Morfina roja
Horacio Vázquez Rial
Perdí unos minutos tratando de titular esta reseña sin mencionar el libro del que trata, pero me di cuenta de que era imposible: Morfina roja es un título insuperable, producto de la intuición de una gran periodista como es Cristina Losada, para definir lo que ocurrió en el Hospital de Leganés con las tristemente célebres sedaciones terminales del doctor Luis Montes.
Fue un caso que nos afectó a todos y, como con toda precisión explica la autora de esta obra, abrió el camino del Gobierno hacia la aprobación de una ley de eutanasia que permita al Estado liquidar de facto nuestro derecho a la vida. Y contarlo con todo detalle era algo necesario, incluso por lo que ese relato significa como documento de esta época trágica que nos ha tocado en suerte: la apropiación por el Estado, por el poder médico y por la judicatura del derecho a la vida nos sitúa, y lo apunto consciente de que no cometo exageración alguna, en los prolegómenos de Auschwitz, en el mundo de los lager, de la eugenesia; una etapa de la existencia europea que nunca se cerró del todo, a pesar de Nuremberg.
Que Cristina Losada es una escritora de excepción lo sé hace mucho, desde el momento en que empecé a leer sus artículos en Libertad Digital y le escribí para pedirle opinión y consejo respecto de un libro que yo estaba escribiendo por entonces: me encontré con una persona de una inteligencia y de una generosidad poco corrientes, dos virtudes que son evidentes en Morfina roja, una obra en la que se encuentra todo lo que usted necesita saber para entender el problema de Leganés, el problema de la eutanasia en general, la cuestión de los procesos que acabaron en la absolución de Luis Montes y, en consecuencia, de todos los tipos con complejo de Dios de los que estamos dependiendo a estas alturas. Es un libro de riesgo para su autora, que ha contado en buena parte de su trabajo con la colaboración de la Asociación de Víctimas de Negligencias Sanitarias, Avinesa, la organización que con más fuerza llevó adelante la batalla jurídica, que a todos nos atañe, por la cual, al menos, Montes tuvo que presentarse ante los tribunales.
Pese a todos los elementos acumulados contra él, de los que se da cuenta a lo largo de las páginas de Morfina roja, ninguna de las instancias que podrían haber decidido su condena, desde los colegios de médicos intervinientes hasta las comisiones de investigación creadas ad hoc, fueron claras ni terminantes respecto de su responsabilidad: echaron pelotas fuera porque lo que se debatía era demasiado importante para un poder político decidido a estatalizarlo todo, desde la propiedad hasta la vida: por supuesto que Stalin no ha muerto; si Hitler pudo haber pasado sus últimos años en la Patagonia, es probable que el fantasma de su par soviético se pasee hoy mismo por los corredores de la seguridad social sueca u holandesa.
Estremézcase usted ante el abrumador material acumulado contra Montes y piense que fue desestimado. Se dará cuenta de que estamos en peligro, pero más lo está la persona que lo da a conocer, Cristina Losada, y María Antonia del Moral, presidenta de Avinesa, que promovió la causa legal. Por eso digo que se trata de un libro de riesgo: talibanes hay en todas partes, en todas las religiones, incluida, de modo particular, la religión del laicismo.
Permítaseme insistir en un asunto del que suelo ocuparme en estas columnas: el de la pretendida superioridad moral de las izquierdas, que no tiene el menor sustento en la realidad. Cristina Losada, que procede de la izquierda, como yo mismo y como otros cuantos, lo aprendió todo sobre esa falacia en carne propia. Sabe cómo se maneja la propaganda en cada caso, cómo las tortillas se dan vuelta en el aire, y explica el modo casi mágico en que el affaire Montes, lanzado por el PSOE para emplearlo en contra del Gobierno de la Comunidad de Madrid, fue repescado por el camino, por gentes más astutas que las que encendieron el primer fuego, para sostener todo el tinglado de la ley de eutanasia, uno de cuyos capítulos es el del aborto.
El doctor Montes.Alguien, uno de esos engendros creados por Willi Münzenberg y multiplicados por los aciagos ingenieros sociales del Moscú de Stalin y del Berlín de la socialdemocracia, esa vieja ruina nueva, diría José Donoso, que, pese a haber sido declarada cadáver putrefacto por Rosa Luxemburgo en 1918, se dio el lujo de parir a Salvador Allende y a Felipe González, alguno de esos engendros, decía, se percató a tiempo de que la cosa daba para mucho más que aquello que se había propuesto el socialista Lucas Fernández al decirle al consejero Manuel Lamela su célebre frase: "Date por jodido". Montes no era, no podía ser, el ariete destinado a derrocar a un modesto consejero comunitario: valía demasiado para eso, y lo más conveniente, una vez echada a rodar esa piedra, era sacarlo del alud convertido en héroe cívico. Ninguna superioridad moral, ni siquiera nada que tenga que ver con la moral, como se ve.
Morfina roja, pese a su carácter esencialmente documental, como corresponde a todo buen trabajo periodístico, es una lectura apasionante. Quizá porque nos tiene por protagonistas a todos: todos somos Joseph K en este universo kafkiano, en el que nadie sabe por qué fue denunciado Montes por los mismos que, además de absolverlo, lo han elevado a los altares, sus altares, en los que se pretende sacrificar a cualquier débil chivo expiatorio que ocupe una cama en un hospital: "Este tipo ya ha vivido bastante", dirá cualquier siniestro funcionario con título, si no se le ha adelantado algún sobrino en espera de herencia, en nombre de "la familia", como si de la de Don Vito se tratase.
Como sabemos desde la fatua contra Salman Rushdie, hay que señalar aquí el valor, también, de los editores, Libros Libres. En este campo no se juega. Y las democracias autoritarias se parecen demasiado a las dictaduras.
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