Albert Camus, “El socialismo mistificado”
Aun a riesgo de que se me echen encima, me voy a permitir la presunción de recomendarles tres libros. Nada de novelas, nada de poesías, nada de memorias; sólo meros ensayos de ciencia política, aunque no sé por qué se le antepone lo de ciencia a tal disciplina. Pareciera como si nada que no fuera científico tuviera rigor alguno. Ya esto último es error y no pocas veces el supuesto cientifismo ha abocado a errores descomunales. Pero ése es otro cantar, aunque algo tiene que ver con la sustancia de los tres libros de que les voy a hablar.
La razón de que se los cite a la vez, los tres a un tiempo, es porque todos ellos guardan relación con lo que cada vez creo más evidente, a saber, que en el siglo XIX se gestaron las bases de un error descomunal cuyas consecuencias aún hoy duran, y lo que te rondaré, morena. También los cito juntos porque son tres piececillas de mi errática biblioteca que mucho me gustaron y más aún me dieron a entender ciertas aparentes paradojas que nunca supe hasta entonces explicarme. Uno de ellos muy especialmente me abrió los ojos.
Empecemos por el que trata del tiempo más antiguo: Las raíces de la libertad, de Jacques de Saint-Victor. Éste trata acerca del tránsito que desde 1689 hasta 1789 llevó a Inglaterra y a Francia a gestar las dos corrientes del liberalismo. Del lado anglosajón, el –permítanme la licencia- individualista; y del francés, el republicano o jacobino. Siendo el autor francés, en realidad se ocupa de la gestación de las ideas que animaron la Revolución Francesa y de la influencia que la experiencia inglesa tuvo en aquéllas. Cuenta cómo paralelamente a las unificaciones de armas que Richelieu acomete en Francia se empieza a poner en duda la legitimidad y la eficacia de los poderes tradicionales ligados a la corona. En cierto modo, el modelo absolutista de Luis XIV empieza a hacer agua porque es incapaz de gestionar una economía moderna, rodada a caballo de las ambiciones de la burguesía comercial y que, además, provoca muchos descontentos en el vulgo por los desabastecimientos debidos a la falta de fluidez del comercio interior y otros motivos no menores. Luis XV intenta una solución de compromiso mediante una monarquía polisinódica, en que por sectores se crean consejos que lo dirigen sobre cada categoría de asuntos. La solución fracasa porque no aborda el problema principal de los poderes locales y los derechos históricos que lastran la actividad del reino, por lo que el descontento no se mitiga, ya que ni la burguesía ni el vulgo ven satisfechas sus reivindicaciones y necesidades. Alalimón, los pensadores empiezan a plantearse la legitimidad de origen del poder real y se conforman dos bandos generales: los que hablan de la tradición germánica como fuente legítima del poder y los que lo legitiman a partir de la tradición romana. En uno y otro casos, ninguno aborda como posible la autocracia real y, de un modo u otro, ambos abogan por la raíz popular de la legitimidad del poder. Y de ahí surge principalmente Montesquieu, que, al elaborar sus teorías de la separación de poderes y la necesidad de los cuerpos intermedios, quiere por un lado evitar el abuso del poder fraccionándolo y sometiendo cada una de sus patas al equilibrio junto con las demás, por contraposición mutua. Pero los cuerpos intermedios tienen también la intención de servir de estructura que relacione la cúspide del poder con el pueblo “ciudadano”, evitando los asamblearismos y lo que, por desgracia, sucedería tiempo más tarde: el triunfo de la voluntad. En definitiva, habla el libro sobre la gestación de las ideas que llevaron al mundo contemporáneo, centrándose en la experiencia francesa.
El siguiente también es francés: El pasado de una ilusión, de François Furet. Éste es excelente. Es un ensayo político-histórico acerca del comunismo en el siglo XX. El título es ya muy indicativo, atendiendo a la polisemia de ilusión. Relata en secuencia temporal el devenir del comunismo ligándolo a las maniobras ideológicas y tácticas para la consecución o el mantenimiento del poder. Especialmente relevante es la parte dedicada a la alianza con los nazis y su identidad total con ellos, fuera ideológica como, circunstancialmente, táctica. A partir de ahí explica una interesante teoría que denomina “de los polos magnéticos”, haciendo ver cómo la polarización de derecha e izquierda se llevó a cabo –en su descripción pública, que no en la realidad- como conglomerados en torno al comunismo o al fascismo-nazismo. La maniobra magistral del comunismo de identificar con fascismo todo lo que fuera no-comunismo se consigue imponer a pesar de la realidad de que comunistas y fascistas fueron largo trecho de la mano –recuerda el colaboracionismo en Francia- y de que los únicos opositores absolutos desde el principio al fascismo fueron precisamente los liberales en todas sus formas. Se puede encontrar también en este libro una magnífica explicación del porqué de la alianza sistemática del socialismo mítico, o real, o revolucionario, o comunismo, con el nacionalismo, acudiendo al subterfugio de que la solidaridad humana ya encuentra su expresión en las comunidades tribales e identitarias, lo que obvia la cuestión de que tales uniones “solidarias” lo son por atraso social y económico y por mera incapacidad de perseverar sin la actuación conjunta, o bien por falta de desarrollo político o cívico, como es el caso de los nacionalismos modernos. Esto se liga con la estrategia seguida en la SGM y su tiempo posterior, donde las democracias populares son nada más que una añagaza revestida de léxico conveniente para acaparar el poder y, muy importante, haciendo equivaler el sentido patriótico de las naciones contra la ocupación y la falta de libertad con la contraposición bélica de la URSS y la Alemania nazi. Especialmente indignante resulta el caso de Polonia, donde, tras haber accedido a un reparto con los enemigos fingidos, ahora se arrogan ser los salvadores de la dignidad nacional y del espíritu de resurgimiento de los polacos frente al invasor liberticida. Tampoco es desdeñable el análisis que se hace de los últimos años de la URSS, evidenciando lo imposible de la tarea de Gorbachov, pues es estructuralmente imposible la existencia de un socialismo real con libertad de pensamiento o de obra.
