Si se analizan las noticias, resulta sorprendente la coincidencia de edades. La franja comprendida entre los treinta y los treinta y cinco –y advierto eso pensando en los blogueros menos provectos– parece ser particularmente perniciosa y proclive a la (supongo) dolorosísima automutilación genital. ¿Por qué? Pues porque el alma humana, sabia en la metafísica de la que le dota su propia inexistencia, debe maliciarse de que, en materia perineal, lo no hecho hasta entonces es preferible obviarlo de cara al futuro. También, quizá, porque en esa edad, que sin ser exactamente joven no alcanza mínimamente la madurez que todo lo perdona, uno se mira al espejo, ora recién duchado, ora tras un enjuague de bicicleta, carrerilla, paddle o golf (vicios todos ellos muy presentes en los hombres de semejantes añadas) y se dice a sí mismo: no estás ya pa ná, Fulanito, ignorando, pobre ingenuo, que lo porvenir es aún peor.
Yo podría entender, no justificar, que se la cortase a mano alzada un señor de mi edad. La cincuentena, no crean ustedes, también tiene sus intríngulis. Total, para lo que me sirves…. En fin: que es un argumento, ¿no? Pero un hombre en la flor de la edad, que diría el rijoso Santillana, sin necesidad alguna de Cialis, Viagra u otros milagrosos filtros, con un mandao que podría, incluso, formalizarse en el Registro de la Propiedad Mercantil, ¿a qué hacer(se) sangre? ¿A qué montar el desagradable pollo de laminarse la polla en medio de un restaurante? Pues ya lo ven: para no pecar más. Como a Don Rodrigo en Guadalete, ya me comen, ya me comen por do más pecado había…. Y como, claro, las sierpes son especias protegidas y no andan por ahí, libremente, comiéndose a sus metafóricas congéneres, pues uno no tiene por menos que rebanársela.
Es poderosa la idea de la culpa. Poderosa y terrible. Esto lo han sabido de toda la vida los curas, los filósofos y sus actuales trasuntos, los psiquiatras. La gran genialidad de las religiones monoteístas (las restantes son colocones de amapolas o mera filatelia) ha sido explotar el sentimiento de culpa. El pecado, en fin. Porque los seres humanos somos, en el fondo, tan egocéntricos y tan estúpidos, que tendemos a pensar que todo lo que sucede a nuestro alrededor es cosa nuestra. Culpa nuestra. Que somos responsables del presente, del pasado y hasta de nuestros más ocultos pensamientos, que decía mi Catecismo. Y ahí está el tema. Ya que no puedes cortarte el cerebro (bueno: poder, poder sí puedes; pero, después, se acabó la presente historia), pues te cortas la polla. ¿No dicen algunos listos que problemas como la violación compulsiva o la pederastia se resuelven con la castración química? Pues eso: que me la corto para que no me dé problemas. Porque es mi culpa, mi culpa, mi grandísima culpa. Fíjense: prefiero a los que mortifican su culpa haciéndose ecologistas, amigos de la tierra o luchadores contra el global warming. Al menos, no manchan de sangre las mesas del restaurante.
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