Sin embargo, trabajar mucho es perjudicial para el Arte. No es que haya que dejar todo al albur de la inspiración, las ganas o la casualidad, pero sí que hay que frenarse un poco. T.S. Eliot le reprochaba a John Donne en uno de sus ensayos los horarios draconianos que el poeta metafísico se había impuesto. Se levantaba a las cuatro de la madrugada, dicen, para leer. Así, logró leer toda la poesía, la filosofía e incluso la literatura religiosa que entonces merecían la pena, pero también leyó mucho que no revestía el más mínimo interés pero que, sobre todo en su juventud, dejó un poso menos noble del que dejaron las grandes obras. A ello podemos añadir que todos conocemos varios casos de lectores incansables que son capaces de abrumarte, agobiarte e incluso aburrirte con la lista de obras leídas en la última semana pero que luego a la hora de escribir revelan la increíble incapacidad de asimilación que gobierna su mente. Otros hay que leyeron mucho menos pero fueron capaces de asimilarlo mejor.
Hay gente que se queja de las muchas distracciones de la vida moderna. Yo, y no es por llevar la contraria, creo que es algo muy necesario. Me explico con un ejemplo tomado de mi vida. Llevo cosa de nueve meses con un proyecto que me ronda la cabeza. Tengo ya la libretita en la que tomaré notas y redactaré los primeros esquemas, e incluso algunos párrafos. Tengo las cargas de tinta para la pluma, no sea que me quede sin tinta en medio de un párrafo y tenga que bajar a la calle, buscar la papelería más cercana (y está algo alejada), comprar los cartuchos y regresar a casa. Pero tengo también una extraordinaria cantidad de compromisos sociales, libros que me regalan, ofrecimientos varios que ocupan buena parte de mi tiempo libre. El resultado es que después de nueve meses aún no he abierto el cuaderno para escribir la primera línea. ¿Es esto malo? En un principio pensaba que sí. Ahora, después de haber meditado intermitentemente, creo que es beneficioso. Si el proyecto que me tienta no consigue arrastrarme hasta la mesa para pasar horas sin cuento y obligarme a rechazar la vida social, significa que no merece la pena, que no la humanidad pero al menos sí mis amigos y conocidos, podrán pasar sin el libro (que se verían obligados a comprarlo). Lo que en el mundo natural es la ley de la selección de los mejores ejemplares de una especie según su capacidad para sobrevivir a los ataques, en el mundo de las personas es la ley de la selección de proyectos y trabajos según el interés que nos despierta.
Eso sí, una vez que uno se pone manos a la obra, hay que seguir el consejo de Cesare Pavese y atarse a la silla.
Gracias al Estado de las Autonomías, ya falta poco para esto.
Esto:
Y esto.
Etiquetas: Garven
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