Del interes común del caso particular
TRIBUNA LIBRE , AGUSTÍN GARCÍA CALVO
El pasado 15 de agosto, el escritor, filólogo y profesor Agustín García Calvo-pidió ayuda, a través de un anuncio publicado en la prensa, para pagar una deuda de 10,5 millones de pesetas con Hacienda. El escritor solicitaba la contribución de algún lector pudiente que disfrutara y agradeciera sus obras. En esta página analiza la polémica que ha suscitado su actitud en distintos medios del país
AGUSTÍN GARCÍA CALVO 03/09/1993
MUCHAS EMOCIONES ha despertado la ocurrencia de Agustín García Calvo de publicar un anuncio pidiendo a los usuarios de sus obras una ayuda financiera para librarle de los engorros de la atención de Hacienda.Seguro que con eso lo que menos pretendía mi infortunado tocayo era que los prohombres de la Política y la Cultura se expresasen en los Medios. Lo que debía de pretender el hombre era, primero, tentar la rara suerte de que entre esos usuarios y agradecidos surgiera algún pudiente que, con una aportación inmedíata y generosa, le liberara de los negros manejos de la contabilidad con el Estado y, segundo, en todo caso, dar un aldabonazo más, no en la opinión de los opinadores, sino, por el contrario, en la razón común de los que sienten, por debajo de las ideas que les venden, cómo es la forma verdadera y actual del régimen que padecemos (el del Estado, fundido con el Capital y regido por un solo ideal, el del Dinero por lo Alto), los cuales, por lo común, aunque saben muy bien hablar, no tienen nombre ni se expresan por los medios.
Pero, lo que son las cosas, en tanto que lo primero, por lo visto, no ha aparecido aún, y de lo segundo ha recibido (según él me cuenta, al volver yo de un breve viaje) cientos y cientos de cartas y comunicaciones de simpatía, entendimiento y ánimos, muchas de ellas acompañadas de aportaciones monetarias (desoyendo el sentido del anuncio o, más bien, no creyendo que pueda surgir el tal contradictorio potentado), mezcladas con unas pocas de insultos de contribuyentes indignados y creyentes, en cambio, lo que no pretendía, las opiniones de los que sí tienen nombres y se expresan en los medios ha sido, al parecer, desmesuradamente numerosas y variadas.
Ya al echar cuentas de las unas y las otras manifestaciones, podría ser algo revelador: pues, en tanto que entre las de gente sin mucho nombre, las de los creyentes insultadores han sido en muy poco número, entre las de los señores con nombre y por los Medios, pese a los muchos que se han atrevido a lo contrario, las de los indignados, defensores del régimen y detractores de mi pobre tocayo han sido, al parecer, tantas como para llegar casi hasta el empate.
Pero ese cómputo no es tan claramente revelador, y es preciso tratar aquí de ver si esa cantidad de opiniones de ilustrados indignados con el caso revela también algo políticamente interesante acerca del mundo en que vivimos.
Se me dice que algunos criticaban acerbamente al dicho A. G. C. como aprovechado y descarado, que cobra y saca del Estado-Capital y luego no quiere pagarle su parte alicuota, con la que, se forma el capital del estado, que él luego reparte en beneficios a los ciudadanos, de los que el propio A. G. C. se aprovecha.
Como suele, la mala intención se descubre sin querer en la mala información:
a) Nadie, ni el propio A. G. C., está limpio del mordisco de la Hacienda: los años que había vuelto a ser Catedrático, el Fisco le retiraba sin pedir permiso el 27% de su salario, más otras gabelas con algunos otros de sus ingresos, con todo lo cual bien que le duele haber contribuido a hacer nuevas Autopistas. Lo único que él no hacía era declararse a hacienda (hay otros amores).
