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30 mayo 2007
The war of the wor(l)ds
30 de octubre de 1938. A las ocho y cuarto, comienza Mercury Theatre on the Air, famoso show radiofónico en el que la Compañía dramática fundada por Orson Welles y John Houseman adapta obras de teatro y literatura para su emisión radiofónica. Drácula, Julio César y Sherlock Holmes, entre otras muchas, son emitidas en este programa.

Esa noche, un locutor indicó que empezaba el programa y cedió la palabra a Orson Welles, quien empezó sin más a recitar las primeras líneas de la novela La guerra de los mundos, de H.G. Wells:

“Nadie hubiera creído, en los últimos años del siglo XIX, que a nuestro mundo lo observaban minuciosamente inteligencias mayores que las del hombre, aunque mortales como él; que, mientras los hombres se ocupaban de sus diversos asuntos, alguien los vigilaba y los estudiaba, quizá tan detalladamente como un hombre con un microscopio podría vigilar a las pequeñas criaturas que medran y proliferan en una gota de agua. Con infinita complacencia, los hombres fueron de un lado a otro por el planeta ocupándose de sus pequeños asuntos, seguros de su dominio sobre la materia. Tal vez los microbios que vemos al microscopio hacen lo mismo. Nadie pensó que los mundos más antiguos del espacio pudieran ser fuente de peligro para la humanidad. Sólo pensamos en ellos para desechar la idea de que pudieran albergar vida. Es extraño recordar los hábitos mentales de aquellos días. Cuando mucho, los hombres se imaginaban que en Marte vivían otros hombres, quizá inferiores a ellos y dispuestos a recibir emisarios terrestres. Pero a través de las enormes distancias espaciales, unas mentes que son a las nuestras como las nuestras a las de las bestias, unos intelectos vastos, fríos y crueles, miraban a la Tierra con envidia, y, lenta pero inexorablemente, fraguaron planes contra nosotros. Entonces, a principios del siglo XX, se produjo la gran revelación”....

Pero lo que en ese primer momento parecía una simple lectura de la novela, se convirtió en un programa musical interrumpido por supuestos Avances Informativos sobre unos astrónomos que acababan de ver unas extrañas explosiones en Marte. Un presunto reportero entrevistaba a uno de los astrónomos, quien decía no encontrar explicación a lo que estaba pasando. Más adelante, se informaba sobre la caída de un meteorito en Nueva Jersey. Al rato, el meteorito resultaba ser un objeto cilíndrico descomunal. Decenas de personas habían acudido al lugar para verlo cuando, de repente, el objeto se abrió y comenzaron a salir de él unas horripilantes criaturas. Podían oírse los gritos aterrorizados de la gente y cómo el reportero vociferaba, espantado por lo que veía... La atmósfera era de un realismo total. Los que no oyeron el principio del programa pensaron que un ejército marciano estaba invadiendo el mundo.

Miles de oyentes horrorizados corrieron a esconderse de la invasión. Otros colapsaron las líneas telefónicas, incluyendo la centralita de The New York Times que recibió 875 llamadas. La más curiosa fue la de un práctico ciudadano de Ohio que quería saber a qué hora exacta se produciría el fin del mundo. Las autoridades, enfurecidas por lo ocurrido, enviaron a la policía a la emisora, incautándose de todo el material empleado en la obra. Todo menos una copia del guión que pudo esconder el coguionista Howard Koch y fue comprada por Spielberg cincuenta años después.

“Una ola de histeria masiva sacudió a miles de personas que escuchaban anoche la radio entre las 8.15 y las 9.30 cuando una dramatización de la fantasía de H.G. Wells “La guerra de los mundos” llevó a miles de ellos a creer que un conflicto interplanetario había comenzado con una invasión marciana que había propagado muerte y destrucción en Nueva Jersey y Nueva York”.

Así comenzaba la noticia que el diario neoyorkino publicó al día siguiente. La adaptación representada por Orson Welles revolucionó la historia de la radio, mostrando hasta qué punto podía llegar el poder de persuasión de los medios de comunicación de masas y su enorme influencia entre el público. Sobre todo entre el más crédulo, visto que The Mercury Theatre in the air formaba parte de la parrilla habitual y ésta no era la primera novela que se emitía.

Años más tarde, en 1949, Radio Quito emitió una versión local basada en el mismo programa de Welles pero con peores consecuencias, ya que el primer sentimiento de pánico se convirtió en rabia al saber que se trataba de un engaño. Una muchedumbre enfurecida incendió la emisora y el periódico “El Comercio”. Veinte personas murieron en los altercados.

La última “ocurrencia” inspirada en la famosa dramatización (la última reconocida como tal) fue televisada a finales del año pasado. La televisión pública de Valonia RTBF provocó la alarma en Bélgica al emitir un falso reportaje, en la hora punta de los informativos, que aseguraba que el Parlamento de Flandes acababa de votar la independencia de la región. Se interrumpió la emisión para ofrecer esta noticia de última hora, ofreciendo en directo diferentes reacciones en el propio Parlamento flamenco, el valón, el Palacio Real -de donde habría huido Alberto II para refugiase en el extranjero- o el Atomium, donde supuestamente se habían refugiado los ministros del Gobierno de Bruselas. Entre las conexiones figuraba una con el Parlamento Europeo en que se retransmitían imágenes de la celebración de la noticia por parte de supuestos independentistas catalanes, y se entrevistaba a políticos y personajes conocidos, que se habían prestado a participar en el simulacro.

Y es que estamos en el siglo XXI. Los nacionalistas han sustituido en el imaginario colectivo a los alienígenas. Medios de comunicación y políticos de toda índole se embarcan en una especie de batalla de las palabras, cada cual con la pretensión de favorecer sus propios intereses, de ganar las guerras de sus mundos.

