Servirá para desasnar a unos cuantos, supongo:
¿QUÉ ES UN HISTORIADOR?
Pío Moa
El mundillo progre anda un poco revuelto desde hace tiempo con el arduo problema de las esencias de la historiografía: ¿qué es un historiador, qué puede ser eso? Se trata, básicamente, de dar con alguna definición que nos deje a algunos fuera del cotarro. Tras mucho cavilar han llegado a la conclusión de que no somos historiadores, y quieren fundamentar tan sesudo acuerdo de modo convincente para los ajenos al gremio. Según unos, un historiador ha de recibir el título en la universidad y de sus autorizadas manos; sostienen otros que un historiador solvente ha de dar clases de la materia, también en la universidad o, al menos, en la enseñanza media. Exigencias peligrosas, porque también dejarían fuera de juego a gremialistas como Juliá, Gibson o el propio Reig, que no son licenciados o no dan clases del asunto, sino de materias más o menos conexas. Además, ¿cabría llamar historiadores a los cientos que pasan por tales en todo el mundo, desde Tucídides, sin haber recibido las brillantísimas enseñanzas y grados de nuestros progres maestros?
Por ello, supongo, el señor Reig prefiere una definición más, digamos, sofisticada: serían historiadores “aquellos estudiosos e investigadores debidamente reconocidos por sus títulos académicos o, lo que es mucho más importante, por sus aportaciones historiográficas así consideradas por quienes han sido acreditados por su propia obra y así les es reconocida por sus pares”. En menos palabras, sería historiador aquel a quien reconocieran por tal “sus pares”, los de Reig, se entiende. Y concreta en una entrevista: “Estos publicistas, que califico de neofranquistas o propagandistas o historietógrafos, no pueden tener la pretensión de, sin títulos académicos y sin reconocimiento de sus pares, es decir del gremio de profesionales de la historia, ser reconocidos como tales y adjudicarse alegremente el título de historiador”. Así pues, el amigo Reig y sus gremialistas no nos conceden el título a unos cuantos. En lo que me atañe, no hallo palabras adecuadas para expresar mi desolación.
Mas, para empezar, ¿existe algo parecido a un gremio o comunidad de historiadores dedicado, entre otras cosas, a adjudicar tales títulos? Tal vez lo haya en un país comunista o fascista, pero no en una democracia. Ello aparte, el aludido gremio no abarca, en la idea de Reig, a la comunidad de los historiadores, sino a los “pares” del propio Reig, como ya indiqué, pues fuera de él encontramos a gran número de profesionales y profesores que sí me reconocen como historiador, por poner mi caso. Citando solo de memoria, me vienen ahora mismo a la cabeza Payne, Seco Serrano, Andrés-Gallego, Ricardo de la Cierva, Cuenca Toribio, Bullón de Mendoza, Rob Stradley, José Luis Orella, Martín Rubio, Alonso Baquer, Luis García Moreno, Tom Burns, Manuel Tardío, Jesús Salas Larrazábal, Martínez Bande (poco antes de fallecer)…. ¿O habría que quitarles también a ellos el título, por cometer tal herejía? Me gustaría hacer notar al señor Reig el infantilismo de su pretensión. Infantilismo, ya se entiende, capaz de transformarse en pesadilla en una sociedad no democrática, como van camino de serlo algunas regiones de España.
Contra lo que dan a entender los gremialistas, no existe el título de historiador, como no existe el de filósofo, novelista, poeta, etc. El licenciado, doctor o profesor de historia, sin más, difiere tanto del historiador como el licenciado o doctor en filosofía difiere del filósofo, o el licenciado, etc. en filología del novelista o del poeta. En fin, para aliviar de sus pesadas lucubraciones al señor Reig y sus pares, les propongo una definición más sencilla y realista, a mi juicio: es historiador quien escribe libros de historia. A partir de ahí, el historiador, como el novelista, etc., puede ser bueno, malo o regular, lo cual no depende de sus títulos, sino del valor de sus trabajos. Y para juzgar ese valor precisamos analizar dichos trabajos de forma concreta, como sugería Payne -- y perdonen la reiteración de la obviedad --, y olvidar pretendidas condenas de gremio, o más propiamente de pandilla. ¿Entenderán estos señores algo tan simple?
