DANIEL MUÑAGORRI
Hermann Tertsch del Valle-Lersundi (Madrid, 1958) ha dejado de trabajar para El País después de 22 años en ese periódico. Su palabra discordante con la línea editorial del rotativo en temas de política nacional le ha llevado a la dirección de El País a prescindir de sus servicios, en lo que muchos han entendido como una purga dentro de la redacción del primer periódico en ventas de España.
Tertsch entró a trabajar con El PAIS en 1985 procedente de la agencia EFE. Fue corresponsal de El País en Bonn y Varsovia y, posteriormente, para Europa Oriental y cubrió el estallido de la guerra de los Balcanes. De 1993 hasta 1996 fue subdirector de El País y jefe de la sección de Opinión. Desde entonces ha trabajado en el mismo como enviado especial y entrevistador, editorialista y columnista. Ha sido y es colaborador de numerosos medios de comunicación españoles y extranjeros. Es una de las voces más críticas del periodismo español con la actual política del Gobierno del PSOE y con la figura de su presidente, José Luis Rodríguez Zapatero.
¿Cuál es su situación profesional tras la salida de El País?
Mi situación es, ni más ni menos, la de un profesional que busca trabajo después de haber abandonado una casa en la que estuvo 22 años, en la que hizo prácticamente todo lo que pudo ambicionar, con magníficos amigos, jefes y colaboradores. Sin olvidar por supuesto el recuerdo de mi paso por la agencia EFE. Pero es evidente que han sido Juan Luis Cebrián y Jesús Polanco, también Jesús Ceberio y antes Joaquín Estefanía, los que me prestaron confianza para hacer lo que he hecho. Por ello les estoy profundamente agradecido.
¿Que hayan prescindido de su trabajo en El País es un ejemplo de una prensa, y de unos medios de comunicación en general, que en España cada vez más son voces de partido?
No sólo. Siempre hubo tendencias, líneas editoriales y posiciones empresariales y siempre han sido muy legítimas. Las barricadas actuales son otra cosa. Y el emponzoñamiento surge en la política y desde allí se transmite hasta instalarse, en los medios. Ha llegado al poder y a la influencia no ya una generación, sino una especie de grupo afín -llamarlo escuela de pensamiento sería realmente un abuso-, cuyos miembros se mueven, actúan y coordinan de forma similar a la secta, en el sentido de que temen y combaten todo lo que no consideren cubierto por el paraguas de su organización de protección mutua. José María Aznar tendría sin duda muchos defectos y cometió graves errores. Su capacidad de generar no ya antipatía sino odio debería ser materia de estudio en el futuro. Pero era un político homologable a los líderes de la Europa democrática del último medio siglo. No así su sucesor en Moncloa. Creo que la nueva generación que llegó al poder bajo Rodríguez Zapatero y sólo gracias a toda una concatenación increíble de accidentes insólitos es la peor cosecha de los fracasos de la sociedad española tras el franquismo. Los denominadores comunes de la misma son la mediocridad y un relativismo tan profundo que hace que sus miembros sean perfectamente inmunes a cualquier discurso que no sea su propia letanía sectaria. Miedosos e insensatos a un tiempo, sectarios, incultos y por ello perfectamente inmunes a la autocrítica, son gente por talante mucho más cercana a los aparatchiks de los regímenes autoritarios o totalitarios que al político humanista de una sociedad abierta democrática.
Gente poco preparada en general, ve enemigos en todo lo que está fuera de sus pequeños mundos. A esa gente –y no hablo de mi ex periódico, hablo de eso que llaman genéricamente progresismo, tan bien representado por esa tropa de miles de intelectuales que heroicamente defienden al poder contra toda crítica y quieren imponer silencio a la oposición, con esa actitud que nunca se llamó intelectual sino servil, lacayuna, interesada o sencillamente indigna-, le es fundamental un enemigo máximo. Aquí está la clave de esa cohesión forzada bajo mediocres que lleva a una selección en la que los peores siempre tienen las mejores oportunidades de medrar. ¿Quién se podía imaginar al secretario de un partido socialdemócrata europeo centenario como el PSOE en la figura de un personaje como José Blanco?
¿Cómo ha ocurrido?
