La mayoría, se lo confiese o no a sí misma delante del espejo, va a votar en función de sus intereses más profundos, lo que no es sino lógico. Para algunos estos intereses están muy claros, y el voto bien decidido. Otros dudarán hasta minutos antes de que depositen su papeleta. Algunos están dispuestos a votar desde el rencor, de modo que su voto no sea sino un acto de venganza contra el candidato al que por razones diversas, que muchas veces son de simple antipatía, se la tienen guardada. Frecuentemente esta actitud es un intento de autoengaño de aquellos que votan desde unos intereses que no quieren reconocer, porque estén en desacuerdo con su estética o su ética.
Hay bastantes que piensan que lo de las elecciones ni les va ni les viene, ya que todos los políticos son igualmente incapaces de influir decisivamente sobre sus vidas. A estos lo que les pide el cuerpo es la abstención, con un tinte de desprecio. Pero a muchos de entre ellos, en el fondo, no les molestaría encontrar un motivo para votar. Por eso, porque este caladero de votantes renuentes se demostró decisivo en las últimas elecciones, es posible que manipuladores sombríos estén preparando sorpresas espectaculares, en forma de revelación de presuntos escándalos o de actos de violencia, las cuales sorpresas no se pondrán de manifiesto hasta el último momento, cuando ya no puedan ser neutralizadas.
¿Y cómo llega España a este proceso electoral? Pues dividida y confusa, de eso no cabe duda.
Más dividida que en las elecciones del 2.004. Con una Galeusca independentista que gana fuerza y perspectivas a medida que la bestia etarra, el mayor obstáculo contra un independentismo democrático, parece agonizar, aunque todavía pueda dar inesperados coletazos. Con una Andalucía perdida entre las soleadas nieblas de su particular régimen político, necesitada crónicamente del dinero que otros consideran suyo, cada día peor vista por los que se creen donantes y más acorralada entre los barrotes de sus tópicos. Mientras que muchas otras regiones, o autonomías, se enfrentan unas contra otras por cuestiones de intereses, eso tan actual de “todos queremos más, más y más, y mucho más”.
Y confusa ante la crisis económica que se le echa encima, sin ver claro su futuro ni reconocerse capaz de enfrentar sus mayores problemas estructurales, que son la educación, la seguridad y el empleo. La confusión le viene, en parte, de que pese a todos esos problemas que le quitan el sueño, se siente como una sociedad avanzada, democrática y fuerte. Aunque no lo es tanto como para perder mucho tiempo en veleidades.
Finalmente, ¿qué puede pasar? En el caso de que alguno de los dos grandes partidos consiga una mayoría relativa, si lo es el PSOE, se repetirá probablemente una legislatura como la primera de Zapatero, respecto a la que ya sabemos todos a qué atenernos. Y si la mayoría relativa es para el PP, Rajoy ha prometido que lo primero que hará será sentarse con el PSOE a intentar rehacer todos los consensos básicos que necesita el estado; se trata del único camino razonable para el futuro de España, aunque dificilísimo a corto plazo, por la incompatibilidad entre Zapatero y Rajoy y porque el PSOE es hoy un partido fragmentado en sus federalismos. En cualquier caso esta sentada, si se produce, podría llevar a un gobierno de concentración, cosa no insólita en las democracias europeas. Por otra parte, independientemente de la búsqueda obligada de los consensos básicos con el PSOE, un triunfo relativo de UPyD/Ciutadans podría ofrecerle al PP la posibilidad de alcanzar una mayoría de gobierno; y se trata de un terreno en el que también pueden producirse sorpresas.
El supuesto más improbable es que alguno de los dos grandes partidos consiga una mayoría absoluta, pero no es imposible, pues ya ha sucedido, tanto del lado del PSOE como del PP. También en este caso, independientemente de que uno de ellos gobernara, deberían sentarse ambos partidos para reconstruir los consensos básicos de nuestra democracia. Hará falta mucha generosidad, lucidez y patriotismo por las dos partes. Yo no dudo de que, en principio, puedan disponer de todo ello. Pero en un país tan futbolero y taurino como el nuestro, convendrá que ante la posibilidad de que ese encuentro se produzca, nuestros políticos se entrenen para llegar a sentirse tan generosos y patriotas como lo fueron sus colegas de la Transición, y tan fríos y discretos como si ellos mismos fueran finlandeses.
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