tras hacer una ligera parada en el paladar. Su pub se llama, curiosamente, MacRory’s y ocupa el sótano del minúsculo Beechfield Hotel. Si logras bajar sin mayores tropiezos los escasamente iluminados doce escalones de arenisca desgastada, toparás súbitamente con algunas espaldas y una vaharada de humos diversos. En no más de cincuenta metros cuadrados, casi a escala con el propietario y sin otra iluminación natural que la de dos pequeños tragaluces con unos cristales casi opacados por una mugre arqueológica, coexisten pacíficamente la barra en L, con una casi impenetrable entrada a los servicios a su derecha, ocho toscas mesas de madera oscura con bancos corridos y un
pequeño escenario donde las noches de jueves, viernes y sábados se toca “live music”. El local está muy cerca de la Universidad por lo que es frecuentado, a más de por ex-hippies y rockeros coetáneos de Ray, por múltiples alumnos continentales que pasan en Bradford su año Erasmus. Ray es particularmente atento con los españoles y, de vez en cuando, les pide un Ducados que es el único tabaco hispano que parece conocer. En el verano del 77, The sesquipedalians recorrieron on tour algunas localidades de la Costra Brava más turística, tocando en los hoteles tomados por los british; desde entonces, Ray ama el Ducados, el Rioja y el chocolate marroquí. Conserva, además, dos viejas casettes de Triana (El Patio e Hijos del Agobio) que, si se siente bien y hay poca gente, puede ponerte a media tarde cuando la luz amarillenta de las farolas de Great Horton comienza a adivinarse detrás de los tragaluces con cataratas. 
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Buena receta, Protac.