Todo tiene explicación y antecedentes. Cuando el sectarismo ideológico, como embozo de la incapacidad intelectual, acaba primando de forma total sobre la profesionalidad, la autoestima, sobre la percepción de la dignidad personal o sobre la más evidente realidad, se impone de forma terrible lo que en el siglo XX se dio en llamar la “selección negativa”. Un elemento clave de la formación, definición y catadura de los partidos esclavos de sus estructuras y, especialmente, de los fascistas y comunistas. Hoy vemos esa selección negativa de forma abrumadora y sólo hay que pensar en el propio presidente del Gobierno o su entorno, su secretario de organización o, si se quiere cavar aun más, en el presidente del Senado, don Javier Rojo. Todos ellos parecen llegados al partido no bajo el lema de “la libertad, la dignidad, el servicio al Estado” sino bajo el de “juro por Dios que jamás volveré a pasar hambre”, como un grotesco grito desde el “Tara” de las gentes que nunca ha hecho nada en su vida sino medrar en agrupaciones y escalar en el aparato del partido a codazos o puñetazos. Insidias y ajustes de cuentas con tal de no caer en su nivel de ingresos al que demandarían sus méritos inexistentes.
Se han escrito muchos volúmenes respecto al ascenso de los peores como imposición de la ideología o la obediencia lacaya. Sebastián Haffner, Hugo Trevor Roper, Thomas Mann, Arthur Koestler, Miklos Haraszti y mil otros en entreguerrra y posguerra han intentado explicar por qué se generaron y generan dinámicas políticas en las que los peores en catadura y formación son los que medran y escalan y por supuesto sabotean por interés propio todo mecanismo de meritocracia. Los mediocres se rodean de otros a los que desprecian para no sentirse cuestionados y éstos a su vez hacen otro tanto. Hasta llegarse a la situación en la que todos saben que deben el cargo a favoritismos y no a méritos propios y son por tanto dependientes y obedientes. Mientras, otros que no cabrían en la definición de aquellos, se acobardan, calculan sus riesgos, piensan en las consecuencias negativas de la insumisión o no consideran que el resto de la humanidad merezca que ellos arriesguen algo para avisar sobre los peligros que se ciernen sobre la sociedad.
El tema de moda es la crispación, pero ¿hablar tanto de crispación no es una pantalla para que los políticos evadan la responsabilidad de sus actos?
¿Qué es la crispación? ¿Que parte de la sociedad reaccione indignada por la pasividad e indiferencia ante el crimen y el abuso? Crispa ante todo esa actitud de indolencia ante los dolores y el miedo ajenos, si todos los días vemos que nuestros poderes gobernantes están mucho más de acuerdo en herir a gran parte de la sociedad que en hacer frente a los asesinos. Y crispa ver que hay grupos privilegiados por este poder que parecen haber formado un pacto con el poder para vivir subvencionados de la ofensa regular a otras partes de la sociedad. ¿Y no es crispación el miedo? Está repleta esta sociedad de listos incapaces de asumir riesgos que dicen tener miedo a quienes no les amenazan jamás. Está llena de quienes desde el insulto quieren dar consejos a los cristianos. Quienes desde el desprecio recomiendan discreción a las víctimas del terrorismo. Los que han acabado creyéndose que hubo víctimas mortales –humanas, no moluscos- en el Prestige y no se acuerdan de los muertos en el incendio de Guadalajara. Existe esa repugnante superioridad moral de quienes coquetean con fusilar al amanecer y jalean a Carrillo no ya por su labor tan meritoria en la transición que todos aplaudimos en su día sino por sus actitudes antifascistas en la Guerra Civil entre las que destaca la liquidación de siete mil inocentes en Paracuellos. El anciano Carrillo, otra vez en su salsa, presume muy significativamente ya mucho más de la guerra que de la transición.
¿Existe también crispación en los medios de comunicación?
Por supuesto y muy fundamentalmente. Pero aquí también se ha extendido ya en gran medida lo que antes he querido describir con la selección negativa. En el aparato del Estado suben espectacularmente gracias a ese poder de succión –existente en el PP, omnipresente en el PSOE y total en los partidos nacionalistas- que lleva al poder e influencia a gente con menos preparación, menos escrúpulos y sobre todo menos posibilidades de tener una vida medianamente decente y próspera fuera del fango político en el que han crecido y se han aupado. Este sistema de selección negativa lleva implícito un inmenso poder de intimidación. En esta sociedad mediática es imprescindible para ello la colaboración de los medios o su utilización. Es evidente que la para nada justificada hegemonía moral de la izquierda en España –ya rota en países como Francia, Reino Unido o Alemania- tiene el efecto de mantener como rehenes no ya a los autodenominados intelectuales sino en general al discurso periodístico. Hasta niveles grotescos. Y esto no cambió en absoluto en ocho años de Gobierno de la derecha en España. Llegados al punto de deterioro actual de la convivencia, uno de los resultados más concretos de la legislatura socialista, está claro que el rufianismo político de Pepinho Blanco –al que en absoluto son ajenos el presidente, su vicepresidenta etc- ha movilizado a mucha gente de similar catadura para su campaña de destrucción de una alternancia y por tanto una alternativa democrática al régimen frentepopulista que promueve la secta intelectual en torno a Zapatero. Cuando se tiene voluntad de gobernar contra la mitad de la población sin recurrir a los medios represivos más clásicos hay que fomentar la criminalización de esa mitad y sus representantes. En eso están el Gobierno y sus medios.
