De Edgar Allan Poe la gente suele recordar sus cuentos de terror, los de misterio y los de ciencia ficción (¿no sería más correcto decir ficción científica?). Durante mucho tiempo se ha especulado sobre los conocimientos científicos de Poe. Baste decir que escribió un Manual de conchas, copiado casi íntegramente de otro bastante conocido allá por la primera mitad del siglo XIX. Lo que nadie recuerda, o menciona, es que Poe fue un gran mentiroso. Escribía en los periódicos para ganarse el sustento y eso le permitía el contacto frecuentísimo con el público. Se dio cuenta de las inmensas posibilidades que ofrecía la prensa escrita. Podía divulgar sus cuentos, podía difundir noticias, podía incluso manipular a los lectores haciendo pasar por verdadero lo que era simple invención. Así ocurrió cuando dio la noticia de un autómata que jugaba al ajedrez y era imbatible. Contaba la historia de un autómata vestido de turco al que llevaban por los pueblos para que jugara la gente contra él. Nadie podía ganarle. Al final se descubre que debajo de la mesa donde estaba el tablero de ajedrez había un enano que era el que en verdad jugaba. Esta es una historia que hoy nos puede provocar hilaridad, e incluso podemos no creérnosla, pero en su momento, fue tomada por cierta, como algunas otras del mismo Poe. Se valía de dos recursos: el estilo periodístico y el que apareciesen impresas en periódicos. A nadie se le pasaba por la cabeza pensar que podía ser una broma, que podía ser mentira, o simplemente, que podía ser literatura. Lo que se publicaba en los periódicos era cierto a menos que estuviera en la sección de literatura.
Más adelante, Walter Benjamin retomó la figura del autómata jugador de ajedrez para hablar de un tiempo pasado y hacer algunas reflexiones sobre la sociedad y los humores humanos. Pero ya Benjamin ofrecía la historia como algo ficticio, un simple mito, al igual que el autómata era un mito, marionetas animadas que habían inventado unos relojeros, cosa del pasado y de la imaginación.
Hoy en día hay ya máquinas capaces de disputar complejas partidas de ajedrez. No tienen una apariencia antropomórfica, pero son capaces de poner en jaque al campeón mundial de ajedrez. También le pueden dar jaque mate.
Más adelante, Walter Benjamin retomó la figura del autómata jugador de ajedrez para hablar de un tiempo pasado y hacer algunas reflexiones sobre la sociedad y los humores humanos. Pero ya Benjamin ofrecía la historia como algo ficticio, un simple mito, al igual que el autómata era un mito, marionetas animadas que habían inventado unos relojeros, cosa del pasado y de la imaginación.
Hoy en día hay ya máquinas capaces de disputar complejas partidas de ajedrez. No tienen una apariencia antropomórfica, pero son capaces de poner en jaque al campeón mundial de ajedrez. También le pueden dar jaque mate.
(Escrito por Garven)
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