Hará un mes más o menos que entraron a robar de madrugada en la peluquería que mi sobrina regenta, labora y cierra. Un modesto local de no más de veinte metros cuadrados con capacidad para cinco clientas y cuatro abrigos. Ubicado en el populoso barrio de La Salud de Badalona, la zona se halla perfumada con aromas de kebab a la menta y esencias matutinas de sol y sombra. No alcanzo a comprender qué esperaban encontrar los ladrones gilipollas, ¿tal vez la melena de Sansón liofilizada? Y en eso llegaron los mossos a los que siguió, no a mucho tardar, la dueña del establecimiento. Que si echaba algo de menos, le preguntaron. Luego de una revisión que no le llevó más de tres minutos y un par de bostezos percibió la ausencia de un cortador de pelo eléctrico, frascos de colonias y algo más que ahora no recuerdo. Para sorpresa de mi sobrina, los agentes precisaron que ese aparato ya se hallaba en su poder: lo había encontrado en una carnicería limítrofe por la que también habían hecho la ronda los ansiosos e hiperactivos cacos. Unas horas de asueto para volver a la cama y lista para ir a comisaría a poner la reglamentaria denuncia. La cosa del cobro del seguro más que nada. La denuncia, ¿no?, la denuncia... Tiene usted seis horas de espera de pronóstico reservado, le diagnosticó un agente realista. Ya me paso luego, si eso. Y se alejó presurosa para no quedar varada junto a decenas de ciudadanos desatendidos y soñolientos. Mi sobrina coligió primero y concluyó después que se delinquía bastante en la ciudad, incluso demasiado para su tamaño. Pasarse luego si eso resultó que fue por la tarde, cuando la espera había bajado a las tres horas y un café corto. Pienso yo si no sería mala idea doblar o quizá triplicar las penas a los ladrones para que de ese modo descendiera un poco el ciclo de pérdida de tiempo en comisaría. No quiero añadir... bueno sí, mira, voy a añadir también el que se despilfarra durante esos molestos y procelosos trámites que se derivan de arreglos de cerraduras, puertas y demás destrozos que acompañan las entradas ilegales en domicilios impropios. Digo yo que un alejamiento más prolongado del mercado del delito no creo que suponga una tragedia social; ni siquiera una merma en el constante proceso de maquinación de nuevas fechoridas, que sin duda tendrán la oportunidad de realizar una vez cumplido su período de reclusión forzosa si no media una efectiva reinserción, que no suele mediar. Basta ya de abusar del tiempo de los demás como si fuera propio. Odia el delito, refrena al delincuente y compadécete del autónomo.
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