Hace unos días colgaba Arcadi este trabajo de bella traducción:
Madeleine McCann: la (casi) verdadera historia
Lionel Shriver, (27-04-08, Telegraph)
Traducción: Verónica Puertollano
La novelista Lionel Shriver está convencida de que los medios han cubierto el caso Madeleine como si fuese un trabajo de ficción, distorsionando los hechos y demonizando a sus personajes. Después de un año, la familia está pagando el precio.
Como cualquier novelista, no puedo resistirme ante una buena historia. La ficción y la no ficción aún se colocan por separado en las librerías por una buena razón. Por imaginativas que sean sus variaciones, la ficción se ajusta a unos criterios narrativos increíblemente estrictos.
Las novelas comienzan con un hecho atractivo, desarrollan sus complejidades y tramas secundarias, construyen el nudo y proceden al giro, facilitando el desenlace. Las novelas emplean héroes y villanos, mcguffins y suspense. Incluso las novelas de la literatura contemporánea siguen necesitando dar una opinión o una lección. Y todas las novelas requieren un elemento sorpresa.
La realidad no siempre es tan solícita. A veces la trama carece de un claro malvado o un héroe plausible. Fiel a los hechos, la no ficción no siempre puede construir un clímax estimulante, y mucho menos proveer un desenlace que haga sentir saciado al lector de periódicos. La vida real es a menudo liosa, extensa, aburrida e inconclusa. Algunos misterios siguen sin ser resueltos fuera del mundo editorial.
Porque los mecanismos ficcionales son tan diabólicamente efectivos ─una historia bien construida equivale a una sana drogadicción─, los periodistas se ven comprensiblemente tentados a enmarcar hechos reales con términos ficcionales. Pero dado que la realidad es caprichosa, conseguir nuevas historias que contar, como los crímenes, puede llevar a la distorsión y la injusticia.
En el caso de Madeleine McCann, los medios británicos han elevado con frecuencia las necesidades de la ficción sobre la verdad. Como consecuencia, el lamento de la pareja por la pérdida de su hija se ha hecho mucho más agónico de lo que ya de por sí es. De hecho, la exagerada dedicación a Maddy de este último año tiene que acabar como uno de los casos más vergonzosos, crueles, y arrogantemente oportunistas del periodismo británico ─cuyo mayor compromiso ha sido con la «buena historia» por encima de la historia que ocurre realmente.
La pequeña niña rubia desaparece del apartamento alquilado durante las vacaciones de la familia en Portugal. Gran primer capítulo. Atractivo por naturaleza para el grueso de la audiencia británica, especialmente para los que son padres: ¡podría haber sido usted! Afortunadamente, las fotos de Madeleine son encantadoras; la pequeña es una rompecorazones. Sin tener ni idea de qué tipo de indisciplinado, salvaje animal estaban atando a su causa, los padres asumen en el acto que la desaparición de su hija ha cautivado la imaginación de sus compatriotas. Encabezando los medios, convierten el misterio en una «causa célebre». Conceden entrevistas, graban intervenciones en vídeo, ascienden la recompensa a un millón de libras. Todo con el fin de encontrar a su hija.
Pero no sólo los medios son un salvaje animal; la historia en sí misma es un monstruo. Que pide ser alimentado. Una desgracia sin significado es inaceptable. Necesitamos un subject . Necesitamos una moraleja. Así que la prensa aumenta sus reproches. Los padres fueron, obviamente, negligentes. Nunca deberían haber dejado a su hija sin vigilancia mientras cenaban y bebían vino a 50 metros. Es un asunto sumamente débil para una historia con tanta carga ─nos resulta un problema ver la pérdida de una hija como un castigo justo a una simple y poco rentable desatención de los niños─ pero servirá por ahora.
Entretanto, Maddy no puede quedar como otro lúgubre caso de personas desaparecidas. La niña fue claramente raptada, así que necesitamos un villano. Las sospechas de la prensa hacia la incriminación como cómplice del vecino Robert Murat y después hacia el comensal Russell O’Brian sirvieron a los propósitos narrativos. Primero, tuvimos a nuestro hombre. Después, estos personajes de usar y tirar pudieron ser reciclados en mcguffins .
Si yo hubiese escrito este libro, no podría haberlo hecho con una trama más sensacional (por previsible) y que gira hasta revelar: ¡fueron los padres después de todo! De repente descubrimos pistas de «fluidos corporales» en el coche alquilado. ¡Pero por supuesto es sangre de Madeleine! ¿No habrán sido los padres tan ostentosamente colaborativos con las investigaciones porque estaban encubriendo su propia culpabilidad? ¿No se presentaba Kate McCann con pose de estoica decrépita? ¡Por qué no representó bien su papel! ¡Ella no lloraba desconsoladamente ante la cámara! La clave que se instaló al comienzo de la historia fue la de que ella en realidad era una calculadora asesina y, su marido, que acaparaba los focos, su cómplice. Y a todo esto, ¿qué pasó con los fondos que recaudaron para ayudar a encontrar a la niña?
Un gran fracaso. La evidencia forense de que la culpabilidad de la pareja no tiene base alguna. A día de hoy, Madeleine nunca ha aparecido, ni como cadáver, ni como esclava sexual en Marruecos. Tampoco los intrigantes padres ni aquel extraño alto, moreno, han sido llevados al libro. Mierda de novela. No hay Richard & Judy para ti.
Una vez más, la realidad estropea una buena historia. Pero ¿se puede culpar a los medios por intentar fabricar, a partir de un montón de material prometedor, la historia de un crimen que venda?
