La siesta. Ha sido la siesta lo que ayer hizo perderme lo de Sastre y l’Alpe d’Huez. Entre brumas, cuando me medio despertaba, escuché a Javier Ares pregonar la noticia. Me acordé entonces de José Antonio Montano. Y de Mercutio y sus predicciones. ¿Lo habría previsto Mercutio?, le pregunté a Carmen que, igualmente, peleaba por salir de la modorra. En realidad, no se lo pregunté a ella. Lo pregunté, en general. Al hado o al hada. Al granito alpino, no sé. A la naranja de la alerta. Pero cuando me contestó: ¿Mande…? supe, claro, que la pregunta era ociosa. Meramente literaria, o sea. Pero ahí está: más de dos minutos en los trece kilómetros (¡y veintiuna curvas!) de la ascensión. Con un par. Ni su jefe de filas, que iba de amarillo, aguantó el tirón. ¿Habrán reconvenido a Sastre por la proeza?
Reconvenido, ese sí, el pobre Pereiro. Después de la caída (bajaban a tumba abierta, que decía un clásico), de la rotura del húmero, del miedo, de la –así lo ha contado él mismo– sensación de que todo se acababa, de que lo único que quería era no sufrir demasiado en esa muerte que sintió con la mano en el culotte, ya en el hospital y radio mediante, habla con su mujer. Ella le habla en gallego y le explica que lo hace porque les están lloviendo las críticas más feroces, las amenazas más descarnadas, los insultos. Pereiro ha firmado el “Manifiesto en defensa de la lengua común” y los aberzales de la berza, la nabiza y el nabo han decidido hacerle la vida imposible. Se alegran, dicen, de la caída. Sólo lamentan sus escasos resultados. Ellos son así. Porque les sale, quieren desgalleguizar a Pereiro. ¡Como si tal fuese posible! Pero si hasta muchos argentinos son gallegos, coño. Y sin haber visto nunca O Monte do Gozo, a praia da Lanzada o el pai Miño en Fingoi. Estos sí que merecen alertas naranjas. O rojas y amarillas, leche.
(Escrito por Protactínio)
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