¿Los consumidores de información se olvidan de que la mayoría de los medios son empresas con ánimo de lucro?
No se olvidan. Pero también aquí juega un gran papel la intimidación, el miedo y las ganas de curarse de éste leyendo lo deseado e ignorando lo no apetecido. Las empresas saben que tienen mucho que perder si se oponen a unas fuerzas que promueven la idea de la imposibilidad de una alternancia política. Unas participan por convicción o interés, pero otras lo hacen por miedo. Una de las peores taras de la sociedad española es la falta de coraje cívico del mundo empresarial y económico. Y en los medios se refleja drásticamente.
¿Se puede ganar electoralmente la presidencia del Gobierno sin tener una mayoría de medios de comunicación favorables o, al menos, no contrarios?
No lo sé. Pienso que este país ha tenido caracteres capaces y que lo han demostrado, como Felipe González y José María Aznar. Éste último pecó probablemente de arrogancia al creer que podría volver a convencer a los españoles sin artimañas de que valía la pena apoyar el proyecto propio que tantísimo éxito había tenido en España en tantos frentes. La guerra de Irak quebró aquella apuesta. Rodríguez Zapatero es todo lo contrario. Pura artimaña, la solemnización y el amaneramiento de la nada absoluta. Trágico es que la sociedad española no lo perciba porque estoy convencida de que pagará un precio muy caro por ello. Tengo la profunda convicción de que Zapatero y el pensamiento tan débil como tóxico que emanan él y su gente son una desgracia para España, totalmente inmerecida, después de treinta años difíciles pero ejemplares.
El comunicado de ETA en forma de entrevista del pasado domingo deja alguna posibilidad de creer en el final dialogado de la organización terrorista?
Creo que ni el comunicado ni el proceso merecen más de una línea de respuesta. Pero responsable de esta situación no son los terroristas que son eso, terroristas, y estaban en gran parte convencidos de su derrota hace tres años y en pleno proceso de dispersión y de buscarse personalmente otras opciones de vida. Es el adanista de Zapatero, al que una constelación maldita convirtió en presidente del Gobierno, quien cree que todo lo inventa él en su profunda ignorancia y desde ese peculiar pensamiento mágico que alimentan unos supuestos intelectuales de corte, que son unos perfectos mamarrachos. Zapatero ha sido el principal motor de la reactivación de un monstruo que hoy ya, sin él, podría situarse cerca de estar momificado. De haberlo estado, quizás podría haberse afrontado el gran reto que le queda a la España democrática, que es el desalojo de los nacionalistas, esos grandes medradores del terror y del poder en el País Vasco. Pero hay momentos en los que creo que quizás sea tarde. La historia puede estar primando a quienes desde el nacionalismo o el socialismo sectario –o desde el indigenismo en Latinoamérica, o el islamismo en todas partes- han lanzado una nueva ofensiva contra las democracias abiertas como en los años veinte y treinta del siglo pasado.
¿El Gobierno de Zapatero ha asumido ya que no hay nada que hacer o todavía buscará resquicios?
Zapatero considera a ETA y al nacionalismo vasco, violento o no, parte de los aliados en su universo sentimental. En esa emoción sectaria del izquierdismo semiculto, Zapatero siempre considerará a un etarra como un revolucionario equivocado, pero al final recuperable para el frentepopulismo. Y una víctima del PP será de alguna forma un fascista muerto en accidente. Para el presidente del Gobierno, como para el radicalismo nacionalista catalán, no todos los muertos son iguales porque los hay éticamente superiores. Zapatero es un autista moral y político que no tiene cura. La gente debería tenerle más miedo.
¿Le sorprende la posición tan firme de Imaz, incluso más que Zapatero, a la hora de ponerle las cosas claras a Batasuna?
No me sorprende nada. Imaz es un posibilista que ve la realidad de otra forma que ese personaje siniestro que es Ibarretxe. Pero como le dijo una vez Imaz a Rosa Díez aquello de “lo hemos sentido como si fuera de los nuestros” en referencia a un Fernando Buesa que acababa de matar ETA, Imaz sabe también hacer diferencia entre los muertos. Nunca luchará por un Estado de Derecho fuerte y digno. Y siempre diferenciará entre unos muertos y otros. Como lo hará entre los vivos, vascos o no vascos. Vascos buenos o vascos éticamente inferiores. Imaz como Ibarretxe, saben que sin ETA no serían nadie. Como nadie habrían sido Zapatero y Blanco con un partido socialista digno, sólido y consciente de su historia y responsabilidad.
