1. No es una novedad afirmar que en España el antiamericanismo es una pasión muy extendida y arraigada. Tanto, que se podría afirmar que es el antiamericanismo la religión mayoritaria de nuestro país, un auténtico “pensamiento único, perfectamente transversal” (Arcadi Espada), pues no es patrimonio de ninguna ideología ni de ningún sector de la sociedad española. Somos antiamericanos de forma natural, porque la mayoría lo es, y también de forma visceral, pues en el grupo las pasiones unánimes se exasperan, se cargan de irracionalidad. En este círculo homogéneo pocas veces intentamos siquiera argumentar las razones que motivan este odio, en gran parte porque no se nos exige. Sí se exigen argumentaciones y justificaciones en el caso contrario, por supuesto. Pero una cosa es criticar puntos concretos de la realidad social o de la política norteamericana, y otra muy distinta, y es esto lo que se hace en España, consiste en condenar a todo un país de forma automática y unánime.
Como religión que es, nuestro antiamericanismo vive de estereotipos, está al margen de la realidad, y mantiene sus dogmas sin atender a demasiadas correspondencias con lo que sucede. Por eso seguimos diciendo hoy que Hollywood es ‘carca’ y ‘reaccionario’, un lugar en el que sólo se premia lo más conservador del mundo del cine, cuando en realidad se han concedido Oscars a películas tan poco complacientes como el Bowling for Columbine de Michael Moore, Brokeback mountain (Ang Lee) o American beauty (Sam Mendes). Decimos también que los yankees son racistas y luego estos van y eligen con amplia mayoría a un negro para presidir su país.
Como todos los cultos, el antiamericanismo se caracteriza por la ambivalencia, pues al mismo tiempo que con nuestras palabras condenamos a los EEUU, evidenciamos con nuestra conducta una clara fascinación por lo que son y por lo que hacen. Parece como si no pudiéramos hacer otra cosa que observar (y mimetizar) lo que pasa en EEUU, su modo de ser y de hacer las cosas. De fondo tal vez se asome un complejo de inferioridad en nuestra pasión, y es que el odio suele beber de este tipo de complejo. Fíjense en los nazis, por ejemplo, que aunque aborrecían a los gitanos, no se sentían inferiores a su lado. Sí se daba, en cambio, ese sentimiento acomplejado con respecto a los judíos, por eso en este caso su odio fue más destructivo si cabe y enfermizo.
2. Tras el triunfo electoral de Obama, nuestra prensa declara, alborozada como nunca, que ha llegado la ‘hora del Cambio’. De momento, el único cambio que veo, el más inmediato, es que a mucha gente se le ha acabado la cuerda a su mascota favorita, el chivo expiatorio, fielmente personificado durante 8 años por el señor George W. Bush. Tras su retiro, cientos de millones de personas de todo el mundo van a tener que buscarse un recambio que sacie su capacidad de odio y sus ansias de culpabilización. De todas formas, seguramente no hará falta salir de la Casa Blanca para ello, ya que con el tiempo tal vez les sirva el propio Obama, pues no hay que olvidar que ningún chivo expiatorio es mejor, en el sentido de más efectivo, que aquel que antes de ser demonizado fue elevado a los altares de forma unánime. Muchos de los que ahora lloran emocionados por su triunfo, con el paso de los meses, tal vez acaben pidiendo su cabeza.
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