Hoy voy a contaros un cuento que tiene una parte de historia y otra de leyenda. No me preguntéis cuál es cuál.
“Hace muchos, pero que muchos años, en un cercano país había un rey que a causa de un desafortunado desajuste en su metabolismo había crecido y mucho en la dirección equivocada, quiero decir que estaba más que frondoso, obeso y más que hermoso, monstruosamente gordo.
En aquellos tiempos su gorda magistratura no se consideraba del todo un bien de estado y a pesar de sus escasas cualidades físicas y presumiblemente mentales hubo de ponerse al frente de sus tropas -tal como era costumbre en la época- con ocasión de unas guerras y tal. Lo cierto es que nuestro rey nunca entró en batalla. No penséis mal, no es que rehuyera la contienda, es que su caballo, superado por tan excelsa carga, llegaba siempre el último al campo de batalla.
Pero el destino es cruel e imprevisible y quiso la casualidad que un aciago día caballo y regia montura dieran con sus huesos en el polvo a causa de un malhadado tropiezo. Tropiezo que hizo trastabillar al noble bruto (al de abajo), el cual, rendido por el descomunal peso de su noble tara, perdió el equilibrio con la desagradable consecuencia de que rodaran ambos por el suelo y con tan mala fortuna que por una vez el caballo montó al caballero.
El peso del caballo tampoco podríamos decir que fuera precisamente escaso, pues hubo de elegir un corcel de aldaba muy ancho de grupa, grande alzada, porte majestuoso, cola y crines onduladas y una soberbia cabeza, tal como merecía su augusto jinete.
Armóse grande revuelo y –no sin esfuerzo– nobles y oficiales lograron desmontar al caballo del caballero. Pero éste perdía color, no le llegaba el resuello, la desdicha hizo que su bellamente repujada armadura se abollara comprimiendo sus reales entrañas hasta impedirle boquear el hálito que precisaba.
El Conde de Picaflor se desprendió de guantes y guanteletes, el Marques de Vallasalto se bajó de su caballo, el Duque de Pocosdientes estaba demasiado borracho, mientras… el rey se asfixiaba, el aire no fluía, nobles y generales incapaces eran de aflojar los espárragos de la armadura, yerros bien forjados que oprimiendo los reales pulmones matando estaban al soberano. En esto llegó un palafrenero, un hombre ordinario y sin embargo apuesto, tosco, ciertamente, pero armado de brazos musculosos como el cuello de un toro bravo, con manos grandes y fuertes y dedos como garfios. Agapito se llamaba aquel desemparentado, “Pitón” para los amigos, apodo que a pesar de ser elogioso no era muy de su agrado. Con sus dedos como garras, con sus dientes como hachas rompió cueros, desbrozó yerros y mallas, enderezó abolladuras y salvó la vida a su rey que yacía extenuado. El rey –una vez repuesto– lo llamó a su lado y le obsequió con un anillo, un cabujón montado en oro puro del tamaño de un ducado, el cual aunque era bien hermoso, pues las manos del monarca hacían cumplidos honores a la majestad de su figura, casi cercena el meñique de mi querido antepasado.
–¿Qué ocurre con el anillo? ¿Acaso no es de tu agrado?- Inquirió el soberano al ver los inútiles esfuerzos del obsequiado.
–No, mi señor, es muy hermoso, pero mis dedos están hinchados.- Respondió Agapito.
–¿Hinchados, animal? Si no fuera por esos dedazos hace un rato que habría expirado. Trae acá esa joya y que le den un arciprestado.
–Soy casado mi señor. Se excusó atribulado.
–Pues entonces te haré Hijosdalgo, así te coronaré yo TAMBIÉN a ti. Despabilado.
Mi pariente mudó la color, gruesas gotas de sudor escaparon de sus poros, tosió carraspeó, se tiró media docena de pedos, dio un par de arcadas y justo antes de que vomitara asustado, el rey continuó:
–La reina habla de ti maravillas, desvergonzado. Dice que no hay en toda la corte nadie tan… bien bragado.
–Esto… Señor…, balbució el palafrenero.
–Sea pues armado Caballero de la Orden de la Fusta y nombrado Conde del Valle de Raboslargos
Poco tiempo le duró a Agapito el oropel de la nobleza pues a los pocos días en acto de guerra fue malherido por una flecha que un ballestero acertó en su escarcela. Lenguas maledicentes propagaron el bulo de que fue lastimado por “hierro amigo” al contemplar el destrozo que la saeta hizo en sus partes pudendas. “AgaPitón” se convirtió en “AgaPitillo” y en consecuencia perdió el favor de la reina. Atribulado por su enorme pérdida y asustado por las posibles consecuencias retiróse a expiar sus culpas en un monasterio donde cultivó quizás con añoranza, quizás con desconsuelo –pero sin dudas con grande esmero– berenjenas, nabos, zanahorias, pepinos y unos soberbios espárragos. Tras su fallecimiento su hijo mayor heredó título y algún atributo que le permitió encandilar a una noble viuda de sobrado patrimonio y amante de lujos y lujuria.”
