Es cierto que, como dice la televisión, en un cincuenta aniversario es como cuando te levantas una mañana de domingo y se te ocurre escuchar un LP de vinilo. Eso es lo que la nostalgia hizo conmigo.
En distintos programas de radio llevamos escuchando últimamente con cierta asiduidad, un tema remasterizado que inmediatamente nos conduce a los viejos vinilos de jazz que conservas guardados con el arcaico plato que funciona de milagro. En una recopilación para su venta, cierto presentador ha resucitado ‘Swing Low, Sweet Cadillac’, una particular, irónica, jocosa pero grave, versión de Dizzy Gillespie del clásico espiritual antiguo ‘Swing Low, Sweet Chariot’ que solía interpretar desde años atrás. Y ha resucitado una de de sus últimas versiones grabadas que se encuentra entre álbumes muy escuchados por ti hace tiempo. Ha sido un tema en el que siempre Dizzy ha incorporado, aparte de sus improvisaciones con su original trompeta, unas letras que, por comicidad, pero sobre todo por dicción, lo han hecho característico.
Se dice que Gillespie aprendió a cantar, es un decir claro, del cubano que nunca estudio inglés Chano Pozo que, incorporado a su orquesta, le aportó, con bongos y congas, influencias rítmicas con un sabor que luego se denominó jazz afrocubano y un par de temas por lo menos, ‘Manteca’ y el más logrado ‘Tin Tin Deo’ que quedaron incorporados al repertorio canónico de Gillespie. También, la prematura muerte de Pozo por sobredosis de drogas, dejó marcado a Dizzy, aunque no tanto como la psicotrópica descomposición de su amigo íntimo, el saxo Charlie Parker, con el que se considera que inventaron el bebop y con el que después de un glorioso 1945, con al menos cinco conciertos; cuatro, en febrero, mayo, junio y noviembre en la calle 52 de New York y el último, en diciembre, en Hollywood [de los que poseo grabaciones con esa fructífera colaboración entre Bird y Dizzy] no volvió a colaborar casi, nos consta una grabación en 1947, hasta el mítico concierto en el Massey Hall de Toronto en 1953. Habiendo seguido entonces desde aquel annus mirabilis, dos caminos suficientemente diferenciados, el de Parker, corto, muy corto, con Miles Davis, también trompeta y discípulo que supo brillar extraordinariamente por cuenta propia, y el de Gillespie con su Big Band, convirtiendo cada vez más un gran instrumentista en un gamberro, un payaso a veces, que en ese papel de alegre desacomplejado y despreocupado ocultaba todo el desencanto, la impotencia y la amargura que padeció y que casi utilizó la música como terapia, ya que como acabó confesando: “No quería hacer nada trascendente sino pasar un buen rato” o, al achacarle su comercialidad posterior a los 50, su cinismo: “Yo no estoy interesado en pasar a la historia, quiero comer”. Pero esa música, combinó simpatía por los ritmos afrocaribeños y sudamericanos con la esencia del bop, al que nunca pudo renunciar, con sus extrañas armonizaciones y disonancias, su pulso rítmico casi salvaje en pasajes de doble tiempo, en esa heterodoxa manera de tocar que hacia gala del mote, ‘dizzy’ (vertiginoso), que a John Birks Gillespie, su verdadero nombre, que había nacido en 1917 en Carolina del Sur, le habían asignado desde que aprendió a tocar la trompeta.
Bien, buscando en el trastero, hemos encontrado dos versiones grabadas del tema que nos ocupa, una en ‘Roulette’ y que corresponde a una olvidable sesión alimenticia dada en París, ante el papanático público de la sala Pleyel en febrero del año 53, por el Combo de Gillespie, que entonces contaba hasta con un vocalista, Joe Carroll, que hacia réplicas cómicas a Dizzy que siempre tenía que cantar, como si de un Louis Armstrong cualquiera se tratase. La otra versión, la ahora remasterizada, estaba en ‘Impulse’ y se trata de la que da título al LP que recoge las sesiones en Los Ángeles en mayo de 1967, de Gillespie en quinteto. Una versión ésta, donde las réplicas del saxo alto y flauta James Moody y una sólida actuación de la sección rítmica, piano, batería y bajo Fender, recuperan al mejor Gillespie fiel conocedor por instinto que sin progresión de acordes no puede haber ninguna lógica formal entre discordancia y resolución que sostenga una improvisación.
La procelosa búsqueda ha dado otros frutos. Un Dizzy con sesenta años, sin atildaduras ni aderezos, con sabiduría, graba dos pequeñas joyas. Una sesión en Londres con el pianista Oscar Peterson en 1974 y otra en Las Vegas en 1977, con un casi octogenario pero inconmensurable ‘Count’ Basie, donde se escucha una lectura por ambos del añejo blues “St. James Infirmary” que rememora, a parte del clásico duelo de los cuarenta entre swingers y bopers, un origen común, una música seminal sin la cual ninguno de los músicos hubiera llegado al lugar donde, cual santos de nuestra devoción, los tenemos colocados en nuestra memoria. Venite adoremus.
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