Finalicemos esta entrada con un toque de poesía y leamos a Paul Éluard, quien ya sabía que, en efecto, hay otros mundos... pero están en éste.

(Escrito por Selma)

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Escrito por: Blogger Unknown - 1 de junio de 2007, 1:33:00 CEST

Ha sido un día largo. Buenas noches.

 

Escrito por: Blogger Bremaneur - 1 de junio de 2007, 1:39:00 CEST

[604] Escrito por: schelling - 1 de junio de 2007 1:33
Ha sido un día largo. Buenas noches.
***
La subjetividad intrínseca me dice que ha sido un día de 24 horas, si bien el wittgensteiniano tempo de la concienciación metalingüística me permite expresar una concienciación supralinguar que evoca temporalidades externas a la concienciación subjetiva. De ahí mi aserto.

¿O no?

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 1 de junio de 2007, 1:41:00 CEST

Brema: (¿Es el directo desde San Sebastián, en las Vascongadas?)

Sí, Brema, es ese. Se lo puede bajar en video del E-Mule, es espectacular.

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 1 de junio de 2007, 1:49:00 CEST

[603] Escrito por: Bremaneur - 1 de junio de 2007 1:24
------------------------
Una de las pocas canciones que hablan del suicidio sin necesidad de gritar. Uno de los discos más desprestigiados de los Pink Floyd.

 

Escrito por: Blogger null - 1 de junio de 2007, 2:26:00 CEST

Escrito por: Blogger Bremaneur - 1 de junio de 2007, 2:55:00 CEST

Escrito por: Blogger Bremaneur - 1 de junio de 2007, 3:05:00 CEST

Martillazos de fuego... contra el cristal del silencio...

¿Suspiráis? No, nos quedamos un ratito más... Suspiros de España.

 

Escrito por: Blogger Bremaneur - 1 de junio de 2007, 3:12:00 CEST

Un día lo dijo Masai

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 1 de junio de 2007, 3:19:00 CEST

Querido Bremanolo, con "Suspiros de España" me suelo poner flamenca, y camino la Gran Vía sacando pecho y meneando el culo, en busca de un hombre que me haga respetable. Viva España!

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 1 de junio de 2007, 3:37:00 CEST

Ay, Supe-Zorra, a mí el Bremanolo me hace el chomino cascada del Niágara, pero la verdad es que es un poco macarra y un poco quillo...

 

Escrito por: Blogger Bremaneur - 1 de junio de 2007, 3:40:00 CEST

Escrito por: Anonymous Anónimo - 1 de junio de 2007, 4:01:00 CEST

Bremanolo, deje las drogas, hombre.

 

Escrito por: Anonymous Anónimo - 1 de junio de 2007, 7:43:00 CEST

'Sebastianismo'

FEDERICO JIMÉNEZ LOSANTOS

En Portugal, el sebastianismo fue una afección entre lírica y nacionalista que negaba la muerte del rey Don Sebastián combatiendo a los moros en Alcazarquivir y anunciaba su vuelta o reaparición en cualquier momento para enderezar lo torcido del reino, que no era poco. Todo partía de negar que el rey había muerto, por su heroísmo o por su mala cabeza, poniendo a los portugueses en el trance de elegir para el trono entre el prior de Crato y nuestro Felipe II, que fue quien se llevó el gato al agua.
Ni que decir tiene que el fracasado prior fue el primer interesado en alentar el sebastianismo, más que nada por jorobar y desestabilizar a Felipe II. Hasta ahí, lo normal: el nacionalismo se inventa una realidad, niega la evidencia y promete venturas sin cuento cuando se produzca el milagro de la reintegración del cuerpo político en el alma nacional o viceversa. Si el alma es fantasma, mejor. Así no hay que pagar los gastos de campaña.

Pero como suele también suceder con el nacionalismo, enseguida se unieron al fenómeno pícaros, embaucadores y timadores. A tres ahorcó Felipe II, que llevaba muy a mal esa afrenta al racionalismo, al dogma católico y a su Real Persona. Pero de las tres historias de timo sebastianista, la mejor es la que contaba el otro día César Vidal en sus Mentiras de la Historia, con un protagonista conocido como el pastelero de Madrigal, porque lo era.

La historia es chusca: en un registro y por casualidad se hallaron en poder del pastelero cartas de un fraile portugués y de Ana de Austria, hija bastarda de Don Juan, que, al parecer, se había enamorado del dulcero y quería casarse con él, aburrida como estaba del convento. Todo empezó cuando el fraile se topó con el de Madrigal vendiendo empanadas: era el vivo retrato de Don Sebastián y, por tanto, rey de Portugal. El de las empanadas se dejó llevar y al poco tenía un reino prometido y una prometida de sangre real, amén de una jacarandosa amante gallega y una niña muy mona. Pero fue descubrirse el pastel, es decir, el montaje sebastianista, y adiós pastelero.

Con Miguel Sebastián hemos asistido a otro sebastianismo, pero en el que se ha liquidado lo lírico e hipertrofiado la estafa. Ni siquiera tendrá el gesto de tomar posesión de su acta de concejal. Antes de llegar ya se ha ido, dizque a su cátedra universitaria. En menos de nueve meses, nos hemos desembarazado de él. Y él de nosotros, que le corría más prisa. Hay en este sebastianismo zapaterino ingredientes similares al portugués: un visionario, fraile o presidente; un caradura, el pastelero y candidato al trono o a la Alcaldía; una mujer preocupante: Ana de Austria o Montserrat Corulla; y un mandamás implacable, ayer Felipe II y hoy el pueblo de Madrid. Una historia realmente ejemplar.

 

Escrito por: Blogger Bremaneur - 1 de junio de 2007, 8:14:00 CEST

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