En lo cotidiano como signo democrático, como factor igualador de los personajes, lugares, objetos, anuncios y símbolos que lo componen, es donde se desenvuelve Eggleston. Lo cotidiano como paisaje común de dos generaciones, sus contemporáneas, y tan constante que es tradición. No es casual que declaré su falta de interés por Elvis Presley, una vez ha terminado el encargo de la revista Rolling Stone sobre su figura; en su lugar, retrata muebles, cortinas y espejos, rincones de su casa buscando simetrías en las que el espectador pueda reconocer su misma casa y su mismo gusto. La estética kitsch iguala a la de cualquier otra casa de sus paisanos. La democracia aparece también en la estabilidad y ausencia de tragedia y épica que define ese paisaje y con que (se) reviste lo cotidiano. La raíz de su énfasis en la normalidad y en lo común está en las imágenes de su infancia y juventud, tomadas de su medio, pueblos y pequeñas ciudades en Tennessee, el delta del Mississippi y el Sur en general. Pronto quiso un refrendo democrático de su obra al buscar audiencias más amplias, pasándose al color con entusiasmo y definitivamente, y utilizando una técnica (impresión dye-transfer) que resalta los colores hasta conseguir un efecto hiperrealista. La fuerza del color y el paisaje urbano como anuncio de neón en la memoria del espectador. Pero estas operaciones de realidad nunca son tan perfectas como se cuentan y Eggleston sabía que su trabajo y la experiencia del público sobre un paisaje común lindaban con los mismos sueños, los cuales se pervierten, frustran o realizan ya individualmente.
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