1. La muerte escondida, colectiva, prevista: Lalibela, provincia de Wollo, Etiopía. Hasta once iglesias cristianas fueron construidas en el siglo XII por los ahmaras excavadas en la roca, hacia abajo en la montaña, de modo que hay que andar con cuidado para no caer en abismos de hasta 30 metros y tres pisos de profundidad. El motivo de esta construcción inversa no fue un sueño geométrico del rey San Lalibela ni un símbolo religioso, sino ocultarlas de los invasores musulmanes de la época. Hay una imagen descarnada, contada por Kapuscinski, literaria, sin foto que pueda hacerle sombra. Las visita a mediados de los 70, en medio de una de las hambrunas que asolan el país y el África subsahariana periódicamente: “una veintena de metros por debajo del lugar en que nos encontrábamos, una muchedumbre de mendigos lisiados formaba un enjambre humano en la explanada y las escaleras de la iglesia (...) Aquella gente de abajo, entrelazada por sus extremidades lisiadas, por sus zancos y muñones, estaba apiñada de tal manera que formaba un solo cuerpo
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Condenados a morir de hambre en masa, su último momento será, sin embargo, en solitario. No hay muerte en masa que no sea por sorpresa.
2. La muerte festiva: Famadihana (Hermandad) es el rito funerario de exhumación de los muertos para rendir culto a los dioses y festejarse los vivos, que aún hoy celebran muchos pueblos malgaches, mayoritariamente católicos por cierto, no animistas. Curiosamente se encuentra muy extendida y activa esta costumbre entre la etnia dominante y más rica, los merina de las tierras altas y centrales del país. Sacan a los muertos de sus tumbas entre julio y septiembre de cada año, con frecuencia anual impar -con un intervalo mínimo de 5- y variable en proporción a la riqueza de la familia que festeja a sus ancestros. La importancia de la riqueza se demuestra también en los países europeos, cuyas direcciones generales de trágico tráfico airean cadáveres cada fin de semana, pero con melodrama cursi, sin festejo ni hermandad.
Se invita a comer, beber y bailar a todos los vecinos y aldeas próximas porque Famadihana es la mayor ocasión fraternal para la comunidad. En el descampado junto a las tumbas del homenaje se extienden unas mesas precarias con platos de arroz hervido, sopa de berzas, carne de cebú condimentada con especias, cervezas calientes de unos respetables 2/3 y el ron local y tóxico de 70º. Una banda de música, formada por instrumentos toscos de cuerda y percusión, varias voces ambulantes y un charlatán que cuenta historias tan manidas como celebradas, toca con ritmo monótono e insistente melodías festivas que suenan a carnaval. Las canciones versan sobre temas cotidianos y universales como el amor, la infidelidad, la cosecha, los sueños de los vecinos y todo aquello que sucede en comunidad, que es todo menos la muerte y el exilio, dos formas de lo mismo para la aldea. Al final y creciendo cada vez más el jolgorio cada familia entierra de nuevo a sus parientes, sobándolos con grandes palmadas de cariño y mayores risas por estar vivos.
3. La muerte protegida, expropiada de su soledad y responsabilidad, sin más indemnización que la fama y el espectáculo. Suicidio asistido: ¿Pero no habíamos quedado en que responsabilidad y soledad eran conquistas de libertad y progreso?
El caso Rémy Salvat: "Un joven no debería tener que matarse completamente solo para acortar su sufrimiento". Esta frase de la abogada de la madre de Rémy Salvat resume la indignación de la familia ante el final de su hijo. Rémy, de 23 años, sufría una rara enfermedad degenerativa y se suicidó el domingo, después de que el presidente francés, Nicolas Sarkozy, se negara a que se le ayudara a morir. El suicidio asistido y la eutanasia son ilegales en Francia, igual que en España”.
El caso Chantal Sébire y su albacea: "Es hora de aceptar la eutanasia".
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