Esa noche, un locutor indicó que empezaba el programa y cedió la palabra a Orson Welles, quien empezó sin más a recitar las primeras líneas de la novela La guerra de los mundos, de H.G. Wells:
“Nadie hubiera creído, en los últimos años del siglo XIX, que a nuestro mundo lo observaban minuciosamente inteligencias mayores que las del hombre, aunque mortales como él; que, mientras los hombres se ocupaban de sus diversos asuntos, alguien los vigilaba y los estudiaba, quizá tan detalladamente como un hombre con un microscopio podría vigilar a las pequeñas criaturas que medran y proliferan en una gota de agua. Con infinita complacencia, los hombres fueron de un lado a otro por el planeta ocupándose de sus pequeños asuntos, seguros de su dominio sobre la materia. Tal vez los microbios que vemos al microscopio hacen lo mismo. Nadie pensó que los mundos más antiguos del espacio pudieran ser fuente de peligro para la humanidad. Sólo pensamos en ellos para desechar la idea de que pudieran albergar vida. Es extraño recordar los hábitos mentales de aquellos días. Cuando mucho, los hombres se imaginaban que en Marte vivían otros hombres, quizá inferiores a ellos y dispuestos a recibir emisarios terrestres. Pero a través de las enormes distancias espaciales, unas mentes que son a las nuestras como las nuestras a las de las bestias, unos intelectos vastos, fríos y crueles, miraban a la Tierra con envidia, y, lenta pero inexorablemente, fraguaron planes contra nosotros. Entonces, a principios del siglo XX, se produjo la gran revelación”....

Miles de oyentes horrorizados corrieron a esconderse de la invasión. Otros colapsaron las líneas telefónicas, incluyendo la centralita de The New York Times que recibió 875 llamadas. La más curiosa fue la de un práctico ciudadano de Ohio que quería saber a qué hora exacta se produciría el fin del mundo. Las autoridades, enfurecidas por lo ocurrido, enviaron a la policía a la emisora, incautándose de todo el material empleado en la obra. Todo menos una copia del guión que pudo esconder el coguionista Howard Koch y fue comprada por Spielberg cincuenta años después.

Así comenzaba la noticia que el diario neoyorkino publicó al día siguiente. La adaptación representada por Orson Welles revolucionó la historia de la radio, mostrando hasta qué punto podía llegar el poder de persuasión de los medios de comunicación de masas y su enorme influencia entre el público. Sobre todo entre el más crédulo, visto que The Mercury Theatre in the air formaba parte de la parrilla habitual y ésta no era la primera novela que se emitía.
Años más tarde, en 1949, Radio Quito emitió una versión local basada en el mismo programa de Welles pero con peores consecuencias, ya que el primer sentimiento de pánico se convirtió en rabia al saber que se trataba de un engaño. Una muchedumbre enfurecida incendió la emisora y el periódico “El Comercio”. Veinte personas murieron en los altercados.

Y es que estamos en el siglo XXI. Los nacionalistas han sustituido en el imaginario colectivo a los alienígenas. Medios de comunicación y políticos de toda índole se embarcan en una especie de batalla de las palabras, cada cual con la pretensión de favorecer sus propios intereses, de ganar las guerras de sus mundos.
Finalicemos esta entrada con un toque de poesía y leamos a Paul Éluard, quien ya sabía que, en efecto, hay otros mundos... pero están en éste.
Etiquetas: Selma
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