Esa noche, un locutor indicó que empezaba el programa y cedió la palabra a Orson Welles, quien empezó sin más a recitar las primeras líneas de la novela La guerra de los mundos, de H.G. Wells:
“Nadie hubiera creído, en los últimos años del siglo XIX, que a nuestro mundo lo observaban minuciosamente inteligencias mayores que las del hombre, aunque mortales como él; que, mientras los hombres se ocupaban de sus diversos asuntos, alguien los vigilaba y los estudiaba, quizá tan detalladamente como un hombre con un microscopio podría vigilar a las pequeñas criaturas que medran y proliferan en una gota de agua. Con infinita complacencia, los hombres fueron de un lado a otro por el planeta ocupándose de sus pequeños asuntos, seguros de su dominio sobre la materia. Tal vez los microbios que vemos al microscopio hacen lo mismo. Nadie pensó que los mundos más antiguos del espacio pudieran ser fuente de peligro para la humanidad. Sólo pensamos en ellos para desechar la idea de que pudieran albergar vida. Es extraño recordar los hábitos mentales de aquellos días. Cuando mucho, los hombres se imaginaban que en Marte vivían otros hombres, quizá inferiores a ellos y dispuestos a recibir emisarios terrestres. Pero a través de las enormes distancias espaciales, unas mentes que son a las nuestras como las nuestras a las de las bestias, unos intelectos vastos, fríos y crueles, miraban a la Tierra con envidia, y, lenta pero inexorablemente, fraguaron planes contra nosotros. Entonces, a principios del siglo XX, se produjo la gran revelación”....
Pero lo que en ese primer momento parecía una simple lectura de la novela, se convirtió en un programa musical interrumpido por supuestos Avances Informativos sobre unos astrónomos que acababan de ver unas extrañas explosiones en Marte. Un presunto reportero entrevistaba a uno de los astrónomos, quien decía no encontrar explicación a lo que estaba pasando. Más adelante, se informaba sobre la caída de un meteorito en Nueva Jersey. Al rato, el meteorito resultaba ser un objeto cilíndrico descomunal. Decenas de personas habían acudido al lugar para verlo cuando, de repente, el objeto se abrió y comenzaron a salir de él unas horripilantes criaturas. Podían oírse los gritos aterrorizados de la gente y cómo el reportero vociferaba, espantado por lo que veía... La atmósfera era de un realismo total. Los que no oyeron el principio del programa pensaron que un ejército marciano estaba invadiendo el mundo.
Miles de oyentes horrorizados corrieron a esconderse de la invasión. Otros colapsaron las líneas telefónicas, incluyendo la centralita de The New York Times que recibió 875 llamadas. La más curiosa fue la de un práctico ciudadano de Ohio que quería saber a qué hora exacta se produciría el fin del mundo. Las autoridades, enfurecidas por lo ocurrido, enviaron a la policía a la emisora, incautándose de todo el material empleado en la obra. Todo menos una copia del guión que pudo esconder el coguionista Howard Koch y fue comprada por Spielberg cincuenta años después.
“Una ola de histeria masiva sacudió a miles de personas que escuchaban anoche la radio entre las 8.15 y las 9.30 cuando una dramatización de la fantasía de H.G. Wells “La guerra de los mundos” llevó a miles de ellos a creer que un conflicto interplanetario había comenzado con una invasión marciana que había propagado muerte y destrucción en Nueva Jersey y Nueva York”.
Así comenzaba la noticia que el diario neoyorkino publicó al día siguiente. La adaptación representada por Orson Welles revolucionó la historia de la radio, mostrando hasta qué punto podía llegar el poder de persuasión de los medios de comunicación de masas y su enorme influencia entre el público. Sobre todo entre el más crédulo, visto que The Mercury Theatre in the air formaba parte de la parrilla habitual y ésta no era la primera novela que se emitía.
Años más tarde, en 1949, Radio Quito emitió una versión local basada en el mismo programa de Welles pero con peores consecuencias, ya que el primer sentimiento de pánico se convirtió en rabia al saber que se trataba de un engaño. Una muchedumbre enfurecida incendió la emisora y el periódico “El Comercio”. Veinte personas murieron en los altercados.
La última “ocurrencia” inspirada en la famosa dramatización (la última reconocida como tal) fue televisada a finales del año pasado. La televisión pública de Valonia RTBF provocó la alarma en Bélgica al emitir un falso reportaje, en la hora punta de los informativos, que aseguraba que el Parlamento de Flandes acababa de votar la independencia de la región. Se interrumpió la emisión para ofrecer esta noticia de última hora, ofreciendo en directo diferentes reacciones en el propio Parlamento flamenco, el valón, el Palacio Real -de donde habría huido Alberto II para refugiase en el extranjero- o el Atomium, donde supuestamente se habían refugiado los ministros del Gobierno de Bruselas. Entre las conexiones figuraba una con el Parlamento Europeo en que se retransmitían imágenes de la celebración de la noticia por parte de supuestos independentistas catalanes, y se entrevistaba a políticos y personajes conocidos, que se habían prestado a participar en el simulacro.
Y es que estamos en el siglo XXI. Los nacionalistas han sustituido en el imaginario colectivo a los alienígenas. Medios de comunicación y políticos de toda índole se embarcan en una especie de batalla de las palabras, cada cual con la pretensión de favorecer sus propios intereses, de ganar las guerras de sus mundos.
Finalicemos esta entrada con un toque de poesía y leamos a Paul Éluard, quien ya sabía que, en efecto, hay otros mundos... pero están en éste.
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