Todo indica que ETA volverá al tiro en la nuca y al coche bomba. ¿Significará un nuevo escenario político o regresaremos a la época de las condolencias y las condenas, mientras la puerta de una futura negociación se mantiene abierta?
Desde luego así es. Será una desgracia que vuelva a haber muertos. No será una desgracia que la sociedad española vuelva a ver la realidad de frente y se vea obligada a buscar el coraje para tomar decisiones ante la obstinada voluntad de una banda de asesinos y su inmensa corte de nacionalistas beneficiarios de acabar con la Constitución, con las leyes y la libertad individual. Mirar hacia otro lado o negar la realidad no nos ha neutralizado ni un solo peligro y ha aumentado las expectativas de los asesinos y sus cómplices. Creo que cuando hay que luchar el que se encuentra en peor situación es el que no se entera o no quiere enterarse. De ahí que la obstinada negación de la realidad por parte de Zapatero y los medios que lo han arropado haya sido un auténtico atentado contra la seguridad de los españoles.
¿El futuro político de Zapatero depende de ETA?
Lo mejor que puede sucederle a la historia de España es que Zapatero quede en trágica y grotesca anécdota. Por autoestima. Pero en todo caso Zapatero sabe que pierde y gana según quieran Txeroki u otros. Por eso hay que partir de que es un rehén de ETA. Quien es consciente de que su vida política depende ya del capricho o conveniencia de los asesinos –como por cierto dijo el propio presidente del CIS, Fernando Vallespín- , no está capacitado para gobernar a los españoles. Se ha convertido en un peligro él mismo.
¿El PP debería de variar en algo sus posiciones actuales?
El PP ha fracasado pese a su decencia fundamental en cuestiones como el terrorismo y el llamémoslo “dilema territorial” porque no es fácil reaccionar a errores fundamentales desde un principio traumático como el del 11-M. Eso no quiere decir que, como muchos por ahí dejan caer, el PP deba creer que su salvación está donde le recomiendan sus enemigos. Eso viene a ser como la reciente anécdota en la que todos los peores enemigos de la iglesia católica se lanzan a hacer un cuadro de conducta al Vaticano sobre cómo portarse con una parroquia que no les hace ni puto caso. Nadie invitó a esos curas a ingresar en el PCE, en la Asociación de Autores, Artistas y demás beneficiarios, en religiones alternativas o demás. No, era Ratzinger quien debía tragarse el que no se aceptaran las normas. Como decía Rosa Regás, esa gran figura de la literatura española que dirige la Biblioteca Nacional, el que no se adapte a las leyes vigentes que se joda. Hablaba por supuesto del rodillo oficial castellanófobo en Cataluña.
¿Cree que si ETA regresa a los asesinatos de cargos públicos y políticos seguirá manteniendo a los nacionalistas fuera de la diana?
Por supuesto. Son de los suyos. Salvo aquellos que intenten desmarcarse. La tranquilidad y la seguridad se compran día a día. A cambio de dosis de dignidad. Pero también protegerá a otros que también son suyos, como muchos socialistas. Éste es el único país civilizado donde la oposición lleva escolta y el poder no. Es ETA quien lo determina.
¿Habrá movimientos importantes en la sociedad vasca y española si ETA vuelve a asesinar de manera sistemática?
Ya hemos dicho que Zapatero depende en gran parte de los humores de ETA. Pero no veo una forma clara de salir de la situación actual. Creo que Zapatero, su pensamiento mágico y la secta de mediocres e irresponsables que tiene en su entorno, han hecho ya tanto daño al tejido de la sociedad española y a los mecanismos de encuentro de las fuerzas políticas y sociales, que será difícil reconducir esta deriva. Será muy difícil limitar daños y un largo esfuerzo de nuevo buscar una fórmula de invertir la tendencia del desencuentro y la liquidación de afectos territoriales, sociales e ideológicos. Repito que considero a Zapatero una tremenda desgracia para este país. Pero es una desgracia también que la sociedad no haya demostrado capacidad para reaccionar ante tanto desatino. Ha quedado inerme ante la deriva. Por ello insisto en que todos pagaremos caro lo que algunos han hecho. En todo caso y volviendo al principio, creo que sólo la desaparición de esa secta de la selección negativa –y habrá de ser en derrota electoral- nos puede hacer pensar en una tarea de reconstrucción de nuestra integridad y dignidad democrática.
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