La convención sostiene que no hay empresa de ficción más difícil que la de hacer reír. Es un tópico dirigido quizás a la élite; o no pensado para España, factoría del humor de fabricación simple y éxito rotundo.
Pero lo que aquí nos ocupa no es la creación intencionada, sino el humor accidental. La gracia potenciada por la ausencia de expectativa. Los ejemplos, afortunadamente, nos abruman desde la acera matinal a la orilla nocturna. Y si no, en los escaparates: el presidente ensayando a Cantinflas.
Como quiera que fascinó a las mentes pensantes, la proyección de Un Perro Andaluz suscitó en su época una cascada de sesudas interpretaciones que fueron zanjadas con desprecio por su creador: “Nada en la película simboliza ninguna cosa”. No importa la cita, una cuota de la fascinación que ejerce la película sigue residiendo en buscarle recovecos de lógica. Y a todo esto se me ocurre que no hay mayor distancia que la que separaría la expectación colectiva previa a cualquier nueva crónica de Tom Wolfe del virginal placer que acompaña la compra de un desconocido libro por la portada.
La ilusión, tan intangible como rentable. Los filósofos obsesionados con la verificación de nuestra percepción sensorial se lo pasarían en grande analizando el juicio positivo y placer que genera en un comprador el sello del producto. Un artículo que su ojo no captaría sin ese certificado de marca.
Recientemente, en las últimas jornadas de campaña electoral, analistas de uno y otro bando coincidieron en señalar que ciertas estrategias de los partidos reportarían votos al contrario. Así, un alcaldable socialista habría hundido un poco más su tumba al sugerir un adulterio del rival. Y con su ardor, un ex presidente habría espoleado a miles de votantes socialistas a mover la muñeca. Si diéramos por cierta la especulación de los expertos y le consiguiéramos rango universal, los partidos desistirían de hacer campaña al comprender que su incontinencia alimenta la bolsa de votos ajena. Y a todo esto, ¿tienen formación académico-política nuestros candidatos?
Las carreras electorales se libran en una territorial bañera de estiércol que se desborda por el espacio público a medida que los políticos introducen sus discursos. Efectivamente, es una versión libre del principio de Arquímedes, aquel descubrimiento casual cuyo autor, según cuenta la historia, salió corriendo de la bañera, desnudo de ropa pero eufórico con su descubrimiento y gritando eureka. Visualiza uno la escena y la importancia del hallazgo se escapa por el sumidero, cruelmente derrotada por la comicidad del despelotado Arquímedes, que seguro resbaló y se jodió el cóccix.
En 1992 se disputó una Eurocopa de fútbol. Las rondas clasificatorias encumbraron a una generación de jóvenes yugoslavos, pero las cuitas segregacionistas les impidieron concurrir a la fase definitiva. En su lugar fueron convocados los segundos de aquel grupo, la selección de Dinamarca. Clase media del fútbol continental, buena parte de aquel combinado había reservado ya sus vacaciones. Y el seleccionador andaba peleado con el mejor jugador del país, que no fue llamado. Sin preparación, los daneses cambiaron el viaje de placer, llegaron a Suecia, saltaron a los estadios y se llevaron el concurso. Patrocinó Calsberg.
Es jodido, sí. Se empeña uno en escenificar una emocionante intrepidez en un campamento terrorista y una audiencia se pitorrea de risa. La comedia involuntaria, al alcance de casi cualquiera (basta proponerse un resultado diametralmente opuesto) desmiente a Pasteur, que para matizar la casualidad de su hallazgo de la penicilina dijo esto: “En los campos de la observación, el azar favorece sólo a la mente preparada”. Aplíquese la cita al descubrimiento del velcro, vacunas varias, los rayos x y, por exagerar un poco, toda la arqueología moderna. Finalmente, las búsquedas de información y archivos en Internet ha confirmado a la serendipia en el panteón de los métodos eficaces. Y es que hay quien ha construido toda una carrera literaria fundamentando cada obra en la temática del azar. Cabe preguntarse si ésa fue su intención original.
La imagen de Dios con un cubilete es poco seductora, pero gana enteros si la ampliamos a la condición de timba: una humeante partida con Baco y Pan. Las mitologías consisten, precisamente, en explicar los devaneos del destino humano en base a caprichos y culebrones librados en el monte alto y los cielos. Así nos pasa cuando jugamos a la creación, que el final del camino se parece bien poco a la puerta que buscábamos. Ojos de serpiente: lo grande es que a menudo merece la pena. Los medios justifican el fin.
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