Se editaron en 1947 trescientos veinte ejemplares, de los que veinte, identificados con letras de la A a la T, fueron regalados a los colaboradores de la edición, y los trescientos restantes, con numeración consecutiva, fueron puestos a la venta, todos firmados en original por Matisse. Las ilustraciones de Matisse consisten en dibujos ornamentales o rostros, nada más.
Aquella edición estuvo a punto de no existir nunca. Estamos acostumbrados a que estos asuntos tengan que ver con rencillas de egos insatisfechos, peleas a muerte entre editores, intereses políticos o sectarios, cualquier causa algo épica suele valer. Sin embargo, en este caso, algo totalmente banal estuvo a punto de dar al traste con una edición que a quien más placía ver terminada era al propio Matisse. En la última página, dejaron los editores constancia de lo sucedido. Más exactamente, el relato lo firma Aragon:
“Fue durante el verano de 1944 cuando Henri Matisse, soñando desde hacía años con el proyecto de ilustrar “Les Fleurs du Mal”, terminó de dibujar estos rostros con lápiz graso para ser calcados en piedra de litografía. Hacía mucho calor y el lápiz se había secado para cuando el litógrafo los recibió. Como se hace frecuentemente, los dejó una noche entre hojas de papel secante humedecidas. Por la mañana, hizo el calcado sobre la piedra y grabó las pruebas.
Pero se encontró que la humedad , igual que deforma una puerta, había deformado estos rostros: se habían estirajado más o menos un centímetro; las proporciones, la expresión se habían perdido. Y ocho meses de trabajo de Henri Matisse. Si podemos a pesar de esto conocer esta experiencia, es gracias a las fotografías de los dibujos de lápiz graso, antes del calcado en piedra, que Matisse tuvo la precaución de hacer tomar. Reproducidas aquí en fotolitos (a los que el pintor ha añadido el aguafuerte liminar, los numerosos ornatos especialmente dibujados para esta edición, el dibujo de la cubierta y las mayúsculas de encabezamiento de su propia mano) guardan para el futuro un logro fugitivo, que Henri Matisse no ha podido absolutamente volver a encontrar cuando ha querido abordar de nuevo estos dibujos: la expresión, la pasión ya no existían, ya no eran más que copias. Ha preferido publicar, en lugar de estos dibujos reempezados, los originales registrados por el aparato fotográfico. Los cuidados infinitos que además ha aportado para la precisión tipográfica de este libro, para el enriquecimiento de esta edición, dan testimonio de la importancia que le asigna a una experiencia que alcanza la poesía baudeleriana en su corazón mismo.”
Mereció la pena que la fotografía salvara la obra de Matisse. ¿Cuántas veces antes de la existencia de la fotografía se habrán perdido dibujos matriz de litografía para siempre? Muchas, imagino, pero no fue éste el caso.
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