Grozavesti, de noche. Dejar atrás la residencia de las chicas – fetele -, R, A y C, seguir el río camino del centro, pararse en la orilla, volver la vista atrás y contemplar cómo se cruzan y difuminan las luces del Carrefour, del Night Club Bilda, y de las tienditas de refrescos y comida. Asomarse al agua y ver cómo refleja el raquítico cauce el magnífico espectáculo de luces. Pasa de la una pero en las residencias muy pocas luces están apagadas. Otra noche de diversión, supongo.
La pista de atletismo junto al Lia Manoliu, estadio nacional. Tartán viejo y castigado, baches y pliegues peligrosísimos. En el centro hierba mal cortada y dos porterías. Al fondo los enormes focos del campo de fútbol. Corriendo algunas atletas jóvenes y guapas, un vagabundo con su perro y dos obesos con bermudas de colores y la gorra al revés.
Vama Veche, en la costa rumana. Un pequeño pueblo junto al mar Negro, antiguo centro de reunión extrañamente tolerado por los Ceausescu de hippies, punks y demás avanzados. El agua heladísima, purificante. La chimenea del barco hundido apuntando diagonal al cielo. La noche eufórica bailando sobre la arena y el precioso amanecer: el azul del agua lleno de tonos naranja. Un paseo por la orilla hasta la frontera búlgara: un bidón rojo con un alambre atado hasta la roca y un policía hablando con un amigo sentado sobre una piedra. La levedad de esta frontera: todo un símbolo de los nuevos tiempos, que son también mejores.
Los mítines de Basescu. Aquel primero, en la plaza de la Universidad. Nu va da-ti demisia, gritábamos todos. Un político decente y populista, simpatiquísimo y carismático. Un sol espléndido, llena la explanada frente al Teatro Nacional. Basescu se abre paso entre la multitud, sube al estrado, saluda y habla. Le acaba de suspender el parlamento y todos le aplauden. Se despide, ondea la bandera rumana con el agujero revolucionario y se va por donde ha venido repartiendo besos y abrazos.
El día del referéndum. Las prisas para contarlo para El Mundo. Cierta agonía, supongo que muy periodística. La emoción de vivir la historia de alguna manera. La carrera desde casa hasta la Universidad. Basescu saludando desde la tarima a los pies del Hotel Intercontinental. Las banderas rumanas y los hombres vestidos de naranja. Una vez más los gritos de siempre: Jos parlamentul, Jos Tariceanu. Hemos ganado. Basescu habla, y manda un mensaje conciliador y optimista: este voto supone un sí a mis proyectos de regeneración. Su calva brilla en la noche debajo de una farola. Abajo todos nos sonreímos cómplices, con una gran sonrisa dibujada en la cara. El presidente se despide agitando con energía el brazo derecho. La policía para un instante el tráfico y Basescu cruza el bulevar a la carrera, rodeado de guardaespaldas.
En la salida hacia Pitesti, un parque. Es después de comer, el sol cae implacable y está vacío. Todo está pintado con los colores de la bandera rumana: las vallas, los bancos y los columpios. De mucho. Son ya un amarillo de papel viejo, un rojo muy apagado y un azul casi celeste.
Es en Rahova. Unos niños uniformados, chaleco azul y negro, camisa blanca y pantalones negros, largos. Pasan de las tres y parece que salen del colegio.
- Uite picioarele mele sexy (mira mis piernas sexis), dice un niño levantándose la pernera del pantalón.
- Du-te de aici cu picioarele tale sexy (vete de aquí con tus piernas sexis), le contesta la niña.
Historias de Bucarest
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