Resulta un libro muy interesante, donde todo se explica con mucha amenidad y con orden, con gran profusión de datos, pero sin atragantar y, sobre todo, con una gran lucidez en los análisis, para defender la tesis principal del ensayo: el comunismo es un sistema de creencias que se impuso gracias a la negación de la condición moral del ser humano, haciendo válido cualquier medio si llevaba al “buen” fin.
El tercero y último es El culto del Littorio, de Emilio Gentile. Trata del sistema ideológico del fascismo italiano, de su impronta innegablemente socialista, de su gestación en las trincheras de la PGM y en los movimientos intelectuales y artísticos italianos desde el Risorgimento. Explica también su propia debilidad política por la falta de visión estratégica al conformarse con ser un régimen y no haberse dedicado a asentar un estado fascista, permitiendo al rey sabaudo la deposición de Mussolini. Es de hacer notar la estrategia fascista de acaparar y reproponer toda la liturgia y el simbolismo católicos dentro del sistema de credos propios, para así atraerse a la gran masa de los italianos, católicos en su gran mayoría. En paralelo, sólo consigue aposentarse gracias al miedo que provoca en las clases medias –en principio, totalmente refractarias al fascismo- la posibilidad de una revolución de signo soviético, sin contar nunca con el beneplácito de las clases altas y más ilustradas, aunque llegaran las primeras a una relación simbiótica con el régimen.
Casualidades de la vida, hace poco hablaba Juaristi sobre Gentile en uno de sus artículos. Demuestra el artículo que menciono, por un lado, lo muy informado que anda este hombre, porque Gentile es un tipo poco conocido en España –prácticamente nada- pero, por otro, que no ha entendido lo que Gentile dice, en mi opinión. Dice Juaristi que Gentile sigue la tradición de la izquierda clásica al afirmar que el fascismo es el estadio último de los grupos tradicionales italianos, liberales incluidos. Es decir, que el fascismo es consecuencia ineludible del proceso de la burguesía liberal italiana. A mi juicio, Gentile no dice tal cosa, sino que sólo cuando el fascismo es capaz de atraerse la connivencia y la participación de la burguesía liberal es cuando realmente puede afirmar su régimen y gobernar Italia plenamente, lo que es muy distinto a lo que Juaristi dice. De hecho, en la conformación de la estructura de poder del fascismo, en la redacción de la “Ley de Corporaciones” se incluye una gran cantidad de medidas que permiten una economía “liberal”, dejando de lado ciertas exigencias de socialización del fascismo de base, lo que causó no pocos problemas al régimen. Pero esto no se hace desde un principio, sino sólo cuando Mussolini comprende que sin la participación de las clases medias de comerciantes e industriales, su poder no será tal y las empresas que pretende serán sólo una quimera. Esto es lo que Gentile afirma, no lo que Juaristi dice que afirma.
Siguiendo con el libro en cuestión, acaba por concluir que el fascismo fue un culto, un sistema de creencias que necesariamente demandaba una liturgia permanente, una recreación (perversión) sistemática del lenguaje y la anulación de las contradicciones por establecimiento previo e incuestionable del “bien”, transfiriendo el sentido de lo sacro de la religión a la política. Especialmente interesante es el último capítulo, en que, extrapolando lo dicho para el fascismo, aúna en un solo grupo el anterior, el nazismo, el comunismo y el nacionalismo como sistemas de pensamiento que, tras una veladura de apariencia racional, no son más que un sistema de creencias, uno de cuyos defectos estructurales es, indefectiblemente, la violencia.
Después de haber leído estos tres libros –aparte de otros- empecé a dudar de que lo que hasta ese momento creía que sabía fuera cierto, o que siquiera lo supiera. Al final, como decía al empezar, tengo cada vez más la duda de si, en el tránsito que va desde el arranque de las ideas ilustradas hasta la formalización de la política como un asunto de movilización general, tras la PGM, no habrá sucedido que las ideologías hayan sustituido, o recubierto para ocultarlas, las bases morales del hombre. Tanto de lo del siglo XX coincide con esta afirmación que me parece razonable la duda.
Espero que si mi sinopsis no les ha gustado, al menos los libros que cito sí. Tengan ustedes un buen día.
Etiquetas: Dragut
Muy buena entrada, Sr. Dragut. Le sacaré provecho a su excelente trabajo. Muchas gracias.
Buenos días.