Además tiene un estupendo humor, a veces negro, otras absurdo, siempre certero. Bolaño utiliza el ya clásico recurso de la digresión, del que se suele abusar, pero no nos endilga ladrillos a la manera de, por decir alguien, Javier Marías. Bolaño es más concreto, sus reflexiones son fogonazos breves y eficaces. Esto es, por ejemplo, lo que dice uno de los personajes, escritor, para más señas:
“No sólo ante mí mismo ni solo ante los espejos ni en la hora de la muerte que espero tarde en llegar, sino ante mis hijos y mi mujer y ante la vida serena que construyo, debo reconocer: 1) Que en época de Stalin yo no hubiera malgastado mi juventud en el Gulag ni hubiera acabado con un tiro en la nuca. 2) Que en época de McCarthy yo no hubiera perdido mi empleo ni hubiera tenido que despachar gasolina en una gasolinera. 3) Que en época de Hitler, sin embargo, yo habría sido uno de los que tomaron el camino del exilio y que en época de Franco no habría compuesto sonetos al Caudillo ni a la Virgen Bendita como tantos demócratas de toda la vida. Y una cosa va por la otra. Mi valor es limitado, bien cierto, mis tragaderas también.”
Hace unos días, un nickjournalista (¿Adrede?) nos trajo un artículo en que Pérez-Reverte cargaba contra Bolaño. Da la sensación de que Bolaño fue el escritor que Pérez-Reverte siempre quiso ser (y nunca será). Unos de los fogonazos escondidos en Los detectives salvajes sería perfectamente aplicable a Pérez-Reverte, y a muchos otros:
“A mi modesto entender, el problema radicaba en que Baca era el modelo de escritor Unamuno, bastante frecuente en los últimos años, que a las primeras de cambio lanzaba su perorata llena de moralina, la típica perorata española ejemplarizante e iracunda, la perorata del sentido común o la perorata sacrosanta…”.
No les canso más. Los detectives salvajes, con sus defectos, es un libro divertido, triste, extraño y sorprendente, que no se deben perder.
Etiquetas: Desierto Polaco
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