Stewart tenía abuelos y padre con hoja de servicios impoluta en el US Army, en la Guerra Civil los primeros y en la de Cuba y en la Gran Guerra el segundo, así que el larguirucho no quiso ser menos, aunque para decepción suya fue rechazado por falta de peso cuando fue llamado en 1940 para prestar servicio. Venía con buen bagaje, de esos que no era menester desperdiciar, puesto que reunía una considerable experiencia de vuelo desde 1935, año en que obtuvo su licencia de piloto y más desde 1938 en que ganó el título de piloto de líneas aéreas. Además, a la vista de lo que se cocía en Europa, había invertido en una pequeña empresa de formación de pilotos, la Thunderbild Field, que con el tiempo sería incorporada a la estructura de la US Air Force.
Pero no daba el peso, así que a base de gimnasio y de contravenir los días previos a la física de los intestinos, logró pasar los exámenes médicos para incorporarse a la Fuerza Aérea en marzo de 1941. El ataque japonés de diciembre de 1941 le sorprendió en plena instrucción, que la entrada de los EE.UU en la guerra debió acelerar, pues en enero de 1942 obtiene el despacho de segundo teniente y contra su parecer, pero muy del agrado de los accionistas de la Metro Goldwyn Mayer, es destinado a las bases de Moffet y Mather Field en California, cerca de los estudios, para aprovechar la imagen del flamante oficial, como instructor de vuelo de futuros pilotos. Como era de esperar, las lumbreras de Washington se empeñaron en explotar el filón propagandístico y se dice que su parición en los noticiarios de propaganda militar y documentales del Ejército atrajeron al arma aérea a no menos de 150.000 aspirantes. Y como el actor temía, su perfil le hacía candidato a ver la guerra pasar entre bambalinas, adscrito como quedó en la base de Kirtland en Alburquerque, como instructor esta vez de pilotos del bombardero B-17.
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Al terminar la guerra en Europa nos encontramos a Stoddard/Stewart presidiendo un tribunal militar, ya con el grado de coronel, encargado de enjuiciar el bombardeo de Zürich por unos B-26 perdidos que creían estar castigando Friburgo, y emitiendo un fallo exculpatorio, a pesar de las decenas de muertos suizos.
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Nadie reprochó nunca a Wayne su ausencia de los frentes. Sólo el mismo y por eso su fervor patriótico era del tipo exaltado y desabrido. Carecía de la virtud de la moderación y contención aprendida de la mejor Roma republicana y que sí adornaba a los Fonda, Gable o Stewart. Pero de las virtudes humanas de nuestro general encontrarán más acertadas palabras en un reconocido apeadero de la Red, al que les remito.
Etiquetas: Phil Blakeway
Hola, Phil, buenos días. Y gracias por tu interesante entrada.
(Parece ser que los de la blogorrea aun tienen legañas en los ojuelos)