Hoy es el último día de fiesta de la Navidad. A estas alturas, quien más quien menos, habrá ingerido más alimentos de los que razonablemente necesita o haya podido disfrutar. Al menos a mí me ocurre. Hay un momento de saturación a partir del cual me trae sin cuidado lo que tenga para comer, cuando no padezco de alguna pequeña dolencia gástrica que me reconduce por la senda de la sobriedad alimentaria. No hago sino seguir a Michel de Montaigne cuando afirma: “L’extrême fruit de ma santé, c’est la volupté”. Cuando no logro placer, mi fisiología sufre desarreglos que he de remediar cuanto antes. Así, no es de extrañar que evite cenas con amigos, ágapes con compañeros, y que en las inevitables reuniones familiares, procure comer con más mesura que de normal (de normal es escasa.) Busco llegar a hoy con placer y salud.
Siempre he tenido claro que el placer es un asunto de fisiología. Incluso los estéticos se fundan en un arreglo y armonía de las funciones corporales básicas. Esto, que ya nos descubrió Epicuro, lo hemos olvidado con demasiada frecuencia. El cuidado de sí mismo supone una higiene voluntaria y libre, con el único propósito de no embotar los sentidos con un exceso de percepciones. La voluptuosidad se encuentra en la mesura, a veces incluso en la escasez, en la evitación del gasto sin límites o en el trémulo destello de un mañana que nunca nos conocerá.
También en la alusión y en la elipsis encontramos placer intelectual. Preferimos evitar la saturación de imágenes y de palabras, y dejamos que lo apenas dicho, intuido o mostrado provoque un movimiento de ondas concéntricas que vayan revelando significados, abriendo vías, iluminando sombras.
Esto, hoy en día, apenas se lleva, desde los vinos que son cada vez más densos y tupidos, olvidados aquellos sedosos y sutiles, hasta las películas en que nos muestran todo, por si acaso hay alguien que no se entera, o la verborrea de tantos que escriben y escriben o hablan sin cesar.
Cada vez cuesta más que un lector medio comprenda la sutileza de la escena amorosa entre Calisto y Melibea en La Celestina, cada vez olvidamos más la fuerza de versos como “por la oscura región de vuestro olvido” o “si en esos tus semblantes plateados/ formases de repente/ los ojos desados/ que tengo en mis entrañas dibujados!”
Cuando estén leyendo esto, es muy probable que yo ande aún atareado con la preparación de una lasaña de verduras, algún mínimo entremés y una pocas frutas tropicales, que he elegido por su acidez (y así acabar las fiestas con un toque de angostura) para el ágape familiar, un pequeño banquete que pretendo placentero.
Acaso porque cada vez sienta con mayor intensidad el amargo fruto del alba irreal.
(Escrito por Garven)
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