Sí, se les puede culpar. Los McCann no son personajes. He sometido a mis propios personajes a toda clase de indignidades, pero he tratado de ser decente con mis amigos. La prensa británica ha fallado en su trato de Kate y Gerry como personas reales. Fueron castigados, escrutinados, vilipendiados, tratados de facto como culpables de asesinato, como si fueran los personajes de esos libros para matar el rato hasta que aterriza el avión y se abandonan en el asiento.
En una conferencia para el festival de la televisión de Edimburgo el pasado verano, sólo por ser llamativo, acuñé el neologismo «hipernarración» para describir la efímera, repetitiva y obsesiva extracción de nuevas historias simples a rellenar con los contenidos a los que son propensos los medios británicos.
Una hipernarración no pretende ser un sinónimo de «gran historia» ─un gran hecho de obvia importancia que obtiene la atención que se merece, como el tsunami asiático o el 7-J. En concreto, una hipernarración es una buena historia que no es necesariamente una gran historia. Es una historia de importancia social simbólica que es tratada de forma desproporcionada en los medios porque eso satisface lo que son esencialmente apetitos ficcionales. Y que naturalmente también se ajusta, o se fuerza hasta que se ajuste, a la estructura de las novelas populares.
Es importante señalar que esta dependencia de las montañas respecto de las colinas para alimentar el insaciable apetito por la réplica en periódicos y revistas no es una invención británica. En esta dependencia, con frecuencia obscena, de nuevas historias lascivas que mantengan al público en vilo durante meses, los medios americanos son aún peores.
Las siguientes tramas están tocadas por la ficción popular. Una antigua estrella negra del fútbol y actor de cine es acusado de matar a su mujer y su amigo. (Suena a propaganda de libro de bolsillo, ¿verdad?) Una célebre estrella del pop es acusada de acosar sexualmente a los niños que acoge en su rancho de caridad. (Me imagino imediatamente a un personaje de seis años ─para siete─ insinuándose).
Así que ¿qué es lo que va mal en el uso de las noticias como entretenimiento? ¿No es comprensible que repartir la vida por entregas dickensianas venda más periódicos?
Cuando los periodistas son esclavos de una «buena historia», se ven fácilmente seducidos por monear con la verdad para hacerla funcionar como la ficción. El clásico de la hipernarración por excelencia es la muerte de Diana, princesa de Gales, que, si eliminamos la insinuación, la exageración, el sentimentalismo y la paranoia, realmente no acaba de decir bien: «Princesa famosa muere en accidente de coche. Fin».
En Waterstone’s , no pagaría más de 10 peniques por ello. Así, durante años, los medios han dado la lata con cada teoría conspirativa en su determinación de insertar un adecuado villano que novelice un poco la historia. Se han esforzado en dibujar conclusiones temáticas (sobre los paparazzi o las frívolas intrigas de la Familia Real) a partir de lo que es en realidad una historia triste y simple que ¡ay! no significa gran cosa ni se presta a «lecciones» de ningún tipo.
«Pequeña desaparece. Fin» es también una triste historia en la vida real. Pero como ficción, es basura. De modo que cuando se llega tan lejos en el trato de un suceso actual, la tentación es dar crédito a teorías extravagantes, someter cualquier pisada a sospecha y finalmente demonizar a las mismas personas que han pagado muy cara nuestra mera diversión. (Personalmente, no me creo que la mayoría de los periodistas que cubren esta historia se hayan preocupado de verdad. Madeleine McCann nos ha presentado a sus empleadores, reporteros y comentaristas, con una oportunidad comercial, un cultivo de habladurías que han florecido durante un año. Esos frutos de su desaparición que engrosan las columnas constituyen mi versión del abuso infantil).
¿Sabe cuando está de vacaciones y, contra su buen juicio, compra de recuerdo algo enorme y aparatoso, por ejemplo una piñata en Méjico? Vuelve al hotel y ¡pobre! su maleta es una Samsonite rígida. Intente tanto como pueda, el souvenir no cabe en la maleta. Algunas partes sobresalen; la cremallera se atasca; no puede cerrarla. La única manera de regresar con ese souvenir es aplastando o rompiendo las partes que se quedan fuera. Puede llevar la piñata en la maleta, bien, pero no entera.
La ficción es una Samsonite rígida. Sus parámetros son inflexibles. La realidad es más como esa piñata ─deforme y asimétrica. Las personas no se comportan puramente como personajes; si las circunstancias les llevan a roles heroicos, siguen teniendo molestos hábitos que les convierten, de forma frustrante, en «poco atractivos». Pueden no prestarse a las expectaciones Samsonite según las cuales han de romper a llorar lágrimas de cocodrilo. Uno no puede cargar las nuevas historias en la forma rígida de la ficción sin aplastarlas, doblarlas o sin abandonar las partes que no encajan.
Los periodistas tienen que limitar su compromiso a mantener la realidad intacta, incluso cuando la historia real sea floja. Porque ése es su trabajo. Mi trabajo es fabricar un material. Mi trabajo es elaborar historias que funcionen en sus propios términos narrativos e intento adecuarlas correctamente a cada página. Como la mayoría de los novelistas, puedo difuminar la distinción entre héroe y villano, pero sigo construyendo un planteamiento, un nudo y un desenlace. Así que dejadme a mí las novelas. A eso es a lo que el capitalismo llama la división del trabajo.
Mientras tanto, aunque nada pueda compensar la pérdida de su hija, después de un año entero repleto de sufrimiento gratuito, humillación pública, persecución, acusaciones sin fundamento e indeseadas intromisiones en sus vidas privadas, los medios británicos le deben a Kate y Gerry McCann una gigantesca disculpa ─y un bouquet del tamaño de Kew Gardens.
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