La primera consideración que quiero hacer es que en todos los casos se trata de personas que se han topado de frente con el Mal, así, en mayúsculas. Ese Mal que nuestra civilización tecnológica no quiere reconocer como tal, porque considera que todo su problema radica en encontrarle una solución técnica, la cual, antes o después, tiene que llegar. Esto no es para nosotros solo una cuestión de fe, también es una exigencia y algo que, aunque equivocado, honra a nuestra civilización y acredita sus buenas intenciones.
Pero siendo cierto que hemos ido arrinconando y venciendo a muchas formas del Mal, también lo es que hay males para los que no tenemos solución, y el terremoto es uno de ellos. Eso lo sabe esta gente de las fotos que acaba de sufrirlo: sabe que lo que acaba de pasarles no es consecuencia de que sean muy pobres, lo sabe por instinto, por aquello del subconsciente colectivo que guarda memoria de las innumerables tragedias telúricas que han tenido lugar a lo largo de la historia.
Pero lo que me interesa considerar aquí es lo que muestran sus miradas en relación con una cuestión fundamental, la del Sufrimiento. El Mal engendra Sufrimiento, esa me parece su definición más acertada: Mal es lo que engendra Sufrimiento, en todas sus formas posibles. Y esta gente desafortunada nos ofrece una oportunidad de observar en qué consiste, o por lo menos como se manifiesta, el sufrimiento humano.
Una forma, quizá la más evidente, de enfrentar el sufrimiento es el llanto. Lo decía Violeta Parra: “gracias a la vida que me ha dado tanto / me ha dado la risa y me ha dado el llanto”. Hartarse de llorar, hacerlo desconsoladamente, es una válvula de escape para la angustia, a su vez una variante del sufrimiento, y también para el dolor.
Otra forma es el aturdimiento. Como si el Mal te hubiera dado un balonazo en la cabeza, pierdes la capacidad de entender lo que acaba de pasarte y así, según el decir popular, “ni sientes ni padeces”. Lo que le da un tiempo precioso a tu organismo para que, sin la intervención de una conciencia asustada, recomponga su homeostasis. Así las dos mujeres que emergen, recién salvadas, de entre los escombros, se manifiestan aturdidas, como si no pudieran comprender lo que está pasando.
A más largo plazo, es decir, cuando has dejado atrás el aturdimiento pero el sufrimiento persiste en alguna de sus formas, toma el mando lo que los médicos han llamado stress postraumático, que en las fotos del collage vemos como una mezcla de indiferencia y desesperanza en las miradas de algunos, los más jóvenes, y que con el tiempo puede transformarse en una depresión en la que, imposibilitado de reaccionar, aceptas con fatalismo todo el Mal que quiera seguir llegándote. Este podría ser el caso de esa abuela de la foto central que quizá haya perdido a todos los suyos.
Finalmente están los afortunados que pueden reaccionar, adoptando una postura proactiva de lucha por la vida. Es el caso de esas dos madres que lavan a sus niños, el de la mujer que protesta en la cola de reparto de alimentos, también el de los saqueos que ya empiezan a producirse, y el de tanto altruismo anónimo que no podrá nunca recogerse en una foto. Darwinismo en acción, con todas sus luces y sombras, dirigido hacia la supervivencia de la especie, la continuación de la vida.
Terminaré haciendo una consideración inquietante y otra esperanzadora.
En cuanto a la inquietante: yo en esta entrada, así como los millones de espectadores que están contemplando en la televisión el espectáculo de carnes desgarradas, vidas truncadas, muertos que llenan las calles con un escalofriante impudor, yo y todos ellos vemos lo que está pasando en el infierno haitiano con frialdad, por más que nos impresionen las imágenes vistas. Esa es la otra cara del Mal, nuestra resignada indiferencia que nos hace aceptar que el Mal forma parte del material con que está fabricado nuestro mundo. Es inquietante porque pone de manifiesto nuestra convicción de que, en efecto, hay un Mal del que, cuando llegue, no podrá librarnos nada ni nadie. Pero sobre todo porque nos da una excusa para aceptar que ese Mal, y por extensión cualquier Mal, pueda cebarse en otros, alejados de nosotros, víctimas de algo que consideramos inevitable, muchas veces sin que lo sea realmente.
La consideración esperanzadora se basa en lo que vemos que está pasando ya en Haití: el mundo entero se está volcando en ayudarlo a mitigar las desgracias que lo afligen. Y es esperanzadora porque manifiesta que muchos humanos, aunque estén dispuestos a aceptar la inevitabilidad del Mal, hacen todo lo posible por eliminar el Sufrimiento que ocasiona: una forma menos tecnológica, no preventiva sino simplemente reparadora, pero igualmente necesaria, de luchar contra aquél.
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