular australiana Rachel Taylor, cosa que no es ninguna tontería. Les aseguro que no conozco ninguna enóloga becaria de semejante calado. Pero lo mismo existen, no sé.
O tal vez no. Tal vez, como casi todo en la película, Rachel Taylor también sea mentira. Porque ahí está la cuestión que me trae hoy a escribir esta entrada. Aunque se trate, como puede leerse –blanco sobre negro– nada más empezar, de una película “Based on a true story”, lo único que es cierto en el guión es que, en el año 1976, un Chardonnay californiano llamado Chateau Montelena ganó el ya mítico Juicio de París (que no de Paris) contra algunos blancos de Borgoña. Aunque (otra mentira) en la película se obvie, lo que hizo sonar las campanas de la enología mundial y puso a Napa en el mapa de los grandísimos vinos entonces fue, realmente, la victoria aplastante de los Cabernet Sauvignon californios sobre los de Burdeos. Pero en esta cinta, sólo se habla del Chardonnay. Quizás porque, según se sospecha, la familia Barret –propietaria de Chateau Montelena Winery– haya contribuido generosamente a la producción de la película. Pero igual son sólo habladurías.
Para cuando la vean, como espero y vuelvo a recomendar, les sugiero que tengan en cuenta algunos pequeños, mentirosos detalles enológicos (sin importancia los más de ellos, claro) y geográficos que les podrán ayudar a centrarse. Les señalo media docena de los más significativos.
(1) El valle de Napa no aparece, prácticamente, en toda la película. Sólo en dos fotos fijas (un indicador a Calistoga y el cartel –que no sé si existiría en 1976– de bienvenida al valle) y una toma nocturna del downtown de Calistoga. Desde luego, ni una sola de las hermosas espalderas son de Napa, sino de Sonoma y el Valle Alexander.
(2) Ninguno de los vinos blancos que se beben en la película es Chardonnay, aunque sólo se refieran a este varietal. Al menos, Chardonnay elaborado y criado en barrica de roble. En cuanto a los tintos, no sé porqué, son bebidos en vasejos despreciables, cual si no mereciesen una copa decente.
(3) En el año 1976, los viticultores y bodegueros de Napa eran cualquier cosa menos unos paletos irredentos como los que aparecen en la película. Desde que en 1938 el enólogo André Tchelistcheff, padre del valle actual, modernizara la producción implantando fermentaciones en frío, malolácticas en roble y crianzas a imitación de las francesas, el crecimiento de la misma fue constante y de cada vez mayor impacto mundial en cuanto a calidad. Robert Mondavi, por ejemplo, se establece en Napa en 1969, años después de que lo hicieran los hermanos Gallo. Es decir: los pobretones del sombrero de paja y los vaqueros con tirantes, simplemente no existían ya en 1976.
(4) En una preciosa secuencia, Rachel Taylor limpia con agua a presión, ante la atentísima mirada de Bo Barret y varios obreros de origen claramente mexicano, una prensa de listones de madera sacada, sin duda, de algún museo enológico. No ya en Napa: ni en la Manchuela se empleaban ya semejantes prensas en 1976. Sin embargo, en otra secuencia posterior vemos a Bo acabar de ordenar materiales junto a unos brillantes tanques de fermentación de acero inoxidable, con sus camisas de refrigeración, que no tienen más allá de diez años.
(5) El famoso vino ganador, no lo hizo el protagonista Jim Barret sino el enólogo (y socio parcial de Jim) Mike Grgich, que es quien sabía de vinos. De hecho, su nulo reconocimiento tras el premio le hace abandonar Chateau Montelena y montar, con gran éxito, su propia bodega (Grgich Hills Cellar) en Rutherford. Este hombre, no aparece en la película. Le pasa como a Guardiola en el guión que me he permitido pergeñar al principio del post.
(6) No quiero destriparles a ustedes el guión, pero el momento más importante de la película –totalmente relacionado con la enología– es una imposibilidad metafísica. O, peor aún, química. Un vino blanco con casi tres años de crianza en la barrica, no puede pardear. El pardeamiento se produce por oxidación de los polifenoles… y estos se transforman por completo con el paso por la madera. De forma que el mágico cambio de color, momento que aprovecha el film para presentar una Universidad de Davis ¡en el valle de Napa! y de la cual vemos sólo viñas (campo de prácticas, debía ser…), pivote importante en el desarrollo de la trama, es otra ficción.
Podríamos continuar con más anacronismos y anatopismos. No es menester. Vean, de verdad, la película y quizá comprendan por qué Steven Spurrier, organizador del Juicio de París y al que se presenta como un buscavidas medio ignorante, se ha desmarcado completamente de la misma. O por qué, con el paso de los años, la bodega Chateau Montelena acaba de ser vendida por unos 100 millones de dólares… a unos bodegueros franceses. De Burdeos, concretamente. Justicia poética, se llama eso. Al final, los galos han ganado esa guerra del vino.
Etiquetas: Protactínio, vinos
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