Arroz con leche,
me quiero casar
con una señorita de la capital.
Que sepa coser,
que sepa bordar,
que ponga la mesa en su santo lugar.
Por lo que puedo entrever, la guionista Doris Seguí desarrolla el novelón en base diz que feminista, planteando los problemas de convivencia de la eficaz y liberada Amanda con el troglodita Chacón. No es por nada pero me barrunto que Amanda, claro, buscará a lo largo de la larga serie nuevos horizontes para su realización personal. Olisqueo, incluso, la presencia de un bello psicólogo (lo de los curas queda para series brasileñas) que le muestre el camino. El asunto acabará con la total reconversión de Tomás Chacón, el cual relativizará seguramente la importancia del coser, el bordar y el poner la mesa decentemente. Tal y como si hubiese sido reconvenido y forzado a la autocrítica por la mismísima Bibiana Aído. ¡La familia ante todo!
Pero no es de Amanda ni del señor Chacón de lo que yo quería hablar esta mañana. A lo que íbamos, que pierdo el hilo. Para preparar un arroz con leche con visos de realidad, llenarás con arroz (normalito: nada de Basmatis, glutinosos, bombas o Calasparras; arroz SOS del de toda la vida) los dos tercios de un vaso. Pon a hervir abundante agua y, cuando rompa el hervor, añade el arroz y muévelo bien para evitar que se agrupe. Tenlo ahí diez minutos a fuego mediano y, mientras tanto, pon a calentar tres cuartos de litro de leche a la que añadirás la corteza de un limón y un canuto (con perdón) de canela. Canela en rama, vamos. Decanta, pasados los diez minutos, el arroz y tira el agua. Así, en caliente, añade el arroz semicocido a la leche, que ya habrá empezado a hervir lentamente, y mezcla bien. Tapa la cacerola y déjalo cocer por espacio de un cuartito de hora, removiendo de vez en cuando. Haz entonces una cata, por ver si el arroz ya no está duro. Si acaso, y porque tu diente te lo aconseje, puedes dejarlo hirviendo un poquito más. Cuando esté listo, apártalo del fuego y añade la misma cantidad (en volumen) de azúcar que pusiste de arroz. Mezcla bien para que el azúcar se disuelva, dale unas vueltecitas en el fuego y retíralo del mismo. Ahora, retira la cáscara de limón y la rama de canela y déjalo enfriar, tapado, durante toda la noche. Antes de servir, espolvorea una generosa cantidad de canela molida. Ya verás qué rico.
Este postre pudiera o pudiese admitir, si eres golosón (¡o galgo como se dice en La Mancha!) una copita de moscatel de Alejandría. Alicantino, claro, que lo hacen muy bueno.
Etiquetas: Protactínio, recetario
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