Joseph John Thomson ganó el Nobel de Física en 1906 gracias a un modelo atómico tan sencillo como, aparentemente, comestible. El átomo vendría a ser como un bizcocho con pasas, para él raisin bread pudding: la amarillenta masa, una nube de carga negativa; los protones serían las pasas, cómodamente instaladas en la esponjosa, cálida matriz de pan y huevo. Así pues, y aunque sólo fuese como gastronómico reconocimiento al gran ingeniero y matemático de Cheetham Hill, al lado de Manchester, todos los químicos y los físicos del mundo deberíamos saber hacer un bizcocho de pasas. Y, en el colmo de la veneración, comérnoslo mientras se recita la lista de los once primeros Nobel cual si de una alineación futbolística se tratase: Röntgen; Lorentz, Zeeman, Becquerel; Curie I, Curie II; Strutt, Lenard, Thomson, Michelson y Lippmann. Un equipo apañadito; con una media muy potente y un delantero centro rompedor. De la escuela inglesa.
Hacer un bizcocho es de lo más sencillo. El asunto está en el punto. El punto de levadura y el punto de horno. En este, más que pasas, pondremos nata. Pero si alguien las desea, no tiene más que añadirlas a la pasta, justo antes de meterla al horno. Que sean, preferiblemente, de Corinto, que no tienen pepitas. En un bol grande, bate bien tres huevos y añádeles el contenido de un yogurt natural. Conserva el envase, porque será, a partir de aquí, la medida de todas las cosas. A la bien mezclada mezcla de los huevos y el yogurt ve incorporando, y por este orden, una medida de aceite de girasol, dos o tres (según seas de goloso o galgo, que se dice por mi pueblo) medidas de azúcar, dos medidas y media de harina, un sobre de levadura y raedura de limón. Con mantequilla, unta bien el molde para el pastel y deposita con cuido la amarillenta crema. Habrás precalentado el horno a 200-210º empleando tanto el calor convencional como el grill. Mete la masa y tenla cinco minutos (¡ojo! no más) en esas condiciones; entonces, apara el grill y baja la temperatura global a 150-160º. A la media hora, más o menos, mete una aguja de punto (o cualquier otro objeto pinchante: por ejemplo, un tenedorcillo de los empleados para fondues) en el pastel y comprueba si sale seca. De ser así, el bizcocho está listo.
Una vez desmoldado (¡siempre me gustó el verbo desmoldar!) y refrescado, corta el bizcocho horizontalmente, como si fueras a hacer un bocadillo con él, y rellénalo con nata edulcorada con el azúcar que te pida tu gusto. Calienta un poco de leche y una nuez de mantequilla en una cacerola chica, y añade chocolate Nestlé para fundir. Que quede espese, claro. Entonces, cubre bien el bizcocho y déjalo enfriar para que la costa se endurezca. Y verás.
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Hum, todo lo que lleva chocolate me pone.