¿De dónde procede y cómo se manifiesta el desánimo?
Está en primer lugar la falta de perspectivas de futuro. El conservacionismo, que junto con el consumismo lleva visos de ser la ideología imperante en el S. XXI, está actuando como los grandes profetas de Israel: nos anuncia que recorremos un camino de perdición, que el cambio climático que estamos provocando se llevará por delante mucho de lo que trabajosamente hemos construido, a no ser que, renunciando a mucho de lo que tenemos, nos convirtamos a una forma radicalmente distinta de ver y vivir el mundo. Pero nadie que nos merezca suficiente confianza explica claramente a través de qué caminos concretos podemos ir construyendo ese nuevo mundo sustentable. O sea que tenemos ya a Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel, pero todavía no nos ha llegado Jesucristo.
En segundo lugar, nos falta alegría de vivir, ésa que todavía puede verse por ejemplo en el África subsahariana, azotada por un sinfín de desgracias pero donde cada rostro humano es único. Nuestra vida diaria no es divertida. Como me decía un alto ejecutivo de una poderosa multinacional, cada día, cuando entramos por las puertas de los grandes centros de trabajo privados o públicos en que nos ganamos el pan multiforme de hoy, dejamos fuera más del noventa por ciento de nuestra imaginación y nuestra capacidad creativa; lo aterrador es que en estas condiciones laborales pasamos la tercera parte de nuestras vidas, otra tercera parte durmiendo y finalmente otra delante de la pequeña pantalla, enfrentados a la estupidez permanente de las grandes cadenas de TV. En fin, un infierno. Porque además las grandes ciudades en que la mayoría vivimos se han convertido en prisiones, de las que huimos en estampidas de búfalos a lo largo de esos puentes vacacionales que son como senderitos a través de la inmensa sabana del aburrimiento. Y no son nuestras ciudades prisiones medievales, sino más bien higiénicos hospitales para lunáticos, donde vivimos confortablemente, rodeados de objetos que nos distraen y envidiados por buena parte del resto del mundo, pero insoportablemente aburridos, buscando toda clase de estímulos exagerados o artificiales.
Por último, nuestra civilización ha matado y enterrado no solo a Dios, sino a casi todas las utopías, empezando por las que se agruparon en ese ramillete de flores marchitas que se llamó la Internacional. Solo siguen vigentes, aunque muy tocadas, la utopía de la tecnociencia que será capaz de resolver todos nuestros problemas y la del mercado que llegará a vendernos a buen precio la felicidad. Hoy lo metafísico escandaliza mucho más que lo pornográfico o lo descaradamente criminal. Y sin embargo, se quiera o no, lo metafísico es un componente esencial de nuestra naturaleza individual y social, las utopías inmateriales nos son necesarias para que vayamos soportando el peso del vivir, para proteger nuestra vida colectiva y para que el proceso de domesticación humana, siempre inacabado, avance de una forma ordenada.
Si adobamos todo lo anterior con la crisis económica y política que padecemos, tenemos la epidemia de desánimo servida.
¿Hay remedios contra este mal? Hay la esperanza de que el ciclo desanimante termine pasando, porque también su naturaleza, como la de casi todo en este mundo, empezando por las manchas solares, es oscilatoria. Existen algunos paliativos, que como los antivirales, sin llegar a curar pueden aliviar. Son la lectura, el ejercicio físico, los deportes de aventura y mucho sentido del humor acompañado de mucha imaginación, tan calenturienta como posible, todo ello, naturalmente, en dosis no indigestas. Además, como medidas elementales de protección de la salud mental pública, yo prohibiría la televisión financiada por la publicidad y los espectáculos de masas; aconsejaría eliminar de la dieta, tanto como sea posible, el automóvil y los grandes viajes vacacionales a ninguna parte; y fomentaría las prácticas higiénicas del cultivo de las amistades desinteresadas y la fidelidad a los compromisos contraídos. Todo ello a la medida de cada uno, estudiado y recetado caso por caso.
Terminaré haciendo referencia a un cuento de Dino Buzatti , que me gustaría leyeran los nickjournaleros que han llegado con su paciencia hasta aquí. Como nos fabula el gran escritor italiano, frecuentemente la realidad, en sus aspectos más esenciales, no es lo que parece. Por eso no debemos permitir que nos entontezca y haga posible al desánimo que nos pille desprevenidos.
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