b) La única vez que en su vida, según dice, vio dinero junto fue cuando tuvo que vender, con sus tres hermanas, la finca que su padre, Joaquín García Gallego, Inspector de Hacienda de Zamora y autor de lo que figura como prólogo a la Endecha, llamada Relato de amor, les había dejado en patrimonio, con cuya cuarta parte pensó él no poder comprar y restaurar el ya famoso caserón del rabo viejo de Zamora, donde habita a ratos con no sé cuánta gente más, el cual caserón se llevó eso y la subvención de la junta (que reconocía con ello el interés público de la casa) y los 2,5 millones de su premio de 1990, y todavía dinerillos que tuvo que buscar, pero todo ello, y la evidente mala inversión, no cuenta para Hacienda, que lo estima, incluida la subvención, como "incremento de patrimonio".
c) Desde que nos decidimos, él y yo, a salir a las prensa públicas, hace unos 25 años, hemos sacado, aparte de canciones y otras cosas, unos 40 libros, que se han vendido, en modestas cantidades, pero que, en parte por una desastrosa administración, no nos han rendido, ni a él ni a mí, beneficio dinerario alguno. Esto era tan claro incluso para el Fisco que ni siquiera lo ha metido en cuenta.
d) Por lo visto, todavía ha salido alguno de los opinadores (yo creo que hasta en este mismo honorable rotativo) hablando de lo cobrado por el himno de Madrid, siendo tan fácil averiguar que, cuando lo compuso, con Pablo Sorozábal Serrano, le cobraron a la comunidad por el himno una peseta.
e) No sé (es, por fortuna, incalculable) lo que la gente nos debería a A. G. C. y a mí por las cosas que hemos hecho y hacemos, pero es de notar que, no la gente, sino el Estado mismo, le debe a A.G. C. por su separación forzosa de la Cátedra durante once años, una reparación económica, de la que no logré cobrar un céntimo, y si bien es cierto que este Estado, que anuló el Decreto de expulsión, es otro que aquel que lo expulsara de su seno, también este Estado del Bienestar es legítimo heredero de su antecesor y debía, por tanto, cargar con sus obligaciones.
Sin embargo, lo más notable es que, con este trivial motivo, hayan surgido en los medios tantos indignados defensores del Fisco (defraudadores, sin duda, como todo hijo de vecino, salvo algún caso de entrega apasionada, pero dentro de las normas admitidas, y sin escándalo), tantos proclamadores de la fe reinante, de que el capital del Estado se hace con los dinerillos que los ciudadanos le entregamos, y que luego él reparte en lo que entiende que son necesidades de los ciudadanos, en especial de los menos pudientes y los de, como dicen, Declaraciones Negativas.
Lo que revelan sobre la subconsciencia de los prohombres esas vehementes declaraciones que nadie les pedía para otro día lo dejaremos. Por mí parte, otras veces en este mismo rotativo, y estos días en una serie, Análisis de la Sociedad del Bienestar, en Diario 16, he tratado de poner al descubierto la mentira de esa fe.
Pero, volviendo todavía al caso de mi tocayo, es aún más curioso que algunos otros de los detractores que en los medios le han salido de lo que se muestran indignados sobre todo es de que alguien pueda presumir de ser un rebelde, un anarquista, un acrata (como si el pobre A. G. C., ni ningún fulano, pudiera presumir de ser tal cosa) al mismo tiempo que se es catedrático, se cobra, aunque sea poco, por canciones o conferencias, y se tiene derecho a ocupar algún espacio en las Radios y la Prensa.
Esos señores tienen la idea, como es lógico, de que un anarquista tendría que ser un pobre, un desharrapado, y entonces todavía lo respetarían. No les basta, no, con que mi tocayo se haya dedicado a existir lo menos posible, negándose constantemente, por ejemplo, a aparecer en la Televisión, siendo así que, como decía el amigo Artero, sólo el que sale en la televisión existe y, por tanto, tiene dinero, es dinero, con lo cual mira por dónde hasta se habría librado A. G. C. de andar en estos tristes tejemanejes con Hacienda.
