Es desconcertante, por ejemplo, que baje el precio del petróleo y, sin embargo, las boyantes petroleras no trasladen la bajada al precio de la gasolina. Desconcertante, igualmente, que los Bancos Centrales del mundo mundial bajen los tipos de interés, bien que sea de forma totalmente simbólica, y, sin embargo, suba simultáneamente el interés de los préstamos e hipotecas al consumidor. ¿Y qué me dicen ustedes de la bolsa? Si su comportamiento es un arcano para cualquier persona común, lo de ahora no se entiende nada. Pero nada. Resulta que los gobiernos del mundo inyectan (¡qué vocablo! inyectan) dinero en el mercado para salvar el culo a los que han provocado el crack y, sin embargo, la bolsa –ese lugar de pasmoso nombre donde, dicen, late el corazón de la bestia– baja y baja sin que se vea el fondo del pozo. Desconcertante.
Pero hay más, no crean. En pleno calentamiento global, el verano ha sido, más que suave, otoñal y el otoño está siendo, hasta la fecha, un proemio del invierno. Bien. ¿Pero no habíamos quedado en que…? Y es que las cosas nunca son lo que parecen. Y cada vez menos. No hay manera de mantener enhiesta la más mínima certeza. Y no existe ningún Sidenafilo –que, no me lo nieguen, suena más fino y latino que Viagra– que lenifique el mal. Y, para colmo, la Academia Sueca le da el Nobel de literatura a un francés que no estaba en las apuestas. Jean-Marie Gustave Le Clézio, se llama. ¿Y Mario Vargas Llosa? Otra vez, el desconcierto.
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