Y aquí arribados, me veo en el penoso deber de informar al señor Reig y sus pares de que ellos pueden llamarse historiadores, ciertamente, pero no buenos historiadores, incluso me permitiría calificarlos de francamente malos. Comprendo que esto les parecerá increíble, pero trataré de demostrarlo. Un profesional puede ser mediocre o malo por falta de esfuerzo o de talento, esto es casi una perogrullada; pero también por trabajar con un criterio falso, que le empuja a mutilar o malinterpretar los hechos históricos, echando a perder su esfuerzo o su talento. Como nadie ignora, un libro de historia no consiste en una simple acumulación de datos, sino en un ordenamiento de los mismos conforme a un enfoque o teoría general. Una teoría buena permite exponer la lógica interna de los datos y sucesos, sin forzarlos ni mutilarlos; con una mala ocurre lo contrario. La investigación sobre los datos desafía de modo constante a las teorías, las cuales quedan confirmadas o bien han de modificarse o desecharse.
Sin embargo nuestra necesidad psicológica de orden y comprensión nos hace aferrarnos muchas veces a teorías aparentemente omniexplicativas, a pesar de su incapacidad para integrar los datos: se prefiere mutilar estos, o prescindir de ellos antes que abandonar el orden aparente ofrecido por la teoría. Así ha pasado, y sigue pasando de modo muy destacado con el marxismo. Muchos intelectuales persisten en aplicar las categorías y concepciones de Marx, Engels y sus sucesores, de forma explícita o -- más frecuentemente hoy día—implícita, incluso disimulada. Reig y sus pares, ya lo veremos con más detenimiento en el próximo artículo, entran de lleno en el redil marxista o marxistoide.
Las concepciones de Marx han calado de tal modo que no pocos estudiosos ajenos o contrarios a esa doctrina han sucumbido a sus encantos, y no me refiero solo a Tusell y sus seguidores progres de derecha. Hace tiempo discutí en un programa de televisión con uno de esos eclécticos derechistas, defensores de las “aportaciones” y del presunto valor explicativo del marxismo, aunque no admitiera la doctrina en bloque ni como única a emplear en la historiografía. Le contesté que el marxismo esteriliza necesariamente el estudio de la historia y de cualquier otra cosa, y que su gigantesca producción intelectual solo tiene utilidad, al final, como material de derribo. Él me acusaba de extremismo, como único argumento.
El marxismo es una teoría omnicomprensiva con pretensiones científicas, aplicable lo mismo a las ciencias naturales que a las sociales. En las primeras, el materialismo dialéctico, la dialéctica de la Naturaleza, ha sido abandonado hace ya mucho tiempo. Nunca sirvió de nada o, peor todavía, sirvió para imponer aberraciones como las de Lisenko en biología. En cambio, en las ciencias sociales el materialismo histórico ha conocido un esplendor increíble, década tras década, manteniéndose incluso después de la caída del muro de Berlín. En nuestras facultades universitarias, no solo en las españolas ni mucho menos, sigue enquistado, produciendo incansablemente falsedad y cháchara irrelevante; y también ese clima burocrático-inquisitorial tan característico. Produciendo, en suma, lisenkos y lisenkadas en serie.
A Reig y a sus queridos pares ni los sucesivos fracasos comunistas ni la caída del muro por excelencia les han enseñado nada. Por esa razón no son ni pueden ser buenos historiadores. Y ello, repito, al margen de su espíritu de trabajo, a veces muy notable, o de su talento, que no voy a cuestionar aquí.
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