Un titular discutible: 'El mundo en vilo ante las represalias de Bush' (El País. 12 de septiembre de 2001).
Desde un punto de vista teórico, el título debe notificar a la obra. Precisamente, como uno de sus notarios novelados lo hacía Balzac. Fue Stendhal, más viajado, quien estiló una nota enigmática -y sugerente- sobre lo que Rojo y Negro revelaría entre sus tapas. Pero el más exótico de la terna fue Flaubert con su Salambó. Personalmente opino que la buena literatura ya está en el título. La elipsis en cinco palabras (El Ruido y la Furia, William Faulkner 1929), el énfasis (Absalom Absalom, del mismo autor, 1936), la seducción (Suave es la Noche, 1933, Scout Fitzgerald). Pese a que en 1900 ya se escribían libros, no fue hasta hace apenas unos quince años que el uso del título como explicación de toda la obra alcanzó la que quizás sea su cota más elevada, cuando un viejoven Juan Manuel de Prada difundió sus Coños. No es singular que esta cima la coronase un español. Ejemplos estelares del siglo XX nacional fueron ‘Las bragas de la prima Montse’, ‘Mortal mi prosa’ o ‘El sainete polaco’. Son brillantes introducciones porque estos títulos no adelantan nada sobre el contenido de sus respectivos libros. Eso es bueno. No te hacen desistir como cuando sabes que Troylo es un perro y dices “te dan por culo, paso ni de intentarlo”. De modo que gloria a nuestros nacionales por polinizar la saludable tendencia de etiquetar un producto con una referencia que nada explica. Los novelistas españoles son, en definitiva, los que mejor titulan. Y pueden creerme, yo mismo soy escritor.
Un titular discutido: Raúl González Blanco.
El dictamen periodístico esgrime que el titular debe resumir la noticia. Pedro J. Ramírez ha cultivado con éxito la innovadora senda contraria: emplear un titular cuyo significado no aparecerá luego en la información. Una feliz y comercial ocurrencia. Con grandes tipografías, el buen sensacionalismo ha explayado la norma original con enunciados de antología (Freddie Starr ate my hamster, Brit Knee Tears) y el hábil respaldo de un buen subtítulo (Belfast man saved, Hundreds die in disaster). Habrán notado que nos apartamos de nuestro idioma. Ya, aunque está demostradísimo que la española es la lengua más rica, diversa y ejemplar de la historia de los tiempos, no es menos cierto que el inglés, por su vertiente al juego de palabras y la frase hecha, permite más recursos a la hora de titular. Así, cuando el explorador Vivian Fuchs salía en nueva expedición aventurera, un diario inglés anunció: Dr Fuchs off to the Antartic. Aún mejor, una ilustrativa muestra del fondo imperial que pervive en las islas: a la que el canal de La Mancha se llenó de niebla, un diario del sudeste tituló Fog in Channel, Continent isolated.
En cualquier caso, el destacado inglés no debiera desmerecer nuestro talento patrio, que para eso están las traducciones. Qué pocos años han bastado para edificar una rijosa creatividad en la traducción de títulos de películas anglosajonas. Cierto es que algunos intentos, aunque apreciables, resultaron fallidos. (Eternal Sunshine of the Spotless Mind, Michel Grondy, 2004 fue despachada inútilmente como Olvídate de mí; Carlito's Way, Brian de Palma, 1993, con el videoclubero Atrapado por su pasado). Ya se sabe, Lost in Translation. Pero a cambio se dieron grandes hallazgos como traducir el debut de Ripley como A pleno Sol (en libro y cine) y el arriesgado acierto de Uno de los nuestros (Goodfellas, Martin Scorsese, 1990). Lástima que como nuestras nociones de inglés han crecido tanto, en los últimos años haya proliferado la costumbre de no traducir. Quizás Blade Runner (Ridley Scott, 1982) fue la primera piedra de esta abusada tendencia. El premio Pierre Menard lo comparten ex aequo Barton Fink (Joel Coen, 1991) y Barry Lindon (Stanley Kubrik, 1975). Al matemático cineasta lo mataron con Dr. Strangelove. Muy bien, en conclusión, por nuestros traductores. Y mi opinión no es baladí, pues me titulé como traductor en Granada.Un cartel ejemplar: Pepito Piscinas.
Volviendo a las funciones del título, la modernidad tuvo la virtud de romper con la tradición descriptivo-informativa de las obras de arte. Y la fase post ha terminado de aniquilar aquella costumbre. Aquí es donde el título se aproxima al valor que yo le reivindico. Dos cuadros en blanco adquirirán valoración crítica y valor monetario muy diverso en función del nombre que reciba cada obra. Y del nombre del no pintor, claro. Se abre un infinito horizonte de posibilidades y el absurdo es el camino. Titular un dramón con una referencia de chiste, o una comedia con una alusión romántica: esto no son pipas, os lo aseguro yo, que soy marchante.No-títulos más sonados: los de Luis Roldán.
La cuestión es que el título merece un respeto. Ducados y marquesados envejecen, pero hay demasiada tela que cortar en la imparable propagación del entretenimiento. En internet cuelgan discos amateurs bajo seudónimos de nombres famosos. El incauto descarga y acaba oyendo al novato necesitado de audiencia. El título merece volar aparte. Hay grandes creaciones con nombres horribles (Mayonaise, de Siamese Dream. Smashing Pumpkins, 1993), pero merece la pena el empeño. A fin de cuentas, en este pantano de superproducción, cada vez se estila más aquello de presumir de la obra sin haberla engullido. Basta saber el título, acaso el año y como mucho alguna referencia pillada al teclado. La nueva clave está en que el producto esté a la altura del título. Como con un gin fizz. Y esto os lo juro sobre mi carné de documentalista. (Cola) Nocilla Dream, cuyo arranque surge de la conjunción de la lectura del artículo El árbol generoso (de Charlie LeDuff, The New York Times, 10-06-2004), con el fortuito hallazgo, en un sobre de un azucarillo de un restaurante chino, del verso de Yeats, Todo ha cambiado, cambió por completo/ una belleza terrible ha nacido, y la también fortuita reaudición ese mismo día de la canción ¡Nocilla, qué merendilla! de Siniestro Total (DRO, Discos Radioactivos Organizados, 1982), fue escrito entre los días 11 de junio y 10 de septiembre de 2004 en las ciudades de Bangkok y Palma de Mallorca. El así denominado Proyecto Nocilla, constituido por Nocilla Dream y las sucesivas Nocilla Experience y Nocilla Lab, responde a la traslación de ciertos aspectos de la poesía postpoética al ámbito de la narrativa. (Agustín Fernández Mallo)
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