Llevamos meses, por no decir años, deleitándonos con la idea-fuerza de que ETA está más débil que nunca. Y ello puede ser verdad cuantitativamente. Es decir: el número de sus comandos se ha reducido muy sustancialmente, hay más presos de ETA que en ningún otro momento de la historia, sus ingresos –mediante la extorsión o vía ayuntamientos adictos, que no es más que otra forma de extorsión con visos de legalidad– deben de ser escasos… Y todo eso es cierto. Pero, ¿qué hace falta para matar a un hombre? Pues, en esencia, otro hombre, una pistola y un cerebro inexistente o podrido por la religión nacionalista. Nada más. Ni mucha infraestructura ni grandes almacenes de armas. Así de fácil. No debemos confundirnos. Uno puede, mediante ósmosis inversa, eliminar casi toda la sal del agua de mar. Pero, cuanta menos quede en disolución, más difícil es retirarla del todo. ¿Por qué? Por lo que en química de disoluciones se denomina actividad y que, en esencia, puede resumirse como sigue: en una disolución concentrada, hay tal cantidad de soluto que sus moléculas compiten fuertemente por ligar a las del disolvente. Así, muchas de éllas establecen enlaces sólo débiles con el medio (el solvente) y es fácil retirarlas de ahí. Sin embargo, cuando sólo unas pocas moléculas de sal disponen de una gran cantidad de moléculas de disolvente para ellas solas, se aferran a éste y no hay manera –salvo que resulte energéticamente prohibitiva– de sacarlas de ahí. Y el agua nunca queda suficientemente purificada. Pues lo mismo les pasa a estos, por decirlo poéticamente, hijos de puta. Son pocos y tienen una organización mínima. Por ello, están absolutamente enquistados, alejados de sus organizaciones de masas y sin contacto con nadie que no sea otro militante, del cual ignoran casi todo. Ya no forman, como las cerezas, grupos entrelazados donde, si tiras de un rabo, salen muchas a la vez. No: ahora hay que cogerlos, como cuando en el frutero ya quedan pocas, de dos es dos. Y eso, como mucho. Algunos deben de haber perdido hasta el contacto con su compañero directo. Así es que el futuro es incierto. Por supuesto, es difícil imaginar un estado de cosas con cien muertos al año. Para eso se necesita algo más que una pistola y un cerebro Bledine. Pero un goteo de muertos, lento –quizás– pero imparable, sí. Al menos mientras pervivan los tres factores en los que, anteayer, se cagaba acertadamente Perroantonio. Pero, ¿creen ustedes que algo puede cambiar en el País Vasco cuando los compañeros de partida de Ignacio Uría volvieron a sentarse a jugar, tras su asesinato, como si nada hubiese pasado? Con un compañero nuevo, eso sí, que impares es imposible.
(Escrito por Protactínio)
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