Para Bartleby, que me pidió que escribiera sobre Dios.
En septiembre de 1910, Rosa Coldfield y Quentin Compson encuentran a Henry Sutpen escondido en la casa, abandonada ya, ajado su esplendor. Allá pasa los últimos días que se conocen de él. Había nacido en 1839, en la hacienda Sutpen’s Hundred, entonces sí en todo grandiosa, incluso después de que su madre muriera tan joven y después de que su padre quisiera casarse con su tía y la insultara y la expulsara.
Entre septiembre y diciembre de 1910, Rosa va contándole a Quentin la historia de la familia Sutpen, una historia de amor, odio, racismo y ambiciones. Pero sobre todo, una historia sobre el Tiempo, que es lo que impera durante la novela y lo único que permanece después de haberla leído. El Tiempo, que va revelando lo que ocurrió con un caprichoso movimiento que se va perdiendo por algunos entresijos que ninguno de los cuatro narradores es capaz de recuperar más que en breves ráfagas fantasmagóricas.
Muchos años después, casi medio siglo, allá por 1957 ó 1958, María Timoner regresa a la que fuera la casa de su familia y que el doctor Sebastián había comprado poco después de la guerra Civil para instalar allí su clínica. El regreso conmociona tanto a la propia María como al pueblo, y sobre todo al doctor, ya en un avanzado estado de degeneración psicológica. En aquel pueblo abandonado, al que la inaccesibilidad lo ha convertido en un lugar legendario donde parece que la guerra aún continuara, como podía continuar en el ánimo de algunos confederados en la década de 1870 o en otros soldados japoneses aún en 1950, María Timoner y el doctor Sebastián hablan sin cesar, mientras, con poco descanso, alguno trasiega copas de castillaza. María ha regresado en su coche, al igual que otros automóviles aparecerán por las páginas de otras novelas benetianas, y logra que el doctor recuerde lo que fue, su amante, y lo que es ahora. Una vez más el Tiempo, el tiempo que destruye pero no cura las heridas, a lo sumo las seca lo suficiente como para que apenas escuezan.
Al final, después de una noche de charla ilógica, María Timoner se marcha y el doctor, después de haber descabezado un sueño, sube al piso superior, entra en una habitación y se enfrenta con quien no ha dejado nunca de estar allí y probablemente los ha oído. El doctor lleva un vaso, en el cual ha diluido una pastilla. Abre una puerta más pesada que las demás no sin antes haberle preguntado a quien está al otro lado si está acostado. Al entrar lo ve acuclillado en una esquina, lloroso y sucio. Después…
Ese último día de diciembre, Henry Sutpen persevera, en la vieja casa familiar, ya perdida por el Tiempo (El Tiempo es el mal, dijo Pound), que no odia el Sur. Tres veces lo niega. En la noche profunda de Región, cuando el Numa hace guardia por los bosques alejados del pueblo, el hijo llora y rompe los muebles, grita y deambula por la casa. Ha escuchado a su madre mientras hablaba con su padre, y él ha tenido que aguantar las ganas de saludarla.
Absalón era el hijo favorito del rey David que asesinó a su hermanastro.
(escrito por Garven)
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