Y así es en mi caso. Yo sé de dónde mana mi mal humor. Y no es porque sea doctor en Ciencias por Valladolid (¡dónde va a parar con la Sorbona!), no. Es porque conozco al dedillo su génesis, su desarrollo y (¡dioses!) su previsible desenlace. Todo obedece a que, señores, llevo 3 meses / 14 semanas / 98 días / 2.352 horas / 141.160 minutos / 8.469.615 segundos sin fumar. Eso, al menos, dice mi quitómetro, pequeño programilla que amablemente me saluda con mis éxitos (Jose: 90 días sin fumar) y, sobre todo, me ayuda a interiorizar que me he ahorrado ¡313.70 leuros! Un capitalito, vamos. Y ustedes, quizás, se preguntarán: pero dejar de fumar, ¿es para estar enfadado? ¡Con el trabajo que les cuesta a otros! Usted lo deja sin demasiadas bajas y, encima, se cabrea. Pues sí: me cabreo. Mucho. Tanto que ni siquiera soy capaz de sentirme orgullosamente superior a cualquier fumador de los que se ven en la puerta de su oficina con cara de estar delinquiendo. Nada. Es más: me acerco a ellos y, como quien no quiere la cosa, aspiro un poco del humito residual y les pido, por favor, su solidaridad con mi persona. Fumador arrepentidamente pasivo, le llaman a eso. ¿Entonces…?
Entonces es que el dejar de fumar me llevó a comer y beber (más) compulsivamente. Antes, acababa el almuerzo y me prendía, tan tranquilo, mi purito. Ahora, a sabiendas de que dicho placer era imposible, me servía otro vino, me cortaba un enésimo pedazo de pan y apuraba ora el plato de embutidos, ora las patatas fritas. Incluso oficialmente finalizada la pitanza, guardaba la ausencia a mi Meharis empinándome un Larios 1866. Hasta que mi cuerpo me dio algún pequeño aviso. Bien. O no: ¿qué coño bien? Mal. Muy mal. A saber: se acabaron los aperitivos y el vino en comidas y cenas; el pan, a hacer puñetas; y, cómo no, una hora de ejercicio al día. De forma que no fumo, como poquito y apenas bebo. Ni vivo. ¿La salud? Pues supongo que bien. Por lo menos, pasable. Del peso, no me pregunten: mi barriga me impide ver el display digital de la báscula. Les ahorro los detalles sobre otras más cercanas partes de mi anatomía que, claro está, me están totalmente veladas.
¿Es, o no, como para estar cabreado? Tanto penar para morirse uno… Háganme caso: no dejen de fumar. Lo que les espera, es peor que la buena salud pulmonar. En serio.
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