A lo largo de los años títulos y apellidos se mezclaron, alternaron, se alteraron y aliteraron de modo y manera que, para quien nada sepa de los orígenes, hoy parecen bien hermosos y aseados.
Sabed queridos sobrinos que de mi venerable madre heredé el mismo apellido siete veces seguidas, el octavo cambia y luego sigue otra serie tal que de los veintiún primeros apellidos la nada despreciable cifra de diecisiete vuelve a ser el mismo. Tal grado de consanguinidad ha adornado a nuestra familia con ciertas “taras” genéticas, como dedos fuertes y largos, los ojos verdes, los labios bien perfilados y un… esto… humor de perros.
Gazpacho de espárragos
Partimos de una lata de tallos de espárragos blancos, es suficiente con que sean tallos pues serán triturados. Un par de cucharadas de mayonesa, dos cucharadas de almendras crudas y peladas, una cucharada de cebolleta fresca, una cucharadita (de café) de vinagre de manzana, un trozo de manzana (algo menos de media, que pelaremos), medio diente de ajo, un poco de sal y un poco de agua (la que quepa en el bote de espárragos). Una variación interesante consiste en sustituir el medio diente de ajo por un par de ellos cortados a rodajas y fritos.
Introducimos, con perdón, los espárragos y su jugo, junto el resto de ingredientes sólidos en el vaso de la batidora y batimos durante el tiempo que se necesite para que quede una crema suave y aterciopelada. Una vez conseguida se añade la mayonesa y el agua y volvemos a batir. La viscosidad de la mixtura dependerá de la cantidad de agua añadida y del tamaño de vuestras cucharas.
Como guarnición de este plato utilizaremos un poco de salmón ahumado cortado en tiras muy finas (más finas, por favor) y si os gustan los experimentos con texturas lo adornáis con kikos machacados (maíz frito).
Con las cantidades expuestas tenéis para dos o tres raciones. Si necesitáis más habréis de duplicar o incluso triplicar los ingredientes.
¿Un vino para maridar con un gazpacho? ¿Y además de espárragos? Es algo casi imposible: ni vuestro primo el Sablista, ni el mismísimo Protactinito se atreverían a tanto. Pero… un millésime del 90 sería defendido a capa y espada por el primero, sin pararse a pensar en su considerable precio, el segundo nos recomendaría directamente un gintonic de pepino y cambiará la manzana de la receta por un pepino para ver qué pasa, vuestro primo el Richal elegirá un tinto de verano ya embotellado “mu aparente y que sale mu bien de precio” que no lo cataría ni el mismísimo Hank Chinasky. Lacónico preferiría en aras de la brevedad, pasar directamente al segundo plato sin más preámbulos. Crítico en cambio, preocupado por si las almendras y las manzanas juntas podrían alterar sus niveles de glucosa, se arriesgará con una tónica sin Gin. Goslum en su adorable “despiste” le pedirá consejo a un profesional… la cajera del supermercado por ejemplo. Edgardo necesita que el aceite de la mayonesa sea de olivas picual. Tsevanrabtan lo acompañará –al gazpacho- con un brebaje turco, somalí o manchuriano. J.A. Montano un Lambrusco por dos razones -siempre tiene al menos dos razones para todo- la primera porque es barato y si no marida bien no pasa nada y la segunda porque es un vino que sabe como si ya tuviera la gaseosa dentro. Fedeguico nunca tomaría vino en público para que no le tomen por un dipsómano melenudo, algo que le roería por dentro. Cateto un cava del Penedés etiquetado en castellano, por supuesto. Garven, Gengis, Desdeluego, Sr. Verle, AI59, Scheling y tantos otros a quienes leo a unos con afecto, a otros con sorpresa y a otros con estupefacción no tengáis en cuenta mi torpeza si la edad no me deja recordar vuestros nombres o vuestras preferencias enológicas, al fin y al cabo la memoria sólo interviene en nuestros actos para perturbarnos, siendo -como es- una interrogación inútil entre la ruina de nuestros recuerdos, pensad también que sacamos nuestra fortaleza de nuestros olvidos por eso os ruego que olvidéis mi falta de consideración, así os haréis un poquito más fuertes, porque si lo que tenéis de comida es gazpacho…
Os quiere vuestra
Etiquetas: recetario, Tía Concha
Tí Concha, qué honor volver a tenerle...!! Qué honor y qué resaca, Dios del cielo.