2. Jubileo: desde antiguo, el mito y el rito prescriben que el rey sea sacrificado, que muera. Pero muere para renacer: jubila su antigua piel, su pasado, para reaparecer impoluto, más fuerte y capaz de ejercer su cargo. Aún hoy, necesidad periódica de que partidos, gobiernos o particulares sufran saludables depuraciones o catarsis, purificaciones en las que, mediante dimisiones, cabezas cortadas, admisiones de culpa, compensación a las víctimas, se pretende quedar desvinculado de las culpas y errores pasados. Si tu ojo te ofende, arráncatelo. Alemania pide perdón a los judíos; la Iglesia pide perdón por haber condenado a Galileo o apoyado a sangrientos dictadores. Los amantes entonan el mea culpa y se funden en un abrazo apasionado tras la disputa.
3. El rey ha muerto, viva el rey. En Egipto, el rey viviente es Horus; cuando muere, se convierte en Osiris. Pero Horus es hijo de Osiris, es su renacer cíclico. En cuanto somos ahora, no somos lo que fuimos (memoria): pero todo lo que es pasa a ser memoria con rapidez; y somos nuestra memoria: nuestra identidad es nuestro pasado.
4. Unos que vienen, otros que se van; / la vida sigue igual. Ciclo de la vida: ciclo, o sea, círculo: pescadilla que se muerde la cola, serpiente uroboros. Lo que está vivo en el padre, sigue vivo en el hijo, y así no muere nunca: el linaje, el apellido, el nombre, la tradición.
5. La concha: cuando Crono castra a su padre Urano con una hoz, el pene cae al mar, y de su sangre y semen surge la espuma. De esa espuma nace Afrodita, que aparece en una concha. Pero la concha es un símbolo del sexo femenino: en el español de América, la metáfora se ha lexicalizado. Complejo de símbolos: el mar, la concha, son femeninos; el pene, la sangre, la espuma, son masculinos. La entrada de lo masculino en lo femenino produce sangre (rotura del himen), y el pene que entra pleno sale reducido, desangrado, tras arrojar su semilla (latín semen). Valoración de la castidad en la idea de que todo derramamiento de semen es una pérdida de vitalidad: pero sin ella no hay placer ni fecundidad. La concha: símbolo de nacimiento. Los peregrinos la llevan por ello: desean renacer, tras el largo viaje. La sangre fecunda, metáfora bárbara, perdura: de cada muerte heroica (víctima del terrorismo, por ejemplo) se espera que no sea en vano, que dé frutos, que al menos sirva para algo, tenga valor ejemplar, etc. Tanto el acto de derramar sangre como el de derramar semen se conciben, en extremo, como siempre fecundos: producen un fantasma vengador o un hijo de Lilith.
6. Arte de morir. Desconfianza del primer nacimiento, que es solo provisional, imperfecto: el niño llega manchado de animalidad, de sangre materna, de antepasados prehistóricos (pecado original, paganos, moros), de sobre- o infrahumanidad. Necesidad de un lavado (bautismo), segundo nacimiento cultural, que con frecuencia va unido a la imposición de un nombre y a la inclusión en el catálogo de una determinada comunidad. Bautismo de agua, que lava, pero también de fuego, que quema: las diosas intentan hacer inmortales a los niños quemando su parte mortal, pero se dejan un talón... Provisionalidad de cualquier rito de esta especie, necesidad de pasos ulteriores: la iniciación en el paso de la niñez a la condición adulta, el golpe que hace sangrar, las condiciones durísimas, el deber de derramar sangre (el servicio militar, manejo de armas fálicas, matar a un hilota, cazar, violar a una doncella, irse por primera vez de putas y prepararse para el matrimonio, matar al dragón que ha devorado al iniciando desde dentro de su tripa: practicar la propia cesárea para matar a la madre segunda y re-nacer). Y peor aún: el proceso sólo es perfecto con la propia muerte, en que uno adquiere por fin los límites (principio y fin, fechas de nacimiento y muerte) y cabe ya hacerse una idea completa de lo que ha sido. Desconfianza razonada contra la inclusión en vida en enciclopedias, los homenajes, etc.
7. Tablero de ajedrez. La muerte, que es negra (la noche que se traga al sol, los ojos cerrados de los muertos), es blanca (los huesos del esqueleto, la mortaja blanca, la muerte como lavandera, como expiación de las culpas, manchas que hay que borrar), y eso la hace semilla de vida: página en blanco, papel reciclado, encefalograma plano, tabula rasa.
8. Blanca Navidad, Semana Blanca, Semana Santa. Los apaños del calendario litúrgico. Si Dios nace niño en el solsticio de invierno (por razón simbólica, no histórica), debería haber muerto inmediatamente antes. Pero se prefiere matarlo unos cuantos meses más tarde (¿tal vez el Evangelio sí fecha claramente esto?), de modo que haya dos nacimientos: el natural, que coincide con el tocar fondo del sol (sólo queda revivir en adelante), y el sobrenatural (Resurrección), la salida a superficie por primavera. En el tiempo lineal, la Segunda Venida sólo queda esbozada: habrá otra al final de los tiempos, más vistosa y definitiva, que implicará la muerte del mundo, del tiempo. Para más inri (y nunca mejor dicho), todo el juego una vez más por Carnavales, con el sacrificio del rey payaso, víctima de improperios populares.
9. Parricidio. El rey viejo que muere para que nazca otro suele resistirse: así, la identidad de Horus y Osiris se ve oscurecida por la idea de una usurpación y la fantasía de un cambio radical (nueva distancia, orden nuevo, progreso). Cuando nace Cristo, se oye voz de que Pan ha muerto: muere el paganismo, se espera que muera Roma, la Bestia, el Anticristo, el Señor de este mundo, Satán (pero, muy al contrario, la Iglesia heredará y mantendrá en pie lo heredable del Imperio: la piedra lanzada contra el cimiento del orden devendrá piedra angular del edificio). Con todo, la anagnórisis: cuando muere el villano, Darth Vader, se desvela que era el padre del héroe. En la venganza, uno se descubre poseído por el mismo demonio de la violencia que poseyó al agresor, tomando su forma.
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