- Sí, sí...
El ojo ve, pero el oído imagina. Los infrasonidos, esa apabullante gama que no percibimos, demostrarían que la física precede la existencia viva. ¿Había sonidos antes de que el primer bípedo afinara la peluda oreja? Desde un punto de vista antropocentrista, no. Y Dios no nos ofrecerá una respuesta objetiva: indicios apuntan a que a él también le creemos a partir de nuestro propio nacimiento.
El efecto estresante del ruido está suficientemente cotejado por el panel global de expertos independientes que tanto aporta a esas nuevas leyes que apenas se aplican. Pero sería interesante que los estudios apuntaran también a la situación contraria: ¿una vida sin sonido llevaría a la locura? ¿Tendríamos que usar trompetillas para captar los infrasonidos (-20Hz) y no perder el contacto con lo que gustamos de llamar realidad? ¿Se ha vuelto alguien loco durmiendo? La eficacia de ciertos vinilos como instrumentos de tortura está suficientemente probada.
Ah, la realidad. La distinción indiscutible de nuestro tiempo es el acceso a la información, su presunta democratización. Pero como fundamentó John Cage, más no es más. Lo cierto es que nos domina el imperio de la codificación. Tenemos a fulanito en pantalla y nos habla. Pero la simple presencia de un logotipo en la esquina interfiere el mensaje. Vista la misma emisión con otro logotipo en la esquina, el efecto de las palabras es diferente. Un Big Brother sería menos falso.
En estas circunstancias resultan enormemente válidas las teorías de Meetham, Belzer, Cawkel y Guaso, consistentes en desvincular el sistema de salida de un mensaje de su sistema de entrada, usando para ello una vía con ruido. Prueben a oír: acudan a un mitin electoral con sus emepetreses. Codificarán con más fiabilidad los enunciados de los oradores.
Lo que oímos no es fiable. ¿Dijo treinta céntimos o dijo ochenta céntimos? La moviola certifica si Ronaldinho se tiró en el área y la rectangularidad de Mondrian se impone a su presunta finalidad abstractiva. Pero el sonido nos burla permanentemente. El ruido es padre de la ambigüedad y los equívocos. Sin él, la cantidad de información del mensaje es idéntica a la salida que a la llegada. La superación de esa ambigüedad requiere el uso de la redundancia. Y la redundancia implica que la información se desvirtúe en algún grado. Un mal menor elevado a categoría por Goebbels, un modelo que vuestros periodistas o políticos de cabecera no pueden reconocer. Qué vigente está Goebbels.
Llega a mi redacción la existencia de una encuesta lanzada por uno de nuestros logotipos televisivos nacionales. Se trata de elegir al español más importante. O algo así. El apartado de modeladores del sonido propone a Alejandro Sanz, Bisbal o Sabina. En mi cabeza se activa una asociación (¿condicionada? pues claro que sí) con un bello archivo estadounidense. Se trata de un registro de los sonidos con relevancia cultural. Los Estados Unidos no tienen 300 años de Historia pero tienen más Historia que las naciones viejas. Ello se debe a su producción, mayor y mejor, en los canales contemporáneos. Así, Buñuel quemaría El Prado pero no tendría cojones de anular este archivo.
Desde 2002, la National Recording Preservation Board selecciona cincuenta grabaciones al año, "grabaciones con significado cultural, histórico o estético". El listado es cronológico y empieza en 1888 con dos grabaciones del inventor del micrófono, Emile Berliner, y tres cilindros recopilados por Edison. A partir de ahí, el archivo presenta a la tribu de los Passamaquody; Caruso; el seminal Crazy Blues de Mamie Smith; el discurso del amirsticio de 1923 pronunciado por Woodrow Wilson.... Gershwin; Stokowski; Cole Porter; Robert Johnson; Count Basie; Orson Welles en las ondas, Bob Hope entreteniendo a las tropas en la WW2; Glenn Miller; Billie Holliday; Woody Guthrie, Eisenhower en el Día D, Tito Puente.... y Sinatra, Thelonious Monk, los Crickets de Buddy Holly; Mingus; Coltrane, el aullido de Ginsberg; la investidura de JFK; Faulkner en la academia West Point; el discurso onírico de Luther King; Dylan; las Ronettes; Jobim, Gilbertos y Getz; el poema catódico de Scott-Heron; Marvin Gaye; las rapsodias galácticas de John Williams...
Entre las últimas incorporaciones resalta un disco de Sonic Youth, teóricos y artesanos del ruido. Este reconocimiento, la existencia de organismos públicos culturales exentos de pompa, comercio o elitismo; personas que tasan con el único criterio de la excelencia, seleccionadas precisamente por su aptitud para tamaño ejercicio, conduce a la envidia. Aquí, un zumbido atávico interfiere en la gestión cultural pública española, donde la afiliación tiene el premio del cargo. En Rosa, por ejemplo. O en la simultánea concesión de letras académicas a dos directores de periódicos. España, donde un estatuto territorial se proclama propietario del flamenco. Y la jefaza del ramo se declara fan de Metallica; esto podría ser el principio de una evolución o un síntoma desalentador. Yo no lo sé, tanto ruido no deja pensar.
Este ambiente recalentado que nos envuelve es la vía por la que transita el sonido. Anaxímenes elevó el aire a elemento primario. Así, su ensuciamiento ensucia el ruido. Los auriculares son la pureza y pronto serán implantados a cada nacimiento. Esta idea no es menos artificial que los sistemas de control que proliferan cotidianamente para reducir el ruido. Y ya he quedado en que el sonido no es un artificio.
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