Prólogo ocioso
El autor de estos poemas disfruta de un buen número de años como inédito, habiendo superado ya la mitad de su vida deseable. Y la razón de haber permanecido en el secreto ha sido la timidez. Soy un autor bastante vergonzoso; y, en estos momentos, al descubrirme, siento un profundo temblor de origen sexual.
Una de las fuentes de las que mano es la filología egipcia, que nada tiene que ver con la poesía, pero es ambiente que me rodea. De Egipto, me interesan cosas como la sustantivación de las formas verbales de su idioma; y la diversidad mareante de los pájaros que frecuentan sus hileras de jeroglíficos. Todo ello se deja ver, aquí y allá, en algunos poemas. Y el lector no deberá tomarlo a mal.
Las fuentes más profundas de mi poesía se encuentran, bien lejos de la Literatura, en Einstein, Bach y Patinir. El primero fundamenta mis referencias para las ideas de espacio y tiempo y su intersección en la experiencia del sujeto (aunque la cosmología de mis poemarios sea más bergsoniana que einsteniana).
El flexible contrapunto de Bach me ha servido como modelo para el desarrollo de un espacio variacional, sucesión de combinaciones de lo mismo, en el cual el tiempo se suspende, se reitera y hasta puede invertirse y regresar.
Patinir fue el gran paisajista que no supo pintar figuras sino lejanías y extensiones crepusculares, inmensas y amenazadoras. Su obra (y, con él, la de algunos paisajistas entre los Primitivos Flamencos) me ha inspirado el tema del paisaje como vivencia de los límites y confrontación con uno mismo.
Así, pues, la temática de este poemario se centra en las nociones abstractas de espacio y tiempo. El lector se encuentra ante una obra que deriva de una poética del espacio, según la feliz expresión acuñada por Bachelard.
Las variaciones del espacio lo son paralelamente de la consciencia. El espacio es vivido, ante todo, en su transformación de distancia, límite y más allá. La exterioridad de un espacio fuera del espacio se ve representada por la interioridad o espacio subjetivo, mencionado comúnmente como lugar. Una serie de transformaciones topológicas conducen hasta la orilla de la subjetividad: las hileras, pasillos, conductos...; o las letras, los órdenes, la ciudad..., como secuencias espaciales; o los rincones, como puntos de aislamiento contextual. O las islas, como experiencia del límite y el naufragio, etc...
En cuanto al tiempo, dimensión íntima de la consciencia, aparece burlado y negado como tal. Acorde con las imágenes de recorrido del Inframundo de la Antigüedad Clásica; pero, más aún, con el modelo egipcio de itinerario del Sol a través del horario nocturno, la idea de tiempo es formulada como una variación más del espacio. Como si de una verdadera extensión espacial se tratase, el tiempo se deja recorrer en cualquier dirección.
En consecuencia, el tiempo dispone de una dimensión espacial que permite el regreso, la vuelta, como transformación última del espacio.
Imagen de síntesis, la montaña volcánica aparece en este poemario, aquí y allá, como fórmula de las relaciones entre espacio y tiempo. Al acercarnos al volcán, percibimos el tiempo como una totalidad ya sucedida, de la que sólo restan las escorias, el hundimiento. El tiempo, reducido a la propia extensión de la montaña, desciende por vías de degeneración, desde el fuego oculto del cráter, hasta el fuego oculto de los abismos, listos para la próxima erupción. La secuencia lineal del tiempo no es descrita como progreso sino como destrucción y cataclismo regenerador.
Y, finalmente, respecto a los poetas en verso que pudieran afectarme, he de decir que me gustan, ante todo, los poetas muertos, de quienes ya no es posible esperar un mal comentario por culpa de la irreversibilidad con que asumimos el tiempo.
También me gustan los poetas vivos, o coincidentes en la simultaneidad del espacio. Aunque no me propongo corromperlos a todos.
De los autores que aparecen citados en esta obra, unos me gustan y estimulan más; y otros, menos. Y, con los que no aparecen citados, me sucede lo mismo.
Lo normal en estos casos.
Antonio Hernández Marín
(11-6-07)
Ellos hablan a solas... y se cuentan
pequeñeces del todo y de la nada
o no se dicen nada; y en mi almohada
sobrenada un delfín y se presentan
los de turno: —Tú... Y, torvos, impacientan
un pasillo. (—Me siento tan burlada,
querido...: hay un poeta... No haya entrada
para él. —Abre. Hay dudas que ensangrientan
su infortuuuuunioooo...), me llega como un eco
de un furtivo al final de un recoveco.
Y grito a la pared: —¡Caigan tus tretas
y tus trajes de burlas y quebrantos!
Y ella exclama, detrás: —¡Ah...! ¿Los poetas...?
Es cierto que se mueren... Pero, ¡hay tantos...!
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