Querido L.,
Sin apenas tiempo que perder, tuve que reponerme –mal que bien– de la marítima pitanza y la posterior siesta conmemorativa; cómo no, se nos hizo tarde. Y yo, que suelo mirar con detalle los mapas y calcular cuidadosamente distancias, puntos de abastecimiento y lugares donde estirar las piernas (cual si esto fuese en mí posible), me puse al volante sin tener muy claro, incluso, el recorrido completo. ¡Qué candor! Total, si Alcaraz está casi en el límite de la provincia y, luego, no puede ser mucha distancia… Todo verídico; salvo que mi provincia tiene, desde su capitaleja, 148 km hacia el sureste y, más adelante, la distancia no debe medirse como longitud sino como tiempo, al igual que en Asturias, Galicia y otras reviradas y orográficamente endemoniadas regiones. Así, no te sorprenda saber que se nos hizo de noche entre curva y curva, subiendo y bajando cortos, pero abruptos, puertos e intentando controlar cada cartel indicador, cada icono reflectante que nos situara.
El río Mundo tiene, para empezar, un nombre ciertamente curioso. ¿Será verdad que contiene al conjunto de todas las cosas creadas? Parece una idea algo pretenciosa, por más que discurra a lo largo de la provincia de Albacete en su encajonado paseo hasta el Segura. ¿Procederá su denominación de la deformación de Raimundo, considerando que tal se llamase en primero en descubrir sus fuentes o chorros? El agua, filtrada a través de la horadada caliza, fluye al fin como un a modo de húmeda sábana que, concentrándose en puntos determinados por la arrugada piel del monte, forma chorros y, finalmente, espectaculares cataratillas blancas. El calar no llora: suda; su insípido –aunque duro– sudor, redondea las piedas, las agujerea con balas de hielo y se presenta, al sol mañanero, con un verde más intenso aún que el de las nogueras centenarias que lo vigilan. Hermosos son también los topónimos de la zona: Riópar, grave o llana acentuada, Siles, Bienservida, Villaverde, Ayna, Cotillas… e, incluso, el nombre de nuestro hospedaje: “Molino de Pataslargas”. Serias dudas tuvimos sobre la aceptación en él de toda una familia cuyos componentes –con marcadísimas excepciones procedentes, todas, de sangre postiza– se caracterizan exactamente por lo contrario: la cortedad del tren inferior de los A. es, como sabes, proverbial. No obstante, y una vez abonado el estipendio por adelantado, los dueños del molino fueron abrumadoramente amables y parecieron, educadamente, no caer en el detalle contradictorio. Habrá que ver las instantáneas de toda una colección de paticortos de diferentes edades fotografiados bajo un cartel que reza lo contrario: irónico juego de los errores.
Sin entrar en detalles que exciten tus, sospecho por la hora, alborotados y levantiscos jugos gastro-pancreáticos, te contaré que probamos unos excelentes Galianos, llamados por aquí “Gazpacho manchego” en denominación confusa, aunque excitante en el estío, y fatales consecuencias para el poco avisado viajero. Los Galianos son un plato de caza (perdiz, conejo y liebre) que contiene, a modo de pasta oriental, unas obleas de pan ácimo cortadas en trozos aproximadamente triangulares. Dichas obleas se secan mediante tueste cerca de las brasas y presentan, de vez en cuando, partes churrascadillas que les confieren una textura y un gusto quemado muy particular. Por lo demás, son suavísimas en la boca: tan suaves como un platillo asiático de los que importaron y vendieron al mundo los mercaderes venecianos. Bien cocidas en el potente caldo de la caza, adquieren un sabor insuperable: esencia cinegética que embebe la harina y deja en la boca una sensación plena, matinal, soleada. Una casi vaginal sensación de ostra de la tierra adentro. El vino de Villarrobledo nos ayudó a no perdernos en silencios nostálgicos.
Desde el agua rara que quiebra la caliza, recibe un abrazo vegetal y fraterno.
J.M.
Etiquetas: Protactínio, recetario
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“Una casi vaginal sensación de ostra de la tierra adentro”.
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Genial descripción del puente escondido entre los dos grandes placeres, el de la mesa y el de la cama.