Pero no, no les basta: ellos querrían que un anarquista, ya que tenga que haberlos, fuera miserable, piojoso, bohemio, pintoresco, drogota, enloquecido y febricitante de hambre y frío, y mejor que todo, naturalmente, muerto, muerto como Sacco y Vanzetti, y entonces todo estaría en su orden por lo menos, y hasta podrían dedicarle una manifestación comnemorativa en la futura sociedad del bienestar. Pero cataduras y salidas de pata de banco de un tipo como A. G. C., eso no pueden entenderlo, y así se les revuelven las tripas a los pobres.
Bien se temen (y ojalá sus temores fueran veras) que esas contradicciones de nuestro amigo, que le permiten hasta tener alguna voz en los medios, abren la posibilidad de que alguna vez los privilegiados hablen por los que no tienen nombre nivoz sonante, mucho más machacadores que A. G. C. por el capital del estado, lo cual es intranquilizador y peligroso. Era - fácil, ¿verdad?, ser contestatarios contra ideas simples y arcaicas como las de las dictaduras, pero cuando la idea del dominio alcanza en la Sociedad del Bienestar su forma suprema, la Idea que es el Dinero, y al mismo tiempo uno se ha asentado en la Sociedad por fin y se ha hecho dinero él mismo, ¡qué dificil se vuelve consentir siquiera que haya alguien queponga en tela de jucio nuestra fe!
Ello es que, en conjunto, en esas indignadas manifestaciones de prohombres en los Medios que domina en un ansia de comprender, de meter, como sea, el caso en una casilla del tablero, en un título del catálogo, a la altura de sus mentes. Pero, ay, comprender y encasillar es lo contrarío de la inteligencia, del dejarse llevar por el sentímiento y la razón, y así les va a los senores, y así se llevan de bien con el Estado.
Pero seguro que lo más interesante que nos pueden enseñar esas declaraciones de los prohombres en los medios (y aquí he dejado de hablarles en nombre de mi infortunado tocayo y les hablo yo sencillamente) es la cuestión de la moral en la política, pues con esas despotricaciones de lo que se trata es de la busca y sustentación de cuál debe ser la postura ética del Individuo (el Hombre, que dicen los empresarios) en sus relaciones con la Hacienda y con el Estado.
Ahora bien, ya hace tiempo que se ha visto, en el Bienestar, que cada vez que en cuestiones públicas se mete la moral por medio (por ejemplo, en las condenas de Corrupción, destinadas a encubrir la corrupción global y legal), lo que se está haciendo es la defensa más vehemente de la política (esto es, la Economía) dominante. Cada vez que, en cuestiones públicas, oigo a uno u otro papanatas hablar de la ética y moral del caso, es como cuando oigo a los Ejecutivos de Capital o del Estado hablar de a filosofila de tal Plan o tal Empresa, y se me apesadumbra el corazón de la más negra melancolía: es como si, a través de sus vocecitas de flautines desafinados, oyera el trueno del Señor del Sábado y la Banca, la voz del Ideal único, el Dinero.
La intrusión de la Moral en la Política es el medio de la dominación del Dinero sobre el pueblo, y la reducción a la vida privada y al Individuo de cuestiones como la Contribución al Fisco, de modo que cada cual tenga sus cuentas y sus tratos privados con el Ente, es el modo de asegurar que nada de común discurra y viva entre la gente y que se reafirme en su trono al Dinero Imperial.
Por el contrario, si algún aliento nos queda a la gente contra ese dominio supremo del ideal es ¡que la casa se abra!, que no haya moral ninguna que no sea una política, que la vida privada se haga pública.
En cuanto a mí, recibo con dudas y compasión el acto de A. G. C. y sus repercusiones en los Medios, y bien desearía que al menos sirviera un poco para desvelar las contradicciones y rendijas de las Ideas que se le venden a la gente.
© Diario EL PAÍS S.L.
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